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Como trabajo final del curso, los alumnos deben presentar una crónica en la que relaten su experiencia en la Clínica y sus impresiones a partir de los casos llevados por ellos en el semestre. En esta ocasión les compartimos la nota de Aldo Santomé, ex alumno del curso y (hoy) egresado de nuestra Facultad.

 

De todos los casos en los que pude revisar en estos cuatro meses apoyando en la Clínica Jurídica me llevo un grato recuerdo de todos. Sin duda alguna, cada caso que pude ver tenía una lección de vida escondida, que no hacía sino que yo me interesase más y más. Si bien no en todos los casos pude entablar una conversación directa con el usuario, esto no fue impedimento para no sentir el mismo compromiso, y es que, como lo explicaron el primer día de clases, la misión de nosotros ese semestre en la Clínica es poder ayudar, si quiera en lo poco, a conseguir un verdadero punto de quiebre en lo que respecta al trato que reciben actualmente las personas con discapacidad en éste país.

Recuerdo la primera vez que me tocó entrevistar a un usuario como parte de mi labor en la Clínica. Días antes me habían comentado algunas cosas breves sobre el usuario que iba a venir, pero cosas no muy específicas. Esos días, con mi grupo, de trabajo comenzamos a idear una serie de preguntas para poder realizarle al usuario y, de ésta manera, poder tener un panorama más completo sobre los hechos.

El usuario se llamaba Horacio Tapia[1] y venía acompañado de su esposa. El señor Tapia era una persona con discapacidad física, por lo que permanentemente tenía que usar una silla de ruedas eléctrica para trasladarse.

Durante la entrevista me contó lo siguiente: que hace unos meses, una de sus hijas le había regalado una entrada para un concierto en la explanada del Estadio Monumental, el señor, al ser un fanático de la música, quedó maravillado con la idea de poder asistir a dicho concierto tomando en cuenta, además, que la entrada que le acababan de regalar era correspondiente a una zona muy cercana al escenario.

El día del concierto, menciona el señor Tapia, llegó con mucho tiempo de anticipación al lugar del concierto con sus hijas; sin embargo, no sospechaba todas las complicaciones que tendría a partir de ese momento. En primer lugar, mencionó que tuvo problemas al momento de tratar de acceder a la explanada, puesto que el cordón policial que se había formado alrededor del Estadio no dejaba que el vehículo donde se desplazaba el señor Tapia se acercase al Estadio,  y es que los policías no tomaron en cuenta su discapacidad como para darle la facilidad de hacer pasar su vehículo. Después de varios minutos intentando hacerles comprender que el señor, al ser un persona con discapacidad,  necesitaba que su vehículo lo dejase lo más cerca posible de la explanada del Estadio (puesto que de lo contrario tendría que recorrer un aproximado de ocho cuadras desde el cordón policial hasta el lugar del concierto  con su silla de ruedas y exponiéndose al frio de la noche), consiguieron que el vehículo del señor Tapia pasara.

Posteriormente, el señor Tapia cuenta que al momento de buscar acceder a su zona, notó que los accesos por donde tenían que entrar las personas con discapacidad no se encontraban debidamente señalizados, por lo que pasó un buen rato tratando de averiguar por donde es que tenía que acceder. Cabe destacar que todo esto ocurría ante la pasividad del personal de la empresa encargada del concierto, que también desconocía las rutas de acceso para las personas con discapacidad.

Una vez encontrada la zona, el señor Tapia cuenta que se dispuso a instalarse para poder disfrutar del concierto; sin embargo, cuenta que en ese momento se le acercan miembros del personal de seguridad y le indican que la zona para personas con discapacidad se encuentra en otro lugar de la explanada, por lo que tenía que trasladarse allí, incluso frente a los reclamos del señor Tapia y su familia;  finalmente, el señor fue trasladado la zona ambientada exclusiva para personas con discapacidad que se encontraba no solo más lejos del escenario, sino también lejos de los demás miembros de su familia que lo acompañaban ese día.

Finalmente, también cuenta que, por si eso no fuese poco, cuando durante el desarrollo del concierto tuvo que ir a los servicios higiénicos, no pudo acceder a ellos puesto que en la puerta del baño para personas con discapacidad se encontraba una grada que le impedía el acceso a su silla de ruedas.

