Alma inquieta

Estoy de muy mal humor, cansado, apesadumbrado, odioso y hasta se puede decir que me siento miserable, mucho más miserable que nunca [vaya novedad, una confesión], me he sentido muy recientemente más adolescente que antes, simple, pobre, tan joven como siempre debí ser, tan joven como nunca quise aceptarlo, razón tal vez de un poema inconcluso, sin siquiera empezarlo, y de una llamada nunca devuelta; habré, pues, de empezar por lo primero, el poema.


A los jóvenes caídos en Molinos

Muchas veces ya, los jóvenes han querido cambiar el mundo
me ha pasado por la cabeza a mí y quizá a todos
en algún momento

No es novedad, pues, indignarse ante el sufrimiento y la miseria
es ya casi una tradición en el oficio de los seres pensantes que se hacen llamar
hombres humanos

Es casi una tradición que se extingue, que se apaga sumergida en la ambición
tener más, querer más, poder.
La llama de la revolución ya no brilla en los ojos noveles
es ahora más el pasado, la antigüedad, una época, una generación
otrora impulsada por el sueño socialista hoy consumida por la “modernidad”

¿A dónde fueron los sueños, los anhelos, las aspiraciones de una sociedad mejor?
¿A dónde fueron los jóvenes que querían cambiar el mundo?

Sus cuerpos ya inertes y la sangre derramada en vano no serán
la llama de la revolución aún no se extingue
aún brilla en los ojos fervorosos de los elegidos
los ojos de una nueva generación

Las campanas de la iglesia pronto gritarán REVOLUCIÓN
y el comienzo de una nueva era iniciará

El poema ya ha sido consumado, mi alma ahora está en paz, la llamada ha sido devuelta, yo fui el que no respondí, desolación y un anhelo, mañana será otro día y yo, yo estaré muy vivo, otra vez.

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