Ayer domingo, la prensa local daba cuenta de las declaraciones de la embajadora argentina en Londres advirtiéndole a ese gobierno que “la cuestión de la soberanía de las Malvinas afecta a toda Latinoamérica”, que el archipiélago tenía que ser devuelto “a Latinoamérica en su conjunto” y que la disputa por la soberanía de las islas no es una causa argentina “sino regional”. En pocas palabras, el clásico “no somos machos pero somos muchos”.
Coincidentemente, el mismo domingo, la prensa difundía otra nota, originada esta vez desde las canteras de Torre Tagle, en la que se nos explicaba que la defensa de la soberanía argentina sobre las Malvinas es una política permanente del Estado peruano, política de Estado que estaría basada en la defensa de la soberanía e integridad del territorio nacional, en tanto que interés nacional a preservar, y que echaría sus raíces en las guerras de independencia y otras de igual tinte colonial que hubo de afrontar nuestro país a lo largo del siglo XIX. Dicho de otro modo, nuestra actual política de Estado se encuentra anclada en un pasado caduco.
En efecto, si bien es cierto que a lo largo del siglo XIX prácticamente todos los países de la región tuvieron que hacer frente, en mayor o menor medida, a los embates de las potencias coloniales de la época; también lo es que la etapa colonial llegó a su fin tras el segundo conflicto global, con el desplome de los imperios coloniales. No obstante esta realidad histórica incuestionable, el discurso anticolonialista mantiene, para ciertos sectores, una vigencia que más tiene que ver con una concepción ideológica de la realidad que con la realidad misma. De lo contrario, que se nos explique de qué manera una política de neutralidad frente al tema de las Malvinas podría afectar, a presente, nuestra integridad territorial en tanto que interés nacional a preservar según esa política de Estado.
Por otro lado, la experiencia histórica de nuestro propio país nos enseña que, en lo que respecta a la integridad del territorio nacional, antes que de las otrora potencias coloniales, las amenazas han provenido mayoritariamente de nuestros propios vecinos, incluida la más reciente en la cual a la Argentina le cupo jugar un rol que los peruanos no estamos prestos a olvidar tan rápidamente.
De modo que vista desde esa doble perspectiva, la de la realidad actual y la de nuestra experiencia histórica, la reputada política de Estado sobre el tema de las Malvinas aparece como vaciada de real contenido y sustentada más bien en una vaga y anticuada retórica anticolonial.
Por lo demás, el episodio del mes pasado ha puesto en evidencia el rechazo mayoritario de la opinión nacional hacia una política de solidaridad y apoyo a un país que ya no es visto como amigo. En consecuencia de lo anterior y teniendo en cuenta la escalada del reclamo argentino sobre las islas, cuyas motivaciones de carácter interno a nadie escapan, ya va siendo hora de que redefinamos esa política de Estado en un sentido que sea acorde con los reales intereses nacionales y que no sea sorda a una opinión pública cada vez más creciente que no ve en el asunto de las Malvinas sino un diferendo de carácter exclusivamente bilateral.
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