Por desconfiar de la promesa de un amigo, terminé viendo la película de Claudia Llosa dos veces. No me arrepiento. Me gustó.

Una enfermedad que transmitieron las madres violadas por Sendero Luminoso a sus hijos a través de la leche materna. Una enfermedad que les roba el alma (Magaly Solier= Fausta, tenía los ojos vívidos pero el alma vacía), y los atrapa en la melancolía.

Necesité agudizar los sentidos para captar cada elemento de una película tan rica en simbolismo. La Lima provinciana, de la cultura paralela generada por los desplazados del terrorismo en los conos, en los cerros empinados. Ni andinos, ni limeños, con códigos propios.

Es un poema quechua burilado con respeto. La música, especialmente los huaynos y yaravíes son entonados por los sentimientos que encierra el alma: por el miedo, el dolor, el asco o la alegría… tanto así, que la mente de Fausta (la protagonista), no logra recordar las letras cuando le preguntan.

La papa como símbolo. En la vagina como heraldo del terror frente al violador (“porque solo con el asco se combate a los asquerosos”, según dice la protagonista); motivo de alegría (cuando bailan el waylarsh que simboliza la siembra y cosecha de la papa); una reivindicación de lo andino (cuando Fausta reclama al jardinero que es la única planta importante no sembrada en el jardín), signo de una unión felíz y duradera (cuando la prima de Fausta pela completamente una papa frente al novio, pese a ser fibrosa) un símbolo de la esperanza (con la planta de papa en flor dejada por el jardinero en la puerta de la casa)…

El peruano abusador. ¿Cuantas veces no hemos sido testigos del (mal)trato a las peruanas que trabajan como empleadas del hogar?, he aquí una prueba descarnada. Y ante ella, un despertar reivindicativo de la afectada, y con él, por fin, la esperanza…