Hace poco, desde su blog en La Tercera de Chile, el columnista Pedro Díaz me dedicó un amable artículo en el que me acusa, entre otras cosas, de manipular información a través de una lectura sesgada que yo habría hecho de un dictamen de la asesoría jurídica de la cancillería chilena y de enlodar, “además”, la imagen de un jurista chileno de “vasta reputación”. Basa su opinión, el distinguido columnista, en una entrevista que me hiciera días atrás el semanario Siete. Como quiera que el atildado caballero parece haberse autoerigido en adalid de la información imparcial, rigurosa y veraz, le invitamos cordialmente a tomar conocimiento directo de la fuente que originó aquella nota periodística, en lugar de recurrir a referencias de tercera mano, necesariamente resumidas y adaptadas en función del público objetivo. Confiamos en que su autoproclamada vocación por la información objetiva le conducirá, de muy natural manera, a compartir con su respetable lectoría las opiniones que le susciten el contacto con la fuente misma, y a corregir, de paso, algunos errores de apreciación por él vertidos en su blog de La Tercera.
Porque sucede que, para comenzar, yo no me he referido, “además”, al jurista chileno de “vasta reputación”. No, es justamente su “vasta reputación”, y en particular, su participación en la fabricación del mito de un tratado de límites, lo que constituye el eje central de mi artículo. Es más bien al dictamen de la cancillería chilena al que sólo me he referido “además”, y esto, en la estricta medida del uso – o mal uso – que de él hiciera el ilustre reputado.
A riesgo de decepcionarle, y dado de que mi investigación no aborda ni por asomo los temas en los que pierde su tiempo conmigo el señor Díaz, voy a procurar ser breve en mi respuesta.
El objeto exclusivo de mi trabajo, como ya expliqué en otro lugar, ha sido el de indagar sobre el origen de la reputación de acuerdo de delimitación, de la que actualmente gozan, para cierto sector de la opinión pública, aquellos instrumentos de la década de los 1950. Para ello, me he referido a las fuentes doctrinales, habiendo llegado a establecer:
En efecto, lo que hizo Orrego fue presentar un informe ante un foro de jurisconsultos. Dentro de ese informe, invita a sus colegas a tirar sus propias conclusiones a propósito de una frontera marítima entre Perú y Chile sobre la base de un documento (el dichoso dictamen) que él les adjunta de manera incompleta, excluyendo la parte en que el asesor admite, resignadamente, que no ha podido ubicar cuál ha sido el tratado que habría fijado los límites. Y la ubicación de ese tratado es la única excepción admisible para que el límite entre los dos países sea uno distinto a la línea equidistante.
Ahora bien, Pedro Díaz me acusa de “manipular la información” y de distorsionar “el verdadero sentido del informe”, por haber omitido “párrafos contundentes” de aquel dictamen. Y sin embargo, yo no he hecho otra cosa que comentar algunos pasajes que se encuentran, precisamente, dentro de los siete párrafos excluidos por Orrego. De manera que si seguimos el raciocinio del propio Díaz, no podemos sino concluir que Orrego manipuló la información que sometió a aquellos juristas, que es precisamente la conclusión a la que yo había llegado y que el columnista de La Tercera no hace sino confirmar. Peor aún, Orrego omitió esos párrafos en un informe que debía servir como base de discusión en aquel foro de jurisconsultos. Es decir, aquellos juristas debatieron y arribaron a ciertas conclusiones sobre la base de un documento manipulado.
Y ese es el meollo del asunto señor Díaz. Como usted podrá sin duda comprender, si todo esto enloda la “vasta reputación” del antiguo embajador de Pinochet, es cosa que escapa realmente a mi control, pues como resulta evidente, usted ha llegado a las mismas conclusiones que yo, solo que por otras vías.
Lo anecdótico de todo este asunto es que uno de los juristas de ese foro, que siguiendo el raciocinio de usted, resultó siendo manipulado por la maniobrita de Orrego, acaba de ser elegido vicepresidente de la Corte y en consecuencia, la deliberación de los jueces promete ser de lo más entretenida, en particular cuando el antiguo embajador de Pinochet, se vea irremediablemente obligado a dedicar buena parte del tiempo que le sea acordado, en justificarse a sí mismo y a su contradictoria obra, en la que a rol de turno ha sindicado al Convenio del 54, a la Declaración de Santiago o a ambos como el tratado de límites.
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