Giovanni Sartori decía que “una democracia existe sólo en tanto sus ideales y valores la hagan existir”. Es por eso que “tercera ola” de la democratización en el mundo no solo se ha dado por factores socioeconómicos o internacionales sino, que esta ha surgido, además, por la revaloración que se les ha dado a los ideales de la democracia.
Juan J. Linz dice que “todo cambio de régimen político afecta a millones de vidas, removiendo un espectro de emociones, desde el miedo a la esperanza”[1]; y ciertamente lo es, pues durante las últimas décadas ha sido la democracia liberal elegida como la mejor opción dentro de los posibles sistemas de gobierno, transformado la vida de muchos individuos.
Cuando O´Donnell dice que “el autoritarismo político y no la democracia es el concomitante más probable de los niveles más altos de modernización” pareciera hacer sentenciado el destino de la democracia. Y es que, en los años 70, cuando culmina su estudio sobre la relación entre modernidad y autoritarismo solo es capaz de prever qué países posiblemente pasarían a ser autoritarios. Sin embargo, años después, ya en la década de los 80 se inició un fuerte proceso de democratización, justamente en esos países autoritarios que habían aplicado políticas de modernización del Estado.
Y es entonces que, lo que antes aparentemente había servido para mantener “la estabilidad de los regímenes autoritarios” parecía revertirse en favor de la democracia. Y ciertamente fue así, pues la modernización del Estado a través de políticas económicas dirigidas a la industrialización, abrió un nuevo abanico de posibilidades, pues en ese periodo de mejora creció la clase media, la cual tuvo mejores opciones de educación y además a su disposición nuevos medios de comunicación para expresarse.
Un claro ejemplo de ello es América Latina en la década de los 50. Los gobiernos autoritarios/populistas generaron profundos cambios estructurales dentro del Estado a través de políticas sociales y económicas que dependieron del nivel de desarrollo que tenía cada país, pues las sociedades tradicionales (comúnmente agrícolas/ productoras de materias primas) iniciaron un proceso de modernización industrial.
Un ejemplo más específico es Argentina. Cuando Juan Domingo Perón asumió la presidencia, impulsó grandes reformas que beneficiaron tanto a la clase trabajadora como al empresariado nacional, pues ideó un proyecto para impulsar el desarrollo industrial en Argentina con los obreros. Nacionalizó el sistema ferroviario, se estableció el carácter gratuito de la enseñanza universitaria y se permitió el ingreso de grandes sectores juveniles provenientes de las clases medias bajas y clase obrera a la universidad, promovió el estudio y la investigación de las ciencias relacionadas con el desarrollo industrial. Se crearon grandes proyectos de vivienda. Se incorporaron nuevos derechos sociales, las empresas tenían que pagarles buenos salarios a los obreros además de reconocerle su periodo de vacaciones. También se incluyó el voto femenino y les dio un lugar a las mujeres en la participación política.
Entonces, vemos a través de este ejemplo, de forma clara como las estructuras sociales van cambiando, y como nuevas fuerzas sociales van surgiendo.
Más que por cualquier otra cosa, el Estado moderno resulta distinguirse del tradicional por la amplitud con que el pueblo participa en política[2], entonces los cambios políticos que resultan de los Estados recientemente modernizados son una consecuencia directa de estos.
La modernización produce un cambio en la conciencia política, pues “son desgastados o destruidos grandes grupos de compromisos sociales, económicos y psicológicos, y la gente queda disponible para adoptar nuevas pautas de socialización y conducta.”[3] El individuo moderno comprende la posibilidad que tiene para cambiar la realidad social, se reconoce como ciudadano: aparece la capacidad de “agencia”.
Es evidente entonces que en todas las sociedades donde se han producido cambios en las estructuras sociales, surgen nuevos grupos que desean participar en la vida política. Surge también la posibilidad que estos grupos se vean influidos por ideas aplicadas en otros países y las tomen suyas (influencia de factores externos). Sin embargo, toda idea tomada de fuera tiene que sufrir un cambio, pues esta tiene que adaptarse a las condiciones propias de esa sociedad. Es lo que trataba de explicarnos Castoriadis cuando nos decía que “supongamos que una democracia, tan completa y perfecta como deseemos, cae del cielo: esta sociedad no podrá durar mucho a menos que produzca individuos que correspondan con ella”.
