-La mataron- casi un susurro, Judas dio algunos pasos como en círculos, ambas manos en las sienes tratando de explicarse para sí mismo quién había sido capaz de acabar con su vida y, quizás más importante, por qué.

Tenía los ojos bien abiertos y las pupilas dilatadas, las ojeras de siempre. Un poco de cabello cubría algunas marcas en su frente, algún raspón quizás, y solo el peinado hacia un lado, nada diferente en eso. Los labios resecos y apenas separados, daba la impresión de que habría querido decir algo en otras circunstancias. El cuerpo se encontraba tendido sobre el gran y desteñido sillón negro y apenas se distinguía de él. Nunca le gustó realmente usar ropa negra, así que probablemente haya sido su asesino quien le vistió de esa manera.

-¿Quién lo hizo? O sea, ¿por qué alguien lo haría? solo no sé- así se ahogó Mary en un llanto que se perdía con cada respiro de él.

El más simple escenario componía la sala comedor en la que se encontraban. Una pequeña y cuadrada mesa de madera, avejentada al igual que las únicas tres sillas fuera de lugar. Una gran jarra de plástico con agua hasta la mitad, un solo vaso vacío. Otros dos sillones al rededor. La luz apenas atravesaba las cortinas sucias mediante la gran ventana con los pestillos oxidados. El perro negro de la entrada seguía ladrando y el pequeño conejo, su mascota más reciente, daba vueltas entre los pies de los observadores, mientras el viento más helado inundó la habitación por unos instantes que parecieron eternos en la quieta mirada de Ani.

-No creo que se hayan sentado a conversar, ¿quién crees que haya tomado agua?

-Ella no, nunca lo hacía, solo Coca Cola. ¿no habrá…- Mary se detuvo por un instante. El roedor intentaba morder el pie izquierdo de Ani y empezó a saltar cayendo en la desesperación -¿el conejo está bien?

-Es coneja, y no sé, creo que está resfriada.

Sus movimientos eran muchos más bruscos, danzaba en el suelo como retorciéndose, abriendo y cerrando el hocico constantemente, como un ritual.

-¡Judas, algo le pasa!- él solo atinó a seguir mirando al animalito.

El conejo ahora se movía más despacio, parecía cansado, le costaba respirar y de a poquitos todo ya era rojo, una línea de sangre por su mandíbula que opacaba su pelaje blanco y el falso piso. Ya no se movía.

-¡Judas! ¡Judas! ¿qué carajos está pasando?

-Todo es muy claro ahora. Cálmate. Quiero que te calmes- Le tomó por los hombros con firmeza, mirándole directo a los ojos. -A Ani no la mataron. Le quitaron las ganas de vivir-

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