Pizango y Berenson: cosas en común

Muchos que lean el titulo de este post seguramente asumirán que lo común que existe entre Lori Berenson y Alberto Pizango es que ambos son terroristas, que constituyen un peligro para el país, que qué hacen aquí en el Perú y todos los otros argumentos que desde hace unos días vienen propalando diversos medios de comunicación, haciéndole el juego a algunos sectores políticos interesados en remover el miedo entre la gente para así ganar mayores adherencias a sus postulaciones. Sin embargo, si bien ambos comparten el ataque de los medios y de estos sectores, no es eso a lo que haremos referencia.

Otros, mejor pensados, asumirán en todo caso que lo que comparten Berenson y Pizango es el apoyo internacional de que ambos gozan, lo que de alguna manera está deteniendo al gobierno para adoptar posiciones más drásticas hacia estos personajes. Porque por más que el APRA le esté echando los perros a Toledo por facilitar beneficios penitenciarios a los terroristas, o a la jueza León por computar mal los términos para darle el beneficio de la excarcelación a Berenson, lo cierto es que hasta ahora ha preferido respetar la legalidad de este fallo, lo que en algún momento puede ser utilizado por la oposición para meter al gobierno en el mismo saco de favorecer al terrorismo. Sin embargo, tampoco es por este lado por el cual queremos expresar nuestra opinión sobre ambos casos.

En realidad, algo que comparten ambos personajes y sobre lo cual no he escuchado mayores comentarios, es el hecho de que ambos expresan la falta de un proceso real de reconciliación en el país. Y es que parecemos un país al que le gusta arrastrar sus rencores y sus penas, mantener sus enfrentamientos y sus conflictos, los que solamente son resueltos en la superficie pero nunca de manera profunda, de manera tal que nuestras distancias, quiebres y rupturas sociales y culturales siguen y seguirán siempre abiertas, porque lo cierto es que ningún sector parece tener mayor interés en reconciliarse con los demás.

Esta situación, sin embargo, no puede ser achacada solamente al gobierno o a la clase política. Por ejemplo, ni Lori Berenson ni los dirigentes del MRTA –salvo que la memoria me falle- han pedido alguna vez perdón al país por sus crímenes, ni han planteado participar en la vida política respetando los marcos de convivencia democrática y del Estado de derecho, tal como han hecho antiguos grupos subversivos en otros países. Y los resultados de ello saltan a la vista: mientras aquí existe temor solamente de que la Berenson salga de la cárcel y se vaya a vivir a Miraflores –a pesar de sus declaradas intenciones de dedicarse a la panadería y a su familia-, en Uruguay se acaba de elegir a José Mujica –uno de los fundadores del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros- a la Presidencia de la República, algo así como si aquí en el Perú eligiéramos a Víctor Polay al mismo cargo.

Por parte de Pizango, ni éste ni AIDESEP han pedido tampoco perdón por lo ocurrido en Bagua, esperando de un lado los resultados de las comisiones investigadoras y de otro lado manteniendo una actitud de víctimas, como si no hubiera estado en sus manos evitar gran parte de la violencia y de las muertes que se produjeron en esos días. Por ejemplo, ninguna organización ni líder indígena ha dado una respuesta clara acerca de la desaparición del mayor PNP Felipe Bazán, a pesar de los múltiples pedidos al respecto. De esta manera, se dejan vacíos que hacen dudar de la verdadera actitud del sector indígena, el que solo se limita a solicitar el perdón para Pizango pero sin permitir que se conozca toda la verdad acerca de lo ocurrido.

