Nunca le dije perro por puto, confiaba bastante en su fidelidad. Le decía perro, pues porque parecía un perro, todo flaco y larguirucho, era todo un Galgo. Gracias, perro, porque compartimos cosas tan pequeñas y preciosas el tiempo que estuvimos juntos, porque nos echábamos a dormir en mi sillón que era súper chiquitito y no sé qué acrobacias hacíamos, pero nos acomodábamos y dormíamos, abrazados, sin importar el dolor de espalda. Porque para ti yo siempre cantaba bonito. Porque estuviste en uno de los momentos más grises de mi vida y me ayudaste a manejarlo. Porque me enseñaste que debes ayudar desinteresadamente a las personas cercanas. Porque te zampabas todos los videos estúpidos que te enseñaba. Porque me dejabas dedicarte canciones sufridas de mi Mon. Porque cocinabas conmigo aunque no sabías (y yo tampoco). Porque me dejabas pellizcarte toda la cara para sacarte espinillas. Porque eras mi coach cuando íbamos a correr (tú no corrías, solo me mirabas correr). Porque después de correr me invitabas a comer pan con chicharrón. Porque me enseñaste películas increíbles como Memento o El Silencio de los Inocentes. Porque te tomabas fotos lindas conmigo aunque no te gustaban las fotos. Y un millón ochocientos mil veintisiete cosas más. Qué suerte haberte tenido conmigo y haber sido tan feliz.
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