Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Son tres los grandes mandamientos del amor: el amor a Dios, el amor al prójimo y el amor a ti mismo. Es lo que nos dice Jesús en el evangelio de hoy (Mt 22, 34-40). El principal y primero es el amor de Dios. A nosotros se nos hace increíble que los fariseos, expertos en la ley, le hiciesen a Jesús una pregunta tan obvia, pero la cosa no debiera extrañarnos tanto si pensamos que, en la práctica, a nosotros nos pasa lo mismo que a ellos. El amor al prójimo es semejante al primero, en el sentido de que es la medida de nuestro amor a Dios, quien toma como hecho a Él lo que hacemos por el prójimo (Mt 25,40). El tercer amor es el amor a sí mismo. El último, pero no lo último, pues es la medida de nuestro amor al prójimo, teniendo que hacer a los demás lo que queremos que ellos nos hagan a nosotros (Mt 7,12). Recordemos que el prójimo es nuestro otro yo.
Recordemos también que el mandamiento del amor es uno solo, pues en el amor a Dios van incluidos los otros dos amores. Recordemos que es cifra de toda perfección, pues quien lo cumple está cumpliendo la Ley (la Torah) y los Profetas (Mt 22,40). Que es la esencia de lo que Dios es, pues se define a Sí mismo diciendo que es Amor (1 Jn 4,8). Que constituye la identidad del cristiano, pues se nos reconocerá por cómo nos amamos los unos a los otros (Jn 13,35). Que el amor es el corazón de la Iglesia, según su Doctora Santa Teresita del Niño Jesús, que fue toda amor. Y recordemos que la Obra de las Misiones de la Iglesia, solamente se entiende, crece y da frutos desde el amor, – subrayemos esto, ya que estamos en el Mes de las Misiones.
En relación con las misiones, el amor es el por qué, el cómo y el para qué de las mismas. ¿Por qué hacer y dar misiones? Porque lo pide la caridad cristiana, cuyo gesto más grande es dar a conocer a Jesucristo y el Reino de Dios, con todo lo que ello significa (2 Cor 5,14). ¿Cómo lograr que las misiones cundan y logren sus objetivos? Es el Papa San Juan Pablo II quien más nos habló de esto, desde Haití 1983, cuando embarcó a la iglesia en la Nueva Evangelización. Nueva en sus expresiones, nueva en sus métodos y nueva en su ardor o celo apostólico, que es el factor más necesario y el que lamentablemente menos parece abundar hoy. Necesitamos urgentemente misioneros al estilo de Francisco Javier, Vicente de Paul y Teresita de Jesús, por mencionar tres ejemplos.
Al para qué de las misiones, la respuesta nos la da el Papa Francisco: para abrirse al amor de Dios, que nos trae la verdadera liberación y la salvación integral (EG., c. IV). Las misiones, que se hacen con amor, llevan el amor y al amor verdaderos. Fue el amor cristiano, encendido por el Espíritu Santo, lo que cambió el mundo pagano. Y será ese mismo amor lo que salve al mundo hoy, tan necesitado del amor verdadero.
Amor a Dios, al prójimo y a ti mismo
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