Juan J. Linz inicia su libro “La quiebra de las democracias” diciendo que “todo cambio de régimen político afecta a millones de vidas, removiendo un espectro de emociones, desde el miedo a la esperanza”; y es que durante las últimas décadas ha sido la democracia liberal elegida como la mejor opción de los posibles sistemas de gobierno. Pero a medida que avanza el siglo XXI, la democracia debe sobrevivir en un mundo multipolar y enfrentarse a nuevos desafíos. Tal es así que Huntington afirmaba en “La tercera Ola” que “se pueden crear sistemas democráticos o no democráticos, pero [estos] pueden durar o no. La estabilidad de un sistema difiere de la naturaleza de dicho sistema”.

En el mundo moderno, dice Barrington More, se ha seguido una ruta que ha combinado el capitalismo y la democracia parlamentaria, sin embargo, debemos preguntarnos qué sucede cuando combinamos democracia y autoritarismo, o qué sucede cuando hablamos de una semidemocracia, o qué pasaría si tuviéramos que enfrentar una contra ola que destruya toda ilusión de democracia. No olvidemos que ya en la actualidad hablamos de la postdemocracia, que pone de manifiesto la apatía de la sociedad para participar en política.

Durante nuestra historia, siempre nos hemos cuestionado cual es el rol que debe cumplir un buen gobierno (refiriéndose al modelo democrático), y sobre cuáles deberían ser las directivas adecuadas para llegar al gobierno ideal. Tómese en cuenta, que a lo largo de los años nunca hemos llegado a ningún consenso, pero que sin embargo los modelos gubernamentales han ido evolucionando a la par con nuestra sociedad. Esto ocurre porque a lo largo de los años nunca hemos podido obtener una definición exacta de lo que es democracia y hemos caído siempre en el desacuerdo, el cual no es más que el reflejo de la multiplicidad de concepciones que tenemos del mundo.

Durante las últimas décadas, con todos los cambios que ha sufrido el mundo, desde crisis económicas mundiales hasta problemas de violencia interna y el desplazamiento de la institución de gobierno al proceso de gobierno en sí; evaluar la calidad de la democracia antes  que ser un cambio de visión es más que todo un modelo que pretende adoptar con mucho entusiasmo  parámetros para poder solucionar muchos de los problemas que actualmente enfrenta la democracia.

Pongamos un ejemplo que surge actualmente como producto de esta fragilidad en la democracia: Ocurre que así como esta puede combinarse con el liberalismo u otras corrientes, esta  puede también verse influenciada por el autoritarismo, y ser debilitada al grado de convertirla solamente en un sistema democrático de fachada. Superar esta posibilidad es en la actualidad es otro de los grandes desafíos de la democracia en el siglo XXI.

En el año 2000 los politólogos Steven Levitsky y Lucan A. Way de la Universidad de Harvard, elaboraron un trabajo titulado “El ascenso del autoritarismo competitivo” que fue publicado finalmente en abril de 2002, abriendo el debate sobre el “paradigma de la democratización”, que era siempre utilizado por diversos discursos populistas para acceder o mantenerse en el poder.  Este “paradigma de democratización” duraba largos periodos en tránsito, y adquiría a lo largo de los años características propias. Es por eso que Levitsky y Way deciden proponer a “este periodo con características propias” como un nuevo régimen político: el autoritarismo competitivo.

El trabajo de estos autores no sólo nos revela la aparición de régimen híbrido, sino que brinda detalles importantes de cómo surge un autoritarismo competitivo: algunas veces se desarrolla por la decadencia o colapso de un régimen autoritario y otras por el debilitamiento de un régimen democrático.

Cuando nos referimos a que el autoritarismo competitivo es un régimen híbrido, debemos asociarlo con la democracia y el autoritarismo, dado que posee una mezcla de características de ambos regímenes.

Pero el autoritarismo competitivo no es una democracia, y tampoco es un autoritarismo absoluto, pues como lo aclara Levitsky, este debe diferenciarse de la democracia porque si bien es cierto existen instituciones, estas son vulneradas sistemáticamente a favor del gobierno de turno. Podría este régimen asociarse a lo que O´Donnell denomina “democracias delegativas”, las cuales conforman aquellos sistemas que no han logrado consolidar sus instituciones democráticas.

Tampoco es un autoritarismo absoluto, porque si bien es cierto puede manipular las instituciones políticas, no podrá eliminarlas, porque las necesita de fachada para cubrir su discurso populista, optando así por la opción de crear un sistema de corrupción para lograr sus fines.

Para Juan Linz, los regímenes autoritarios “son sistemas políticos con un pluralismo político limitado, no responsable; sin una ideología elaborada y directora (pero con una mentalidad peculiar); carentes de una movilización política intensa, y en los que un líder ejerce el poder dentro de límites formalmente mal definidos, pero en realidad bastante predecibles”

El autoritarismo competitivo no solo se presenta como un régimen híbrido entre la democracia y el autoritarismo, sino que también necesita de rasgos populistas para poder mantenerse en el poder: “Las prácticas populistas surgen a partir del fracaso de las instituciones sociales y políticas existentes para confinar y regular a los sujetos políticos dentro de un orden social relativamente estable” (Levitsky 2004: 171).

El autoritarismo competitivo siempre va a necesitar del populismo para no solamente mantenerse en el poder, sino para manejar las instituciones políticas en beneficio propio: “Los líderes populistas manipulan a sus seguidores, impidiéndoles ver sus verdaderos intereses mediante una mezcla de propaganda y carisma, y dicha manipulación y la ignorancia está a menudo en el ojo de la crítica”. (Panizza 2009: 21).

