Atrapados en el frío martes están, uno a la mesa, una más, rodeados de muchos otros que también almuerzan al aire libre, afuera del gran comedor central. Son casi las 2, aunque el apagado cielo da la impresión de que es de madrugada, los minutos apenas se sienten, los dos almuerzan tranquilos. Él no es tan alto, tiene el pelo negro y, desordenadamente, bonito, sus grandes y profundos ojos encierran misterios que se tiñen en café, su armoniosa piel es suave y clara, casi amarilla. Es frío, escéptico y serio. Muy diferente a su compañera. Ella es afable, confiada e infantil, es un poco más baja que él, tiene el pelo marrón y corto, lacio o rizado, quién sabe, sus ojos son de chocolate, contrastando con su triste piel. Se conocen desde hace tiempo, comparten algunas clases, y suelen almorzar juntos. Pero este almuerzo no es como los demás, se siente la tristeza. Tristeza por el día de ayer. Ayer él fue sincero y ella entendió. Ayer él pidió perdón y ella perdonó. Ayer ella quería que sus besos tengan la dulzura habitual, permanecer en sus brazos por siempre, y que la noche no acabe, de lo contrario, quería despertar y descubrir que seguía siendo dueña de ese corazón café. Ayer, él no soportó verla sufrir por su culpa, quería desaparecer, y si no, quería ser odiado por ella, así ella sufriría menos. Hoy están juntos almorzando. Ella deja su tenedor sobre el plato casi lleno, él está comiendo con prisa. El murmullo perenne, personas conversando alrededor. Ella lo mira, busca su mirada café y se pierde en ella; él sigue comiendo rápidamente. Un par de palomas trinan. Ella no entiende por qué sucedió, si el corazón chocolate siente que él es la persona para ella, él se da cuenta de que ella ha dejado de comer, y clava su mirada en los ojos chocolates. El contacto visual. Están convencidos de que quieren regresar a ese lugar que solo ellos conocen, ella quiere ser para él, él sabe que nacieron para ser amigos. “Ani, dijiste que estaba rico, come”, dice él, sin dejar el contacto visual, los ojos cafés se tornan melancólicos al notar lo que sienten los chocolates. “Esa mirada la conozco, Ani…”, apenas puedo escuchar lo que él dice, empiezo a llorar.

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