No quiero, sin embargo, que lo que escribo suene a echar la culpa a estas personas y su entorno. Ellos deben tener sus motivos para las posiciones que asumen. Lo que me interesa resaltar es, más bien, que la posibilidad de iniciar un proceso verdadero y profundo de reconciliación no puede darse mientras todos los sectores involucrados crean que es mejor seguir en conflicto, echarle la culpa al otro que asumir su propia responsabilidad, y evitar la verdad –en tanto me perjudica- que echar luces sobre todo lo ocurrido en estos años en el país. Y en este punto, la responsabilidad del gobierno –en realidad, de todos los gobiernos que se han sucedido desde el final de la violencia política- es clamorosa. Por ejemplo, ningún gobierno hasta el momento ha hecho defensa alguna de los resultados de la CVR, y solo a regañadientes ha asumido algunas de sus recomendaciones. Asimismo, el manejo de los diversos conflictos sociales que se han sucedido en el país se ha enfocado en llegar a acuerdos que muchas veces no tienen mayor sustento, y a establecer Mesas de Diálogo que no tienen una orientación clara sobre qué dialogar o si los resultados de sus diálogos los llevaran a alguna parte.

Siendo así, creo que si hacia algo debemos apuntar en un futuro cercano, si queremos mantener nuestra convivencia como país, es el iniciar un proceso de reconciliación nacional que nos permita ir curando nuestras heridas y cerrando las innumerables brechas que aún afectan a nuestro cuerpo social. De nada nos sirve la convivencia fracturada en la que nos encontramos hoy día, en la cual los miedos colectivos pueden ser movilizados en cualquier momento y que suelen culminar en actos de violencia de los cuales luego nos lamentamos, o que volvemos a utilizar para azuzar nuevos enfrentamientos en un círculo perverso sin fin.

El camino para esta reconciliación, sin embargo, no es nada fácil ni menos algo que se pueda alcanzar en el corto plazo. Las estrategias para ello además pueden ser muchas: puede iniciarse, por ejemplo, procesos locales de reconciliación para luego llegar al nivel nacional, o también utilizar la ruta contraria. El tema de la reconciliación debe además dejar de ser la bandera de un solo grupo o sector –como el de las ONGs- para convertirse en un tema de agenda impostergable para todos los sectores, llámense partidos políticos, fuerzas armadas, organizaciones indígenas, gobiernos regionales y locales, etc. Pero sobre todo debe haber una verdadera voluntad de escucharse entre sí, de aceptar que la versión y los motivos del otro pueden (y van a ser) distintos de la versión y los motivos que uno puede manejar, y brindar siquiera algo de confianza que los compromisos que se asumen van a ser cumplidos.

Otro punto clave es tener en claro que es lo que queremos con esta reconciliación, porque muchos asumen que una reconciliación es lo mismo que impunidad, sea para uno o para otro sector o para todos. Por el contrario, otros asumen que la reconciliación llegará solamente cuando todos los responsables de algún acto sean debida y severamente castigados. Algunos asumen que ella requiere llegar a la verdad exacta y pura, como si eso existiera en el mundo humano, en fin….Por mi parte, creo que la reconciliación debe apuntar a plantear una convivencia entre todos que asegure un nivel mínimo de confianza y seguridad, de manera tal que podamos plantearnos en algún momento objetivos comunes de largo plazo, tal como suele hacerse –por ejemplo- en una familia que ha atravesado problemas internos. La dificultad de que ello ocurra incluso en una familia muestra la dimensión de la tarea que implica hacer lo mismo en un país. Hay mucho, en todo caso, para discutir sobre esto. La cuestión hoy es, como diría Arquímedes, donde encontrar ese punto a partir del cual mover nuestro mundo.

……

Para quienes quieran leer algo sobre procesos de reconciliación, recomiendo los siguientes textos:

– Carlos Martín Beristain, Reconciliación luego de conflictos violentos (aquí)

– IDRC, Construyendo la democracia en sociedades postconflicto (ver aquí)

– Juan Pablo Lederach, Construyendo la Paz. Reconciliación sostenible en sociedades divididas (aquí)

– Kimberly Theidon, El conflicto armado interno y la política de reconciliación en el Perú (no esta disponible en Internet, pero para mayores datos ver aqui).

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