Pensar y hacer más allá de lo que existe: sobre los bonos y los rankings universitarios

Por: Virginia Zavala y Víctor Vich

La nueva propuesta para reactivar el sistema de bonos ha desatado una nueva polémica en nuestra universidad. En el pasado, estos no fueron transparentes y su cuestionable gestión solo contribuyó a reforzar estereotipos en los pasillos de la comunidad universitaria (y a aumentar el malestar). Más allá de cuestionar ahora la pertinencia o no de estos bonos, queremos llamar la atención sobre dos puntos relacionados con ellos: la gravísima pérdida de la centralidad de la docencia en la universidad y la pasividad ante los mandatos de un sistema universitario mundial ya completamente mercantilizado.

Sobre lo primero, habría que decir lo siguiente: es cierto que la investigación debe ser un elemento central de la vida universitaria y hay que felicitar los esfuerzos que desde hace un tiempo la universidad ha venido realizando al respecto. De hecho, a lo largo de nuestra trayectoria académica, nosotros mismos nos hemos beneficiado de estas políticas. Sin embargo, el énfasis en la investigación no puede posicionarse muy por encima de nuestra identidad como formadores de estudiantes. Una parte clave de nuestro trabajo es la docencia y ella parece estar perdiendo espacio e interés en la universidad. Los mejores profesores dictan cada vez menos clases y casi nunca lo hacen en los años iniciales que es donde más es necesaria su labor. Desde el profesorado, parecería existir una lucha para acceder a permanentes “reducciones de carga” para poder evitar entrar al aula. Desde las autoridades, resulta muy claro que la buena docencia es lo que menos se premia. Publicar un artículo en una revista indizada vale mucho más (en puntos y en dinero) que dictar un buen curso a lo largo de todo un semestre. Dictar un buen curso implica (con las justas) una felicitación; publicar un artículo académico implica un premio económico. Las encuestas sobre la satisfacción de los alumnos no parecen cumplir funciones mayores. Hoy, de manera paradójica, parecería que dictar clase comienza a ser lo menos importante en nuestra universidad.

Sobre lo segundo, hay que afirmar que el próximo equipo rectoral tiene ante sí un gran reto que supone, en primer lugar, no posicionarse de manera tan pasiva ante los mandatos del sistema universitario mundial. La redacción de la nueva “Política y lineamientos para el reglamento de asignación de bonos”, que ha circulado recientemente, revela una descontrolada obsesión por aparecer en los rankings y por acceder a puntajes decididos mundialmente fuera de particularidades locales y nacionales en las que cada universidad está inscrita. La locura por alentar solo la publicación en revistas indizadas no solo comienza a estar en detrimento de la enseñanza en el aula, sino que sustrae toda la función social a la investigación. ¿Para quienes escribimos los investigadores? ¿Solo para el público especializado? ¿o lo hacemos también para contribuir a la formación de estudiantes a nivel nacional? ¿Por qué, para el sistema actual, escribir y publicar en muchas revistas de nuestro país (de Cusco, de Ayacucho, de Trujillo) no tiene ningún valor de puntaje? ¿Queremos ser una universidad líder en los rankings pero desconectada del problema educativo en el país? Al parecer, nos encontramos ante un nuevo colonialismo y, peor aún, ante una incapacidad de negociar con él. Muchos hemos aprendido que la antropología existe (y es clave) para desestabilizar las imposiciones hegemónicas. Son muchos los estudios académicos que hoy subrayan cómo el sistema universitario actual se ha dejado absorber por la lógica de una gestión mercantilizada y cómo, en lugar de afirmar su singularidad crítica y su capacidad creativa para reformular los mandatos, la universidad actual (en todo el mundo) hace pasivo caso a las tristes lógicas de la competencia, el individualismo y la simple búsqueda de ganancia.

Muchos pensamos que nuestra universidad debería liderar, con otras universidades (latinoamericanas, etc) una red encargada de construir indicadores diferenciados, no solo de la calidad de la investigación sino, sobre todo, de su función social y pública. Aquí, no podemos aplicar los mismos indicadores que se aplican en Europa o en EEUU porque nuestro posicionamiento ante la realidad social (ante su urgencia) es diferente. Pensemos en esto: hace varias décadas que algunos nos dicen que los índices económicos del Perú son muy buenos, y que eso es muy bueno, pero sabemos que eso significa muy poco en un país donde casi todos los vínculos humanos están deteriorados y donde, día a día, la sociedad se hunde en la violencia, el crimen, el machismo salvaje, la honda crisis educativa y la vergonzosa corrupción generalizada. ¿Pasará lo mismo en nuestra universidad? ¿Rankings buenos que invisibilizan todo lo malo? Nos vamos volviendo viejos y ahora somos más conscientes de que hay que decir las cosas con un poco de elegancia: los rankings pueden llegar a significar muy poca cosa (a veces una pura performance ante el mercado mundial) y es necesario comenzar a cuestionar (y neutralizar) la descontrolada obsesión por ellos.

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COMENTARIOS

  • Mauricio Aguirre

    Este texto es un hermoso ejemplo de cómo, a pesar de vivir en un mundo globalizado, no debemos transitar como zombies en él, sino que debemos mirarnos siempre para saber con claridad cuál es nuestra función o rol en la sociedad en la que nos toca vivir.

  • Totalmente de acuerdo. Además, en la escritura académica y publicación de artículos, existen varias trampas de la que se valen muchos académicos. Muchos desmenuzan sus tesis doctorales en cien pedazos, o los famosos artículos “salames” en el que de una investigación, se publica 10 papers. Lo principal es la enseñanza.