Cuando mencionamos el término populismo, inmediatamente debemos asociarlo con un sistema irresponsable, de improvisación y demagogia que responde de forma intuitiva las demandas más populares. Nace de la idea que existe “el pueblo” y “el no pueblo”, es decir, nace cuando los ciudadanos ya no se sienten identificados en la clase política tradicional y encuentran en un discurso anti-establishment, la esperanza de un nuevo modelo de gobierno: “Se dice que el populismo simplifica el espacio político, al reemplazar una serie compleja de diferencias y determinaciones por una cruda dicotomía cuyos polos son necesariamente imprecisos” (Laclau 2014: 33).

El populismo funciona como un discurso que apela a las emociones de las masas, dando soluciones efímeras y momentáneas a problemas latentes. Por ejemplo, Alberto Fujimori, durante su campaña de 1990, utilizó un discurso anti-liberal para poder ganar las elecciones, sin embargo cambió su discurso una vez llegado al poder.  Otro ejemplo claro, es la creación de diversos programas sociales que maquillan a la pobreza, pues el subsidio solo se puede mantener a corto plazo. Estos son claramente desafíos a los cuales se enfrenta la democracia actualmente.

Siempre, a pesar que se consideren cuestiones pasadas, será muy interesante conocer también los periodos que han transcurrido desde la formulación que se dio en Atenas de la democracia.

En una clase el Dr. Henry Pease decía sobre la democracia: “esta no es la paz absoluta y menos la paz de un sepulcro; es decir, no desaparece el conflicto ni las carencias de la sociedad, lo que sucede es que ponemos algunos rieles para canalizar ese conflicto”. Y yo veo la democracia tal cual la veía el maestro, como los rieles que necesitamos para lograr una sociedad mejor. Y es que la democracia no nos va solucionar el problema de la desigualdad, de la pobreza, ni de la mala educación, ni del pésimo sistema de salud que tenemos, lo único que hará es poner las bases para que construir un gobierno ideal. No olvidemos, el principio fundamental de la democracia, que nació desde la sociedad Ateniense, la cual consistía en que los gobernantes rindan cuentas y sean evaluados por sus resultados y sobre todo el de ese tan preciado principio de rotación de cargos.

Sucede que actualmente no tenemos una concepción unificada de lo que es democracia, pues cuando hablamos de gobierno representativo y democracia directa, siempre hacemos referencia a la democracia en Grecia, pero en Atenas la democracia consistía en la igualdad de probabilidades de obtener algo (ho boulomenos = cualquiera que quiera) y en la oportunidad que tenía cualquier ciudadano de presentar una propuesta a la asamblea. Es cierto que utilizaron el sorteo, pero para las magistraturas donde no se necesitaba ningún especialista. Para los cargos de vital importancia, como la defensa, se aplicaba la elección.

Ahora, nos toca vivir en una “democracia de audiencia”, en donde los partidos políticos (que jamás existieron en Atenas) están moribundos y desacreditados. Nuestra democracia se encuentra endeble, y es que nuestras instituciones (Sistema electoral, sistema de gobierno, sistema de partidos) no se encuentran bien definidas. El problema actual en el que observamos a simple vista en nuestro país es que el sistema de representación no funciona, y esto radica a mi parecer, en que siempre tratamos de tomar modelos que no han nacido de nuestra realidad.

En Estados Unidos, en Francia, Inglaterra, es fácil de hablar de democracia, porque fue en esos países donde se vivieron periodos cruciales de formación, para llegar a la conclusión qué medidas  necesitaban adoptar y  qué modelo de gobierno tener. En Latinoamérica, y más específicamente en nuestro país, hemos implantado de forma violenta la mayoría de modelos y  sistemas que actualmente funcionan a duras penas. Debemos saber que nuestra historia política no es la misma que se dio en esos otros países, y que si bien es cierto, que la democracia y su sistema de representación son ideales, debemos adecuarlo a nuestra realidad.

En la época actual, no debemos olvidar la importancia que tienen los movimientos sociales para la democracia. Estos han evolucionado al igual que lo han hecho las sociedades. Estos actualmente tienden a la fragmentación  y a la diversificación en sus características, y surgen muchas veces solo para fines específicos. La sociedad contemporánea es finalmente una sociedad compleja, cambia frecuentemente y se transforma velozmente. Esto para fines prácticos significa que al ser veloces los cambios, los modelos que sirvieron antes, no sirven para resolver los nuevos dilemas que se van presentando, y surge la necesidad de ir modificando constantemente los modelos de acción.

Los actores que surgen (que paradójicamente son al fin y al cabo individuos, pero que al considerarse parte de un movimiento social no podemos identificarlos como unidad) están investidos con una gran cantidad de información y son autónomos. La incertidumbre es la condición permanente de los actores de un sistema complejo, esto porque las reglas y lenguajes que valían para un determinado tiempo, ya no valen para uno nuevo y se tiene que producir y adaptar nuevos modelos, que no se sabe aún cómo resultarán.

Los movimientos sociales surgen de acuerdo a las características que presenta cada sociedad. Si bien es cierto ahora hablamos de una comunidad planetaria, no olvidemos que para cada sociedad funcionará un modelo distinto, dado que cada una tiene rasgos, códigos y características distintas. Es entonces que debemos analizar de forma individual cada elemento que surge en un conflicto para poder detallar con mayor exactitud cómo se genera y cuáles podrían ser las implicancias que este produciría.

Sin embargo, surge en mí una interrogante, y es que tal vez nos hemos enamorado tanto de la idea de democracia europea que nos hemos olvidado de nuestros propios orígenes. Este es el principal desafío para la democracia; para nuestra democracia.

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