La mercantilización del afecto

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Un joven simboliza su amor utilizando una mole gigante de peluche y unas plantas muertas (para ser específica: un oso y rosas). ¿Esto debería ser noticia? Lo real es que fue noticia y el mercado y la sociedad reaccionaron de diversa manera y la única intersección fue la mercantilización en torno a lo de siempre: la mujer y sus afectos. Y de la única manera que saben: con violencia y sólo con la voz del hombre.

Por un lado, el mercado presenta (al toque) otras alternativas para que este joven y en general los hombres de nuestro país simbolicen su afecto: la empresa de condones GENS no tuvo mejor idea que colocar “ellas quieren otra cosa”, en alusión explícita al sexo y colocando como centro (para variar) al hombre. Las tiendas por departamentos pusieron en “oferta” a los inmensos osos de diversos tamaños que no representan absolutamente nada más que el precio. Así también, una empresa ofrece clases de manejo (para que él – el hombre – no haga roche) y hasta la Feria del Libro se apuntó con la publicidad de “ellas quieren libros”. El mercado “sabe” lo que queremos las mujeres, nuestros afectos y conductas, y lo coloca en sus términos.

Me pregunto: en este mercado ¿Cuál o cuáles son los valores de uso? Y ¿Cuál o cuáles son los valores de cambio? Y quiénes participan como sujetos (con opinión y capacidad de decisión) y qué o quiénes son el objeto en dicha transacción. Y la cuestión que llega a ser hasta social: aceptar o no participar como usuarias finales objetivizadas en esa transacción del afecto. Si no aceptas el oso, las rosas, los libros o el condón, eres juzgada de manera violenta. Tanto así, que la chica involucrada (sin desearlo) en el show del peluche gigante y las flores muertas fue agredida en su privacidad y descrita de las peores formas por los “solidarios” soldados del amor que no aceptan un NO por respuesta y defienden a sus “soldados caídos”. Pensar el amor y los afectos desde las trincheras, desde la guerra, desde posiciones de poder y bajo fetiches del amor (representados por el mercado): es un retrato de nuestra sociedad mercantilizada y violenta que designa roles diferenciados a hombres y mujeres y donde el respeto se compra y la decisión de una mujer se convierte en un show mediatizado, público y viralizado.

Cuando las mujeres aprendemos a decir NO, la sociedad debe respetarnos. Y  el respeto jamás tendrá mercado, por no tener valor de cambio ni espacio de transacción y porque para empezar no coloca como objeto a ninguna de las partes.

Un libro misógino en la sección de remate

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Cuando miro la prensa y sus imágenes y símbolos, y entiendo cómo representan a muchas mujeres, no puedo sino indignarme. En el diario más vendido, “Trome” del grupo El Comercio, las famosas “malcriadas” son mujeres semidesnudas con una breve descripción, el nombre (no completo) y un texto que resalta su belleza fìsica, lo que no está mal pero no expresa nada más: ni sus apellidos, ni lo que piensan sobre algún tema específico… Y es que no importa: ellas son solo un cuerpo.

¿Es sólo el Trome? No. Le siguen otros diarios, otros medios de prensa como “Caretas” también con una calata o semicalata anónima, sin discurso, sin voz. Y también están los progresistas como “Hildebrant en sus trece” con su “Imagen inolvidable”, siempre una semicalata, a la cual sí le colocan el nombre y una breve anécdota. ¿Acaso importa algo más? ¿Acaso importa su discurso? ¡No! Es el cuerpo, es la mujer como cosa, como fetiche.

Pensé verlo todo, pero ¡no!

En la sección remates de una librería estaba la peor oda al machismo asqueroso y burdo, un pretendido “homenaje” a “50 peruanas de bandera” que es en realidad una burda descripción de mujeres peruanas vistas como un postre, una carne, un plato a ser devorado, lamido, mordido, en las tetas, el culo, mentón y todas partes, según palabras del autor. El pedazo de carne del deseo. Lo más absurdo de todo es que este libro de remate fue “primicia” en el 2014 y encontré para mi sorpresa artículos como el de Patricia del Río y una infeliz entrevista de Renato Cisneros minimizando la carga de misoginia, sexismo, objetivación de la mujer desde una redacción jerárquica y llena de prejuicios racistas y clasistas.

Se trata de un libro que lejos de homenajear, aturde con su léxico de matón de barrio, de acosador en espacio público, de incitador a la violación, claro, porque “hay que servirse no más”, la mujer es un plato, una receta, un tip para comer mejor.

Nada me sorprende en un país donde se ha normalizado el maltrato a las mujeres. Si 7 de cada 10 de nosotras ha sufrido maltrato, violencia o agresión, lideramos este rubro en Latinoamérica. Este adefesio de libro es de Hernán Migoya, tremendo misógino que ha encontrado en nuestro país el ecosistema social ideal para vomitar todos su prejuicios y recibir aplausos.

Recomiendo el artículo de Ginno P. Melgar en la mula