Una vez acabada la entrevista, le dije que trataríamos de estudiar bien el caso para poder idear la mejor estrategia, lo cual me agradeció amablemente. Sin embargo, lo que más me llevó la atención vino después. Como el señor y su esposa no conocían la Universidad (lugar donde se llevó a cabo la entrevista), no sabían cómo llegar al estacionamiento donde tenían estacionado su vehículo, por lo que me ofrecí para acompañarles. Durante el trayecto el señor Tapia me fue contando que esa no fue la primera vez que le pasa ese tipo de cosas, que siempre desde chico ha tenido que lidiar con que en cada espacio público encuentre trabas y  dificultades de accesibilidad, lo cual le dificulta mucho su vida cotidiana y familiar, puesto que me contó que incluso a veces no quiere salir con su familia pues sabe los momentos incómodos que podrían tener a causa de dichos inconvenientes. Una vez llegamos al estacionamiento me dijo una frase que hasta el día de hoy resuena en mi cabeza: “Joven, ya estoy cansado de todo esto, realmente estoy cansado”.

Esas últimas palabras antes de despedirme de él fueron las que me movieron buena parte del semestre para tomarme un poco más en serio el trabajo que se hacía en la Clínica. Me ayudó a tratar de comprender mejor la difícil situación que pasan a diario las personas que tiene algún tipo de discapacidad. Y es que muchas veces, uno peca de apático y piensa que por que toda su vida éstas personas han tenido una discapacidad, ya estarían acostumbradas a recibir un trato indiferente por parte del resto de la sociedad. Pero no hay cosa más errada. El testimonio del señor Tapia me hizo darme cuenta de ello.

Y me di cuenta de otra cosa. El señor Tapia pertenece a una clase socioeconómica alta, es decir, puede que dinero no le falte (por ejemplo, no es casualidad que él cuente con una silla de ruedas eléctrica, que tenga un buen trabajo, que pueda haber accedido a una buena educación y que viva en una zona acomodada de la ciudad); sin embargo, esto no evita que diariamente sufra cada vez que va a un restaurante, un cine, un concierto, o cualquier otro lugar debido a la poca conciencia que hay en ésta ciudad sobre el respeto y consideración que merecen las personas con alguna discapacidad. Y es que, realmente, la indiferencia ante las personas con discapacidad no conoce de clases sociales.

Lastimosamente, después de la mencionada entrevista no he tenido la posibilidad de volver a tratar en persona con el señor Tapia. Solamente nos comunicábamos por correo electrónico para comentarle nuestras conclusiones sobre su caso, cómo pensábamos plantearlo y para mostrarle la demanda que elaboramos con la finalidad de presentarla ante INDECOPI. Pero, a pesar de no haber podido hablar con él, la frase que me dejó en el estacionamiento de la universidad ese día, fue la que seguía dándome vueltas mientras elaborábamos los escritos.

Si algo me llevo de la Clínica es eso: que hay mucha gente que  “está cansada” de no recibir un trato idóneo por parte de la sociedad; que hay mucha gente que “está cansada” de estar sufriendo diariamente por utilizar el transporte público; que hay mucha gente que “está cansada” de no poder compartir momentos con su familia porque la zona para discapacitados se encuentra en un sector aparte; que hay mucha gente que “está cansada” de no poder ir a algo tan esencial como un baño por culpa de una rampa que nadie pensó en colocar; que “está cansada” de ver cómo su familia sufre al ver el trato que recibe de parte del resto de personas, etc.

Doy gracias porque todavía haya esté tipo de espacios dentro de la Universidad, donde alumnos puedan sentirse y ser parte de un verdadero cambio en el país en relación al trato hacia las personas con discapacidad, que es bien sabido es una de las poblaciones vulnerables que sufre diariamente tratos diferenciados arbitrarios.

Ya para finalizar, solo queda exhortar a cualquier alumno de la Facultad a llevar el curso de Clínica Jurídica en Discapacidad y Derechos Humanos, puesto que, más allá de ganar conocimientos legales de mucha utilidad práctica, uno se encuentra con un lado de la sociedad que muchas veces queda en el olvido. Es realmente allí, en ese encuentro con el olvidado, donde uno se da cuenta que uno recibe más de lo que da, que la sensación de colaborar con un verdadero cambio en tu país vale la pena,  le hace a uno darse cuenta la verdadera función de un abogado: luchar por verdadero respeto a los derechos de todos los individuos, de no olvidarse de nadie, de no olvidarse de los “cansados”.

 

[1] Los nombres correspondientes al caso de educación inclusiva han sido cambiados para proteger su identidad.

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