En realidad no sé, solo lo sentí. Mi anochecer eran mis ojos entre húmedos y cerrados. Mis estrellas, las pelusas de su polo a rayas. La luna era su nariz.
Es tu hombro tibio cuando brillan mis ojos y en las sombras no quiero distinguir a nadie más.
Solo Dios sabría por qué me tomaba tanto tiempo aclarar mis dudas sobre amores pasados. Yo empezaba a entenderlo.
Decidí separarme un poco, mientras su mirada se tornaba triste. “Ya no llores”, pude escucharle apenas. Y obedecí. Quizás solo porque aún me abrazaba. Quizás solo porque sus ojos negros y saltones captaron mi atención. Quizás solo porque empezó a separar sus labios rápidamente dibujando una sonrisa, cegándome un poco. Dios, ¿qué pasta dental usa? pero recordé que sus dientes no son tan blancos, es solo el efecto al contrastar con su piel y bueno, es de noche. “¿Ay, niña, es por eso no?” sostuvo la sonrisa en su pregunta. Lo miré extrañada “¿eso qué?”. Alzó la ceja derecha con la boca entreabierta “eso pues”. No pude contener la risa ante su expresión, “¿eso qué?”, apenas me entendió. “¿De qué estamos hablando ah?” empezó a reír ni bien terminó esa última frase. No habían más lágrimas bajo mis mejillas, no había nada ya. Es que las risas con él eran de esas en que cierras los ojos y no puedes detenerte, me empezaba a doler la barriga. Pero el silencio llegó y, con él, mi autobús.
No, no me aprovecho de ti. No, no solo quiero verte porque es divertido. Hay una gran diferencia entre divertirte con alguien y que te haga feliz. Y no sabes cuán feliz soy yo al tenerte cerca.
Al llegar a casa y escribir todo esto, descubrí que puedo mirar a otro lado y encontrar cosas aún más hermosas de lo que esperaba.
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