Su nombre no lo conozco. Debió de aparecer, como en todas las columnas de crítica de cine. Quizás aún escriba hoy, tal vez sea uno de los más reputados. No lo sé, ni tengo manera de saberlo. Tampoco recuerdo en qué periódico apareció su crítica demoledora. Pero creo que nunca la lectura de una columna influyó tanto en mi experiencia cinematográfica.
Yo tenía entonces unos doce años, y mis padres habían ido al cine unos días antes. A la mañana siguiente, mi madre me comentó que habían visto avances de una película realmente espectacular. Su nombre: La Guerra de las Galaxias.
Sí, señoras y señores. Nada de Star Wars. El nombre en español, por supuesto. En fin, pronto empezó la publicidad en periódicos y televisión. Y hubo incluso un preestreno al que intenté asistir: una promoción del entonces existente y vigente Monterrey, que te permitía comprar entradas con unos billetitos llamados reyes, emitidos por el hoy desaparecido supermercado. Pero no conseguí entrar. Había una cola inmensa y disputada. Algo de desorden se produjo en algún momento, y supe por primera vez cuánto duele un golpe propinado por la vara de un policía.
Quedé, pues, a la espera del estreno para ir a una función “normal”, como a las que asistimos los comunes de los mortales.
Y en esa espera estaba cuando, no sé como ni por qué, un día, en presencia de toda la familia abrí el periódico, y probablemente buscando la cartelera, di, como nunca antes con la columna de crítica de cine. Y el título naturalmente me atrajo: simplemente decía La Guerra de las Galaxias.
Y empecé a leerla. Y en voz alta, a pedido de la familia, cuando exterioricé mi interés. Minutos más tarde, concluida la lectura, nuestro entusiasmo por la película se había metamorfoseado en menosprecio. El crítico nos había convencido, con su sesudo análisis y enumeración de fundamentos, de que no valía la pena ver La Guerra de las Galaxias, que se trataba de una película mala.
Así pues, no fui a ver La Guerra de las Galaxias, a contracorriente del entusiasmo general. Paradojas de entonces, cuando nadie creía en los periódicos porque estaban parametrados por el Gobierno militar. Meses más tarde Panamericana Televisión terminó por confirmar las apreciaciones del crítico cuando anunció y transmitió La Guerra de las Galaxias: nos parecía increíble que alguien hubiese perpetrar una barbaridad así. Pero claro, Panamericana no nos había dicho que se trataba del “Especial de Navidad”, una película para la televisión, a cuya retransmisión y publicación en DVD se niega hasta ahora George Lucas.
Y pasaron luego El Imperio contraataca y El regreso del Jedi. Y permanecí ajeno a jedis, ewoks, robots, imperios y a cuanto personaje o bicho poblaba la saga. Años después, el entusiasmo de mi hermano menor por la ciencia-ficción me hizo volver los ojos hacia el trabajo de Lucas y apreciarlo, poniéndolo en su justa dimensión. Aunque claro, no es lo mismo ver Star Wars en la tele a los veintitantos que a los doce o trece. Por supuesto, hace muchos años aprendí a tomar con pinzas lo que dicen o escriben los críticos y ya ninguno me volvió a aguar una función. Pero como que algo se perdió.
En todo caso, no se la aguó a aquel contra quien había dirigido sus baterías. Lo único que consiguió el crítico fue arrebatarle a Lucas un espectador que le hubiera representado unos centavos más en su fortuna.
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