Arrocillo

Lado A

En un bus de Lima a Tacna, una pareja de otra nacionalidad viajaba en los asientos números 29 y 30. Los jóvenes, ansiosos por el almuerzo -y en vista que ya se empezaba a comer en los asientos delanteros del bus-, llamaron a la señorita azafata.

La azafata, como se encontraba sirviendo los otros platos, no podía atenderlos inmediatamente, por lo que les rogó le regalen “un ratito” para ir con ellos.

La joven pareja bautizó como “miss Perú” a la azafata en sarcasmo a la fealdad física de la misma. “¿Qué tiene esta… miss Perú? ¿Nos quiere dejar sin almuerzo?”, risas cómplices.

Al fin llegó la azafata a sus asientos, sin conocimiento de sus burlas. “Disculpa, qué hay de almuerzo”, la entonación chilena de la joven se notó. “Tenemos arroz blanco con pollo al horno” respondió la azafata. “¿No hay almuerzo vegetariano?” se preocupó la muchacha. “Lo sentimos, este pasaje no incluye almuerzo vegetariano” le recordó la azafata.

Dado que parecía quedarse sin almuerzo, la muchacha preguntó “¿y de postre?”. La azafata respondió “Arroz con leche”. El hartazgo venció, “¿¡qué!? En serio ¿qué le pasa a este país? todo lo comen con arroz. Arroz con pollo, arroz con leche, arroz con mariscos, arroz con pato. ¡No entiendo!”, no hubo mesura alguna. Para cuando acabó tal objeción ya había retumbado en los demás oídos alrededor.

Su novio comprendió la exaltación y un descuido insensato en sus palabras. Por lo que decidió susurrarle ligeras advertencias en vista a la desaprobación de los otros pasajeros, que por cierto, eran peruanos.

Haciendo “oídos sordos”, la señorita azafata continuó repartiendo los almuerzos a los que faltaban. En sus mejías, el color rojo encendido aún tiritaba de cierta indignación.

En su turno, la joven aceptó el almuerzo con un gesto de repulsión y castigo, generada quizás por la insistencia de su pareja. Almorzó. Cuidó mucho en no probar el pollo, no así, devoró todo el arroz.

 

 

Lado B

En un bus de Arica a Santiago, un grupo de señoras peruanas –que, eran de la misma familia-, viajaba en los asientos 21, 22, 25 y 26. Estas señoras, de unos 30 a 40 años promedio insistían en la cena. Así, llamaron al terramozo.

“¿Joven, a qué hora sirve la comida?”, preguntó la más “criolla”. “Dentro de unos minutos señora”, respondió cordialmente el terramozo. “Huy, es que estoy con un haaambre” bromeaba la señora, su prima le regalaba una risita cómplice. El muchacho no respondió al chiste.

Antes de dejar al joven volver a su asiento de copiloto, la señora le preguntó “¿Y qué hay de cena?”. Le respondió “Bueno, en verdad, el refrigerio consiste en un alfajor, un refresco y un emparedado”. Hubo un pequeño mutis y un consecuente aire de estafa.

“¿Qué cosa? ¿Dónde está mi mazamorra morada, mi arroz con leche…, mi arroz zambito?” le exigió la señora. Los demás pasajeros pretendieron no intervenir, la consideraron imprudente. “¿Perdón?”, rió respetuosamente el chileno. “Nada joven, usted no tiene la culpa”, lo disculpó la señora.

Una vez el joven rumbo a su asiento, la señora le increpó a su vecina sobre la comida. “Con razón que los chilenos están tan flacos, si los tienen a punta de alfajores. Pobres. ¡No qué va! Conmigo no. A mí, me traen mi arroz con leche bien calentito si no nada”. Su prima, cómplice, le daba la razón con gestos.

Esa noche, la señora aceptó su refrigerio. Cuando acabó el alfajor y el emparedado, aún pensaba en el arroz con leche.

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