Fijar un tope, un límite, un fin no es algo de lo que soy muy partidario, aunque últimamente lo he tenido que hacer, tal vez por el bien de mi ya maltratada salud mental, por el bien de quienes esperan y anhelan un mundo mucho mejor en donde vivir y para aquellos soñadores que detestan la compañía. Me he puesto un límite muy de mala gana por que sé que si no lo hacía ahora muchos de mis quizás se vuelvan “tareas de díficil realización” (esta última frase la he copiado de un libro sólo que ya hace mucho que lo leí y no recuerdo cual era), deteniendo antes de que sea tarde y descubriendo, indignado, la confabulación de mis dos, hasta hace poco, irreconciliables internos (cuando digo que son internos es porque literalmente lo son, en verdad, están dentro). Les he detenido de golpe, les he adormecido (valiendome de mi 3er yo), y muy sinceramente no sé cuanto tiempo más pueda resistir el embate de esta confabulación maravillosa. Los límites que me he puesto son los límites a los que todos alguna vez llegamos y solemos tocar, prefiero mantenerme cuerdo un día más antes de enloquecer toda la eternidad, y si enloquezco quiero que sea contigo…