El lugar más apagado de la ciudad, el único poste de luz en toda la avenida. La noche más fría, sin saber dónde me encuentro. Hay alguien a veces, tu brazo apretándome, a veces me hace feliz.
-Que no, que no pasa mi carro- la sombra en el poste me mira, ojos grandes, enormes como galaxias vacías, más negros que esta noche, el laberinto en su cabello que encuentra solución en sus cejas. Ven y abrázame que tengo frío.
-¿Y ese no es tu carro?- me inmobiliza, es demasiado rojo en un rostro, la curva perfecta, una función cuadrática hermosa, sin dominio ni rango establecido, así de infinita, cómo presiona arriba contra abajo, cómo me hace feliz.
-No, no es mi carro- Ya estoy otra vez en sus brazos, o su brazo, él me sostiene, algo así. Apenas lo toco, pero es suficiente para tocarle en lo más profundo.
La luz vuelve, las horas pasan y aún no me he ido.
-¿Te acompaño a tu casa?
-No- es que quiero pasar la noche aquí, en tus brazos (brazo) olfateando tu ropa sin que lo notes -no te preocupes- buscando calor en tu cuerpo y luego alejarme unos pasos, danzar hacia la pista y decirte otra vez que mi carro no ha llegado.
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