Por Antonio Elduayen Jiménez CM
En la “parábola del padre y sus dos hijos” (Mt 21, 28-32), a los que pide un trabajo, el padre es Dios, el trabajo es su Reino y sus dos hijos somos nosotros, los humanos. Llenos de promesas que incumplimos, los unos; y llenos de negativas que luego cambiamos y cumplimos, los otros. Cuando Jesús cuenta esta parábola, los que prometen mucho y cumplen poco o nada son las sumos sacerdotes y las autoridades judías, que ni creyeron en Juan el Bautista ni creen en Él; los que con su vida escandalosa dicen no, pero después se convierten y cumplen, son los publicanos y prostitutas, que sí creyeron en Juan y ahora creen en Él.
Descartando los personajes, sigue en pie el pedido que el Padre Dios nos hace: vayan a trabajar por el Reino, (que por ser del Padre es también nuestro, sus hijos). ¿Qué respuesta le damos? ¿A cuál de los hermanos nos parecemos? ¿Al que dijo Sí y fue No o al que dijo No y fue Sí? El agravante de los primeros es que se autosugestionan y llegan a creerse buenos y con derechos… Se creen los depositarios del Reino y ni piensan que otros, a los que llaman los malos, puedan un día desbancarlos. El agravante de los segundos es que, a fuerza de ser negativos, pierden crédito ante los demás y ni se les considera cuando hacen algo bueno o empiezan a ser santos.
¡Qué bueno si todos fuéramos como el tercer hijo, que la parábola no pone, pero que es el mismo Jesucristo: dijo Sí y fue Sí, aún al costo de su vida. Y qué malo ser como el cuarto hijo, que tampoco la parábola menciona, pero que hoy abunda: dice No y es siempre No. De todos modos y lo que Jesús pretende con esta parábola es darnos algunas lecciones con las que saber gobernar nuestras vidas. Estas por ejemplo:
* En Dios no hay aceptación ni discriminación de personas. Si el bueno obra bien, estupendo; e igualmente estupendo si quien obra mal, se convierte y obra bien. ¡Cuánto cuesta a algunos cristianos aceptar esto! Como que se disgustan y rebelan ante esta actitud de Dios.
* El Reino es obra gratuita de Dios más que resultado de nuestras buenas obras. Como servidores, cuánto nos cuesta decir: gracias Señor, simplemente hicimos lo que teníamos que hacer. En vez de esto, casi siempre reclamamos “la paga”
* Todos necesitamos igualmente de conversión: unos para no quedarnos en puras promesas; otros, para salir cuanto antes del pecado y de las malas obras.
* Los primeros serán los últimos y los últimos, primeros. Es la frase con la que Jesús previno entonces a los dirigentes judíos -y hoy a cuantos se sienten primeros-, que hay mantenerse a pulso en ese puesto, si no otros podrían quitárnoslo…
Beato Álvaro del Portillo
Carta del Papa Francisco a Monseñor Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei
Querido hermano:
La beatificación del siervo de Dios Álvaro del Portillo, colaborador fiel y primer sucesor de san Josemaría Escrivá al frente del Opus Dei, representa un momento de especial alegría para todos los fieles de esa Prelatura, así como también para ti, que durante tanto tiempo fuiste testigo de su amor a Dios y a los demás, de su fidelidad a la Iglesia y a su vocación. También yo deseo unirme a vuestra alegría y dar gracias a Dios que embellece el rostro de la Iglesia con la santidad de sus hijos.
Su beatificación tendrá lugar en Madrid, la ciudad en la que nació y en la que transcurrió su infancia y juventud, con una existencia forjada en la sencillez de la vida familiar, en la amistad y el servicio a los demás, como cuando iba a los barrios para ayudar en la formación humana y cristiana de tantas personas necesitadas. Y allí tuvo lugar sobre todo el acontecimiento que selló definitivamente el rumbo de su vida: el encuentro con san Josemaría Escrivá, de quien aprendió a enamorarse cada día más de Cristo. Sí, enamorarse de Cristo. Éste es el camino de santidad que ha de recorrer todo cristiano: dejarse amar por el Señor, abrir el corazón a su amor y permitir que sea él el que guíe nuestra vida.
