El reconocimiento de las lenguas de señas como verdaderas lenguas es relativamente reciente, finales de la década de los ochenta del siglo pasado, y su estatus como parte del patrimonio lingüístico de una nación es más tardío aun. En el caso de México data del 2005, y la consecuencia de no valorar la lengua de señas como cualquier otra lengua natural –al menos durante las últimas décadas– conlleva a discutir al menos dos puntos importantes: el derecho de los niños sordos a adquirir la lengua de señas como su primera lengua y el acceso a la educación a partir del uso de esta lengua. (Cruz Aldrete, 2016, p. 14)
En el año 2007, en el XV Congreso mundial de la “Federación Mundial de Sordos”, un lingüista y profesor de la Universidad de Alicante, Ángel Herrero, citando a Lorenzo Hervás y Panduro (sacerdote jesuita español, cultivado en disciplinas como arquitectura, medicina, filología y astronomía), expresa que para Hervás la gramática de la lengua de signos es congruente con la gramática de todas las lenguas del mundo, que presenta rasgos que están en las lenguas del mundo, por ejemplo, descubre que no tiene artículos, como el latín; que tiene clasificadores como muchas lenguas amerindias, que tiene tiempo sin flexión como el chino…; descubre eso, pero va más allá y propone que las lenguas de signos son la verdadera lengua natural de la humanidad y que su gramática es la esencia de todas las gramáticas.