Dos veces Peter

No me gusta escribir. Me encanta. Por un lado tenemos al recolector de historias oscuras: disfruto narrar aventuras de personajes infinitamente peculiares, seres expulsados de la sociedad para terminar calificados como escoria. Mi técnica es “ponerme en los zapatos ajenos”. Es difícil a veces (por ejemplo, pensar como otros piensan), pero al menos lo intento. Creo que en el fondo me agrada el disfraz. Usar las vestiduras de estos fulanos sin nombres ni remordimientos. No ser yo.

 

Por otro lado, encontramos al escritor de historias propias. Exploro incontables palabras, pinto mis frases con emociones. Añado metáforas y armonía a ciertos momentos que quiero compartir porque sencillamente, afuera, siempre existe alguien que siente lo mismo. Y expresarme así, con una incógnita. Ser lo que quieren que sea. Que me busquen entre cada párrafo y no me encuentren. Aceptémoslo, es prácticamente imposible y aunque realmente lo hagan, negaré. Odio ser descubierto, por eso no me gusta ir al psicólogo.

 

Leo y releo las líneas buscando alcanzar esa imposible perfección. Me agrada equivocarme al escribir porque siempre aprendo de las críticas. Qué deliciosa es la libertad que obtengo mezclando símbolos tan sencillos. No me divierto al obligar leer mis experimentos. Si me van a leer, busco que lo hagan con el corazón tal como me esforcé escribiendo un pedacito de mí o del otro Peter.

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