La ideología que marcó la economía en el mundo capitalista desde 1789 hasta 1989 fue el liberalismo, el cual creía que el hombre bajo los principios de libertad e igualdad es un ser racional que busca la felicidad. El Estado debe poseer carácter contractual en el cual a través de un pacto social los individuos actúan en conjunto para alcanzar el bien común. En el liberalismo se defienden las libertades individuales; el Estado posee funciones esenciales muy limitadas, pero siempre debe garantizar estas libertades. En el mundo moderno, dice Barrington More, ha seguido una ruta que ha combinado el capitalismo y la democracia. Pero resulta vital para la política democrática comprender que la democracia liberal es el resultado de la articulación de dos lógicas que en última instancia son incompatibles, y que no hay forma de reconciliarlas sin imperfección. Esta tensión no puede superarse, sino únicamente negociarse de distintos modos[4]
En la década de los 90, después de la Guerra Fría y con la caída del Muro de Berlín, Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Inglaterra fulminaron al liberalismo a través de sus políticas de Estado que eran una mezcla de mercantilismo y liberalismo en democracia. Y es cómo el liberalismo se fractura en político y económico: Nace el neoliberalismo.
Como sabemos, los procesos de democratización llevan consigo la influencia de países hegemónicos que sirven como modelo de “sociedades ideales”. Es por ello que, a partir de la década de los noventa en adelante, la democracia y neoliberalismo han empezado a expandirse juntos alrededor del mundo.
Pero a medida que avanza el siglo XXI, la democracia debe sobrevivir en un mundo multipolar y enfrentarse a nuevos desafíos. Tal es así que Huntington afirmaba en “La tercera Ola” que “se pueden crear sistemas democráticos o no democráticos, pero pueden durar o no. La estabilidad de un sistema difiere de la naturaleza de dicho sistema”[5]. El colapso de una democracia se debe a factores institucionales y estructurales, que emergen dentro de una cultura cívica débil.
Así como los factores económicos, políticos y sociales (ya sean internos o externos) han influido en el proceso de democratización alrededor del mundo (la tercera ola), también han ido cosificando la idea de democracia hasta volverla solamente un sistema procedimental. Este problema, que antes pasó inadvertido, ha traído ahora consecuencias negativas, pues como establece Sidney Verba “(…) de este modo se entrega a los dirigentes de naciones jóvenes una imagen oscura e incompleta de una política democrática (…) Lo que debe aprenderse de una democracia es cuestión de actitudes y sentimientos, y esto es más difícil de aprender[6]” y de transmitir agregaría yo.
Entender a la democracia solo como procedimiento, ha provocado un declive en esta. Es cierto que los procedimientos democráticos constituyen una parte, ciertamente importante para la formación de un régimen democrático sólido, pero estos no son suficientes en cuanto sean instituidos como un simple medio y no como piezas claves de un proceso político educativo, de una paideia activa, que procure desarrollar las capacidades de hacer posible una realidad efectiva el postulado de igualdad política. Mientras no entendamos que esto es la esencia de la democracia, esta seguirá perdiéndose[7].
No olvidemos que los grandes cambios que se han dado en el mundo, esos grandes puntos de quiebre, sucedieron cuando grupos sociales se atrevieron a cuestionar el sistema, cuando se atrevieron a cuestionar “las verdades” de su época y decidieron reformularlas. Se dieron cuesta que tenían el derecho a transvalorar todas aquellas verdades, se reconocieron ciudadanos. Y lo hicieron para preservar una de las más grandes virtudes Aristotélicas: La justicia.
Creo al igual que Mouffe que “No tenemos el poder de eliminar los conflictos y escapar a nuestra condición humana, pero si tenemos el poder de crear las prácticas, discursos e instituciones que permitan que esos conflictos adopten una forma agonística[8]”. El papel que juega lo político es crucial para nuestro futuro. Discutir de democracia significa discutir de política[9].
[1] Juan J. Linz: “La quiebra de las democracias” Alianza Editorial. Pp11
[2] Huntington, Samuel “El orden político en las sociedades en cambio” ´Paidos, Buenos Aires. Pp 43
[3] Karl W Deutsch “Social Mobilization and political develapment” American Political Science Review. 1951 pag 494. Citado por Samuel Huntington en “El orden político en las sociedades de cambio”
[4] Mouffe, Chantal “La paradoja democrática” Geisa, pag. 3.
[5] Samuel P. Huntington: “La tercera ola” La democratización a finales del siglo XX pp24.
[6] Almond Gabriel & Sidney Verba “The Civic Culture” Politcal attitudes and democracy in five nations. Princeton University 1963. Pag. 21.
[7] Castoriadis, Cornelius “La democracia como procedimiento y cómo régimen” en La strategia democrática nella societa che cambia, Roma, Datanews, 1995, pág. 56.
[8] Mouffe Chantal “Entorno a lo político”. Fondo de Cultura Económica. México. 2007 pág. 138.
[9] Castoriadis, Cornelius “La democracia como procedimiento y cómo régimen” en La strategia democrática nella societa che cambia, Roma, Datanews, 1995, pág. 50.
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