“Este es un caso en el que los alegatos de ninguna de las partes convenció a la Corte”. Con estas palabras abre su declaración adjunta al fallo, la juez Donoghue. Y, desde luego, ahí está el fallo y las reacciones que su lectura suscitó en ambos países para no dejar dudas al respecto.
Pero si ninguna de las partes convenció a la mayoría de los jueces, en cambio sí que se logró algún grado de persuasión, reflejado por ejemplo, en las opiniones adjuntas al dictamen, que además resultan particularmente elocuentes. De los dieciséis jueces que decidieron la sentencia, once emitieron opiniones sobre la misma, cifra sin duda elevada, que denota gran dispersión de puntos de vista.
De estas once opiniones, seis (37.5% del voto) resultan de marcada manera favorables al enfoque Chileno. Tres de estos seis jueces (Xue, Gaja y Bhandari) emitieron una opinión disidente junto al chileno Orrego Vicuña. Demás decir que esa posición común (25% del voto) avala por completo la tesis mapocha. De su lado, el presidente Peter Tomka manifiesta una opinión que, si bien no coincide plenamente con esa tesis, resulta por completo favorable a ella. Y es que para Tomka, a pesar de su desacuerdo en que la Declaración de Santiago constituya un tratado de límites, en cambio opina que sí puede servir como evidencia del reconocimiento de las partes sobre ese arreglo. En resumen, para Tomka el acuerdo de límites se deduce de la lectura conjunta de los instrumentos adoptados entre el 47 y el 54, con un límite que se extiende por el paralelo hasta alcanzar la milla 200. Finalmente, el ruso Skotnikov, que coincide con la mayoría en el tema del acuerdo tácito, considera que el límite en él establecido, alcanza hasta a la milla 200, lo que en la práctica resulta 100% favorable a la visión chilena.
Frente a este bloque adverso, la opinión solitaria de la juez Sebutinde (6.25% del voto), enteramente favorable al Perú, aparece irremediablemente arrinconada.
El resto de los jueces opinantes (4 = 25% del voto) mantienen una posición neutra o equidistante respecto a los alegatos. Quizás la menos neutra de estas sea la del mexicano Sepúlveda-Amor quien, si bien se limita a expresar su disconformidad con el acuerdo tácito del fallo, por ahí deja adivinar cierta simpatía con la tesis peruana, sin por lo tanto manifestarla explícitamente. A su lado, el japonés Owada mantiene una perspectiva muy similar al dictamen, con la diferencia que, en su criterio, el acuerdo tácito no se alcanzó antes de 1954, sino que empezó a cimentarse a partir de esta fecha. La americana Donoghue lamenta la falta de información de que disponen los jueces cuando sus deliberaciones los alejan de los alegatos de las partes y reflexiona sobre algunas correcciones al procedimiento a fin de paliar tal eventualidad. Finalmente nuestro juez ad-hoc se explaya una explicación laudatoria del veredicto, lo que no deja dudas sobre la autoría del mismo.
Las primeras apreciaciones sobre el comportamiento de Guillaume en el voto del fallo fueron negativas, pues daba la impresión que votaba para Chile al admitir la existencia de un acuerdo de límites. Pero una lectura más reposada de la sentencia, junto a las opiniones de los jueces, conduce directamente a la conclusión contraria. Guillaume es un reputado jurista de prestigio internacional que fue juez de la Corte desde 1987 hasta 2005, habiendo sido su presidente entre 2000 y 2003. Designado como juez ad-hoc en múltiples casos, aun lo es en dos ante esa jurisdicción. En alguna ocasión, Philippe Couvreur, Secretario de la Corte – reelecto en estos días para un periodo adicional – le comentaba a nuestro Agente Allan Wagner sobre la acertada elección de Guillaume como juez ad-hoc, incidiendo sobre su ascendiente sobre la actual composición de la Corte.
Y algún influjo importante sin duda hizo falta para hacer avalar, a una mayoría ilustrada de jueces, razonamiento tan extranjero a la lógica jurídica como aquel sobre el cual reposa el bendito acuerdo tácito, razonamiento sobre el que Owada ironiza equiparándolo a algún oráculo délfico, y Tomka casi en son de mofa porque “los límites no se establecen únicamente en función de pescadores que realizan sus actividades desde pequeños botes”.
Hace falta el compromiso con una causa para soportar sarcasmos de este tipo, inusuales en tan estirado medio; mucha experiencia para construir una salida que seduzca a sus pares, sin perder de vista el interés de su cliente; y un sólido prestigio para conseguir la adhesión a una tesis de tan frágil asiento.
Porque, en fin de cuentas, el acuerdo tácito – del cual no se brinda explicación sobre su origen; ni de los actos, declaraciones o instrumentos en que se sustenta; ni de su naturaleza, ni tampoco de la extensión del límite acordado – consiguió a pesar de todo, la adhesión de los 5 jueces mudos (31.25%), de una resignada Donoghue, de los disconformes Sepúlveda y Owada, y hasta le arranco a Chile el voto de Skotnikov.
En minoría quedaron el núcleo duro pro-chileno y nuestra irreductible Sebutinde, cuya aislada opinión es testimonio de lo que nuestra argumentación alcanzara: un solo voto.
La proeza de Guillaume nos recuerda el gesto aquel de un su paisano, que librara a Lima de la barbarie chilena, ha ya más de un siglo. Pero si Petit Thouars nos preservó de la hecatombe, Guillaume ha conseguido para nosotros el espejismo de una victoria allí donde nuestros esfuerzos no conquistaron más de un voto. Si Petit Thouars tiene su avenida, Guillaume bien merece una carretera.
Eso sí, lejos de Tacna.
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