Me gusta recordar la jaculatoria que el siervo de Dios solía repetir con frecuencia, especialmente en las celebraciones y aniversarios personales: «¡gracias, perdón, ayúdame más!». Son palabras que nos acercan a la realidad de su vida interior y su trato con el Señor, y que pueden ayudarnos también a nosotros a dar un nuevo impulso a nuestra propia vida cristiana.
En primer lugar, gracias. Es la reacción inmediata y espontánea que siente el alma frente a la bondad de Dios. No puede ser de otra manera. Él siempre nos precede. Por mucho que nos esforcemos, su amor siempre llega antes, nos toca y acaricia primero, nos primerea. Álvaro del Portillo era consciente de los muchos dones que Dios le había concedido, y daba gracias a Dios por esa manifestación de amor paterno. Pero no se quedó ahí; el reconocimiento del amor del Señor despertó en su corazón deseos de seguirlo con mayor entrega y generosidad, y a vivir una vida de humilde servicio a los demás. Especialmente destacado era su amor a la Iglesia, esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye. Nunca una queja o crítica, ni siquiera en momentos especialmente difíciles, sino que, como había aprendido de san Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón, la comprensión, la caridad sincera.
Perdón. A menudo confesaba que se veía delante de Dios con las manos vacías, incapaz de responder a tanta generosidad. Pero la confesión de la pobreza humana no es fruto de la desesperanza, sino de un confiado abandono en Dios que es Padre. Es abrirse a su misericordia, a su amor capaz de regenerar nuestra vida. Un amor que no humilla, ni hunde en el abismo de la culpa, sino que nos abraza, nos levanta de nuestra postración y nos hace caminar con más determinación y alegría. El siervo de Dios Álvaro sabía de la necesidad que tenemos de la misericordia divina y dedicó muchas energías personales para animar a las personas que trataba a acercarse al sacramento de la confesión, sacramento de la alegría. Qué importante es sentir la ternura del amor de Dios y descubrir que aún hay tiempo para amar.
Ayúdame más. Sí, el Señor no nos abandona nunca, siempre está a nuestro lado, camina con nosotros y cada día espera de nosotros un nuevo amor. Su gracia no nos faltará, y con su ayuda podemos llevar su nombre a todo el mundo. En el corazón del nuevo beato latía el afán de llevar la Buena Nueva a todos los corazones. Así recorrió muchos países fomentando proyectos de evangelización, sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios y a los hermanos. Quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres. La primera condición para anunciarles a Cristo es amarlos, porque Cristo ya los ama antes. Hay que salir de nuestros egoísmos y comodidades e ir al encuentro de nuestros hermanos. Allí nos espera el Señor. No podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos, es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo con los demás.
¡Gracias, perdón, ayúdame! En estas palabras se expresa la tensión de una existencia centrada en Dios. De alguien que ha sido tocado por el Amor más grande y vive totalmente de ese amor. De alguien que, aun experimentando sus flaquezas y límites humanos, confía en la misericordia del Señor y quiere que todos los hombres, sus hermanos, la experimenten también.
Querido hermano, el beato Álvaro del Portillo nos envía un mensaje muy claro, nos dice que nos fiemos del Señor, que él es nuestro hermano, nuestro amigo que nunca nos defrauda y que siempre está a nuestro lado. Nos anima a no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir por anunciar el Evangelio. Nos enseña además que en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad.
Pido, por favor, a todos los fieles de la Prelatura, sacerdotes y laicos, así como a todos los que participan en sus actividades, que recen por mí, a la vez que les imparto la Bendición Apostólica.
Que Jesús los bendiga y que la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente,
Franciscus