Que el chofer del Soyuz iba completamente alcoholizado se me hizo un recurso desesperado y ridículo para evitar más críticas al Ministerio de Transporte. Tal grado de intoxicación no puede justificarse en un individuo que conduzca un vehículo. Los cuestionamientos obvios vienen a la mente:
¿Qué nadie lo percibió en esas condiciones?
¿Hay testigos que corroboren que se tambaleaba y apestaba?
¿No hubo alguien que le impidiera abordar el bus en ese estado?
La verdad, no creo semejante barbaridad. Fácil culpar a un finado, criticable apoyarse en exámenes a varios días de la tragedia.
Bueno, se castigó a la empresa (más) asesina de transportes en el Perú, y ya era hora… pero el castiguito duró apenas unas horas y todo volvió a la normalidad; es decir, más y más muertos: muchos más. Peruanos viajeros de bus hay hartos.
Pero mi reflexión ahora va no a favor (lo dudo) pero sí bien en contra de los choferes en este país. Okay, les contaré una anecdotita que tenía guardada para ustedes, mi lectores de culto de este blog maldito:
Viaje Tarapoto- Moyabamba en auto
En uno de mis viajes, cuando recorría la famosa ciudad de Tarapoto, decidí visitar también Moyabamba, ubicada a unos 150 kilómetros de distancia. La manera de cubrir ese recorrido no era en bus, sino en empresas de autos colectivos. Es decir, autos compactos de modelos no muy viejos donde cuatro pasajeros pueden viajar en condiciones más o menos aceptables durante un par de horas que puede durar este viaje.
Decidí abordar el Nissan (¿1998?) en su parte delantera, junto al chofer, para poder disfrutar el paisaje que me esperaba. Y fue precisamente esta decisión la que me hizo percibir algo extraño para mí durante el viaje.
Si bien, la carretera no es una mala carretera precisamente sí existen algunos tramos donde el agua de algún cerro baja y encharca ciertas áreas que hay que pasar a baja velocidad y con el timón bien firme. Además de algunas rocas que caen de algunas paredes de piedra y que obstruyen la pista. Nada extraordinario considerando la geografía propia del lugar.
Pero era el hecho de que el chofer manejara con tanta libertad y seguridad a media carretera lo que me mantuvo tenso durante el tiempo del viaje. Es decir, mi lógica extranjera consideraba que el chofer debía de ir solamente dentro del carril derecho y evitar al máximo pasar parte del auto al otro carril. Pero mi lógica era ilógica en la lógica local. El auto podía viajar más rápido (faster is better, right?) yendo precisamente sobre la línea divisoria… y a la hora de tomar alguna curva con la mayor naturalidad invadía completamente el carril contrario.
Pues estos actos comunes de conducción tuvieron a mi pobre y cansado corazón haciendo tucucucucutún tucucucucutún a un ritmo demasiado techno durante todo el recorrido a pesar de la programación radial tan autóctona. Porque mi sistema nervioso se alteraba al percibir todos estos actos de manejo como Indebidos, Ilegales y Peligrosos. Pero esto era una mera subjetividad. El chofer con su imagen tan cool, tan Everything’s fine y los pasajeros de la parte trasera durmiendo con sus cabecitas apoyadas unas con otras me enviaban un mensaje de Don’t worry baby, be happy!
Quizá mi cara se veía así durante mi viaje.
Entonces yo, en un rato de nerviosismo histérico le pregunté al chofer si no venían autos en el otro sentido. “No, casi no” me respondió. Comprendí que mi vida dependía de un “casi” en una carretera en la ceja de selva peruana y me quedé callado tratando de recordar algún rezo… y sólo recordé la canción de Charly García.
Una carretera solitaria no da permiso de invadir el carril contrario.
Culturas de manejo
Comprendí entonces situaciones muy especiales que a continuación expongo.
Uno: El número de vehículos que viajan en las carreteras de este país es relativamente muy bajo. Perú es un país donde pocas personas poseen un auto propio (algo bien opuesto a realidades como México y los Estados Unidos). Realmente no vi un automóvil de algún particular en este tramo; solamente vehículos de carga material y transporte humano.
Dos: El vivir en un contexto donde los vehículos son pocos, donde el chofer se hace chofer como empleo y no como una cualidad inherente a la persona puede dar una perspectiva muy diferente al hecho de conducir un auto.
Es decir, un ciudadano que tiene un auto propio como medio de transporte continuo su auto se vuelve parte de sí mismo. Su carro deviene su capital, su propiedad y una de sus cualidades. Proteger su auto es proteger su persona y su inversión. Una persona así quizá dadas las condiciones del contexto puede recurrir a tener un poco más de cordura y moderación cuando maneje así como a asegurar su auto, tanto para no correr un riesgo potencial de ser robado como para protegerse si resulta herido o hiere a otros en el transcurso de su vida misma.
Por otra parte; una persona que trabaja otro auto quizá no llegue a valorar la responsabilidad que esto conlleva. El sentido de responsabilidad en específico a la consecuencia de sus acciones sobre otros (personas y objetos). Alguien que trabaja meramente un vehículo puede no alcanzar a comprender el valor del objeto, el daño producido a otros (y la responsabilidad de quién va pagar dicho daño de manera monetaria, moral y penal). Un empleado del volando recibe un auto que no es suyo, no le costó; un vehículo asegurado pero que él tampoco pagó por ello y transportará personas que le son desconocidas seguramente.
Tres: Una persona o empresa que tiene autos para ser trabajados por otros debiera tener en cuenta la responsabilidad que le otorga a ese empleado. La responsabilidad entre mayor sea amerita ciertas retribuciones: manejar un vehículo lleno de personas debe asegurar descanso necesario, una paga justa (pero en la percepción del chofer y no de la empresa; claro, sin rebasar la media del mercado laboral para mostrarme equitativo), una evaluación psicológica de prevención continua.
Conclusión:
En un país donde los autos son de pocos, las muertes pueden ser de muchos. Y para ejemplos YA BASTA. ¿Estamos?
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