Los traviesos colores del cielo juguetean a las seis, morado, naranja y gris. El intenso frío estremece la ciudad, así que no es extraño ver por estas calles personas usando gorros, chalinas, guantes u orejeras, y tampoco lo es ver a estas mismas personas con los ojos tristes y el semblante gris, pero esto no se debe al frío invierno: hace más de 3 meses se ha instaurado un nuevo gobierno regional y la corrupción que ha desatado en este corto tiempo es abismal, lo que ha conllevado a que se cancelen varios noticieros y desaparezcan aún más reporteros; todos los ciudadanos sienten gran indignación ante lo que ha venido sucediendo, bueno, no todos, porque están los del canal nacional, ellos se han dejado manipular por el nuevo sistema y han sido recompensados, son una mierda. Por otro lado, en un pequeño y decidido grupo de personas, la… indignación se ha vuelto rabia, y, consecuentemente, anhelo de justicia, ¡sí! Nosotros vamos a instaurar el orden nuevamente, y hoy es el día.
El lugar clave para mi propósito está cerca, el jirón está doblando la esquina, acelero el paso, mi respiración sigue el ritmo… puedo controlar esto. Ya puedo ver esa gran puerta abierta de par en par, es de madera, color café, y tiene talladas algunas imágenes celestiales; lo que deja al descubierto es una brillante y amplia sala de recepción, muchas personas que usan ternos y vestidos, conversan entre ellos, alguno que otro me queda mirando ¿será el sombrero? Menos mal que me vestí para la “ocasión”; una esbelta mujer se me acerca, sus cabellos son dorados, lacios y largos, y adornan su alargado y maquillado rostro, lleva puesto un largo y ceñido vestido sin mangas de color azul oscuro.
– ¿Puedo ayudarle en algo? – ella sonríe amablemente, sus pequeños ojos color miel se clavan en los míos, como apurando mi respuesta.
– E-El bar… por favor – ¡Arghh! ¡Puedo controlar esta situación!
– Claro, sígame – casi no puede evitar reír ante mi nerviosismo, se dirige hasta una enredada escalera que lleva hasta el sótano, yo la sigo obediente –. Abajo está el bar, que lo disfrute – con la cabeza, ligeramente, hace un ademán de despedida, sonríe otra vez y se retira a la sala inicial.
Bajo las escaleras, blancas y relucientes, hasta llegar al pequeño y oscuro bar que no muchos conocen; en las elegantes paredes de piedra blanca, uno puede ver cuadros horripilantes de los miembros del nuevo gobierno regional, en un rincón está la barra, y detrás de ella, unas cinco personas, unos atienden clientes, otros conversan entre ellos, alguien seca algunas copas con delicadeza… es una hermosa muchacha de grandes y soñadores ojos negros, su piel es blanca y aporcelanada, tiene el cabello castaño recogido en una cola de caballo, hace que el aburrido uniforme de bartender tenga un brillo especial; me acerco a la barra intentando parecer tranquilo, tomo asiento y me quedo mirándola un rato, espero no parecer un tonto.
– Buen día – me saca del trance en el que empecé a sumergirme, mientras sonríe cálidamente.
– Buenos días – sonrío torpemente sin dejar de mirarla.
– ¿Qué le sirvo? – su sonrisa refleja paciencia, podría tardar horas en responderle, con tal de seguir viéndola sonreír.
– Una Coca Cola personal, por favor ¬–me mira extrañada e intenta articular una pregunta, pero solo sonríe nuevamente y va por mi pedido.
Un suspiro escapa de mis labios, no pasa ni medio minuto y ella está aquí de nuevo, destapa la botella cuidadosamente y me sirve un vaso de gaseosa con gracia y elegancia.
– Aquí tiene – sigo viéndola, pero su atención está ahora en nuevos clientes.
<< Buen día, muchachos >>, esa voz fuerte y ronca me trae nuevamente a la realidad, volteo y lo que veo me hace recordar por qué estoy aquí, por un momento, lo había olvidado. Los bartenders responden el saludo y dos de ellos atienden al recién llegado. De pronto, siento como si estuviera hirviendo por dentro y recubierto de hielo al mismo tiempo.
– ¿Está usted bien? –ella lo ha notado… ¡Carajo, yo puedo controlar esto!
– Sí, claro –le sonrío y no miro más al recién llegado.
– El gobernador suele venir aquí, es un hombre gentil –dice ella sonriente, mientras seca algunas copas.
<< ¿Cómo va la implementación del canal nacional, señor? >>, pregunta un bartender.
– Un hombre gentil, eh… – la presión arterial sigue jugándome una mala pasada.
<< Bastante bien, hemos conseguido equipos para telecomunicación muy modernos, y la ampliación del estudio está casi por terminar, cada centavo invertido vale la pena, es para darle lo mejor a la población >>
– ¿Escuchó eso? La implementación del canal nacional va muy bien –. Hasta parece entusiasmada.
– Ya veo… mi padre era reportero –una sensación de vértigo se apodera de mí, solo atino a ver la hora en mi reloj de pulsera en mi mano izquierda –. Yo tengo que irme, me están esperando afuera.
– Oh, ¿lo esperan sus amigos? –me muestra esa bella sonrisa por última vez.
– No, mis camaradas –acomodo mi sombrero y salgo del lugar con prisa, pero no la suficiente como para llamar la atención.
Estoy en el lugar del comienzo, sintiendo el calor del infierno por dentro, y a la vez una gélida cobertura, mis ojos arden y el nudo que se ha formado en mi garganta apenas me deja decir
– Está ahí, acaben con todos –. Mientras veo como 17 hombres armados se dirigen al lugar en el que estuve hace unos instantes, por justicia, por venganza, qué más da.
Miro el cielo y los colores están quietos, morado, azul y gris. El intenso frío ya no estremece la ciudad, el olor a sangre la ha calmado.
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