Month: diciembre 2007

Muñeco de trapos, estás quemado

Un invitado especial reposa en la casa desde el mediodía. El muñeco de trapos ha esperado todo el año para hacer nuevamente su aparición.

El año pasado adoptó una forma muy mediocre: quizás hubiera sido no tan preferible ponerle una caja de panetón D’Onofrio como cabeza.

Esta vez, quiso parecer un doble del abuelo Domingo. El emblema de la familia materna y el único vínculo entre tantas personas diferentes como nosotros.

Le robó un pantalón oscuro con líneas verticales blancas y una camisa de invierno a cuadros, esas que el abuelo ya no usa por haber bajado de peso.

La idea es simple: quemar lo viejo. El abuelo, no hace más que reír cada vez que ve ‘la kagada’, como nombró Mijail al monumento de trapos comprimidos, sentada en el mueble de la sala.

En lo único que difiere ‘la kagada’ con el anciano es en el llamativo peluquín rosa que lo hace más hilarante pues la cabellera del abuelo es en su totalidad canosa.

Mi pa’ le da el toque final a la cara del muñeco, pálida por la tela, añadiendo detalles como arrugas, ojeras y defectos que lo acercan más a la vejez. La nariz roja de un clown, ahora partida, se burla de la forma de las narinas del abuelo.

Otra razón que motiva su aparición cada año es ‘quemar’ simbólicamente con él lo malo que puede haber sucedido a los miembros de la familia durante el año que finaliza.

Por ello, ‘la kagada’ viste un polo blanco encima en el que con plumón negro están escritas las descripciones más irónicas de la familia, como para burlarse de uno mismo, nadie se escapa.

Pronto estará deshaciéndose tras las brasas mientras a lo lejos en el cielo empiecen a figurarse las luces de los fuegos artificiales en toda dirección posible.

Cuando volvamos nuestros ojos sobre ‘la kagada’ habrá desaparecido y sólo cenizas quedarán acompañadas de grandes nubes de negro humo.

¡Ay muñeco de trapos!… estás quemado.

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Feliz Navidad para todos

El constante doble sonido que el transcurrir de los segundos produce le parece irritante a ella. Sin embargo, sólo trata de concentrarse en acariciar la inmóvil mano derecha de él recorriendo sus pulgares en círculos como para brindar algo de calor nocturno.

En el hospital hay poca gente a esta hora. La mayoría trata de pasar la navidad con sus familias. Algunas enfermeras de turno se mueven de un lado a otro por el pasadizo, esto es algo que no pueden evitar… los accidentes. Ella las oye pasar rápidamente, la distraen de su molestia con reloj.

Minutos antes prefirió atenuar la luz de la lámpara que le había comprado como regalo de cumpleaños hace meses. El cuarto luce sombrío ahora, pero a ella eso no le importa mientras lo tuviera más cerca.
Le pidió al doctor que lo deje pasar a su lado la noche buena y la navidad. El doctor, esta vez, cumplió la voluntad de la madre.

A su lado, escondía desde hace unas horas un paquete con envoltura de carritos, osos y coronas navideñas.
Los segundos pasan y pasan y pierde la noción del tiempo.

Sus ojos acaban de abrirse. Había dormido a su lado toda la noche. Sus manos aún lo cogen. Busca su celular para averiguar la hora, parecen ser las 11.27 pm. Falta poco.

Con dificultad, lo mira. Recuerda. ‘¿Te acuerdas cuando viste ese carrito en Saga que tanto te gustó y te dije que si te portabas bien Papa Noel te lo iba a regalar en navidad? Cuánto mérito hiciste mi amor. Te lo merecías. Tenías para entonces siete años, creo que fue una de tus mejores navidades, mucho panteón, mucho chocolate y hasta te empachaste. Me acuerdo que habías juntado la platita de las propinas que te daba tu papito para comprarme un collarcito. Mira, mira… lo estoy usando ahorita ¿ves? como a ti te gustaría’.

Aunque ella quisiera no la puede escuchar, está profundamente sedado. El estado de salud de él es deplorable. Quemaduras de tercer grado por todo el rostro y cuerpo a causa del incendio producido por un cortocircuito en la casa.
Su corazón dejó de latir al momento de despertar al día siguiente del incendio, al sentir el peso de su dolor, no poder moverse y su desfiguración. El doctor prefirió que esta noche no sufriera más y le aplicó anestesia [oponiéndose a la súplica de la madre], lo único que emitía Efraín cada noche anterior eran gritos de dolor producto de cualquier mínimo movimiento.

Al darse cuenta que no muestra reacción su hijo, ella se confiesa. ‘Te digo un secreto mi amor. ¿Sabes lo que le pedí a Papa Noel? Le pedí que te mejorara del todo. Que puedas caminar, que vuelvas a casa pronto, que pueda abrazarte sin que sufras. Que todo sea como antes… que seas feliz mi vida’.

No puede más. Sintió el nudo en su garganta al pronunciar cada palabra. Por qué la vida la ha castigado así. Todo lo que ve se opaca. Suelta su mano para poder secarse la lágrima que se desliza por su mejilla derecha. Ahora recupera la visión. Le duele el corazón aún… no aguanta el panorama otra vez.
Le da la espalda y empieza a llorar como jamás lo había hecho, no quiere contagiarle la debilidad. Es un momento encontrado entre el enojo, la impotencia y el dolor. Golpea sus piernas tres veces, respira hondamente y secándose las lágrimas vuelve hacia su hijo con voz frágil. ‘Tengo suerte de que aún estés acá mi amor’.

De pronto, en la calle se empiezan a escuchar los cohetecillos reventarse a lo lejos. Los niños pasan corriendo por las avenidas gritando de alegría.

‘Ya es Navidad’ se dice. Se le acerca lo más que puede a Efraín con el paquete a las espaldas. Colocando el obsequio a un lado vacío de la cama, susurra. ‘Feliz Navidad Efri’. Un beso en el aire se queda. Leer más