Jueves Santo 2022

[Visto: 587 veces]

Evangelio según San Juan 13,1-15.
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura.
Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: “¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?“.
Jesús le respondió: “No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás“.
No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!“. Jesús le respondió: “Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte“.
Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!“.
Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos“.
El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: “No todos ustedes están limpios“.
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes“.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Tradicionalmente, una parte importante del día en la vida de una familia es la comida compartida. Hoy, por desgracia, parece que la comida diaria juntos se vuelve cada vez más difícil, ya que todo el mundo tiene horarios y compromisos que hacen difícil encontrar tiempo para el otro. Este es un comentario triste sobre la vida familiar hoy en día. Estoy seguro de que todos tenemos recuerdos felices de comidas especiales compartidas con seres queridos, tal vez un banquete de bodas, un cumpleaños o aniversario, una graduación u algún otro momento significativo en la vida de un individuo y una familia.
En este Jueves Santo celebramos la institución de la Eucaristía, y el Sacerdocio, por Jesucristo.
Esta noche nuestras lecturas de las Sagradas Escrituras hablan sobre comidas compartidas. Primero, en las Escrituras Hebreas (Éxodo 12:1-8, 11-14), escuchamos sobre la primera comida de Pascua. Una y otra vez Moisés había ido al Faraón con el mismo mensaje “Deja ir a mi gente”, pero Faraón no lo hizo. Entonces Dios envió una serie de plagas sobre los egipcios, terminando con la muerte del primogénito. Esos hogares con la sangre del cordero en el poste de la puerta se salvaron de esta tragedia. El ángel de la muerte “pasó” sus hogares. Hasta el día de hoy esta comida, junto con sus oraciones y canciones, hace que ese momento de liberación del pueblo elegido parezca como si fuera hoy.
Jesús tomó dos elementos de esa comida de Pascua -pan y vino- y los transformó en su cuerpo y sangre. San Pablo cuenta la última cena a los Corintios (1 Corintios 11:23-26). Ahora él es el cordero, y es su sangre la que es la fuente de nuestra liberación del poder de la muerte. Con su sangre hemos sido salvados. Jesús no deja duda, en la institución de la Eucaristía, de que Él nos está presente. Ese pan se convierte en su cuerpo, y ese vino se convierte en Su sangre. Él no dice “Esto representa mi cuerpo”, o “Esto es un símbolo de mi sangre”. ¡Lo es! Es por eso que el Cuerpo de Cristo que no se consume en la celebración en la mesa del Señor se guarda en el tabernáculo, porque sigue siendo el Cuerpo De Cristo.
En nuestra mesa en casa comemos, compartimos y celebramos. Sería muy triste si nuestra comida familiar se redujera a sólo comer. Es nuestra oportunidad para compartir: nuestro día, nuestras esperanzas, nuestros logros, nuestros miedos y nuestras decepciones. Es nuestro momento para celebrar que nos amamos unos a otros en nuestra familia, que estamos involucrados en la vida del otro y que estamos comprometidos el uno con el otro. Alrededor de la mesa del Señor, hacemos más que comernos el cuerpo y la sangre de Jesús. Compartimos nuestras oraciones, que reflejan nuestra gratitud y nuestras preocupaciones. Compartimos nuestra fe en la oración y el canto. También celebramos que somos una familia de fe, una comunidad, y que nosotros también –al igual que nuestra propia familia– somos importantes el uno para el otro. Nosotros juntos formamos el cuerpo de Cristo. Esta eucaristía es una importante fuente de gracia para nosotros. Aquí estamos alimentados y nutridos. Aquí es donde nos encontramos con Jesucristo, presente en su cuerpo y sangre.
El fruto de la vida de Dios que compartimos se hace evidente en el evangelio (Juan 13:1-5). Esa gracia produce virtud dentro de nosotros. Esa gracia nos mueve hacia el servicio: viviendo a semejanza de Jesús el Salvador. El lavado de los pies es significativo, porque era el trabajo en la casa del sirviente en la parte inferior del peldaño. Ese era el trabajo del chico nuevo, la función desagradable que todos estaban felices de dejar atrás. Pero Jesús eligió ese servicio humilde -al borde de ser humillante- para dar a los apóstoles una señal concreta de su amor y dar de sí mismo. ¡Su escándalo en este acto no sería nada comparado con su confusión y tristeza por lo que iba a ocurrir en las próximas veinticuatro horas! Ese servicio en la cruz superaría enormemente el lavado de los pies. De hecho, ¡Él vino a servir, no a ser servido! Este ejemplo de Jesús el Señor nos llama al servicio humilde de los otros. A veces puede significar hacer cosas mundanas, o cosas que preferiríamos no hacer, cosas que podemos sentir que están ‘por debajo’ de nosotros. Sin embargo, ese es el precio del servicio verdadero -inspirado por Jesús-, respondiendo a la necesidad de otros. Para servir necesitamos una sensibilidad para reconocer la necesidad de los demás. Cuando estamos en contacto con nuestras propias necesidades, y reconocemos cómo nuestras necesidades han sido satisfechas -por el Señor y por otros- podemos identificar más fácilmente y responder a las necesidades de los demás.
Hoy en día en la Iglesia hay un desarrollo creciente en la teología de la administración. Nuestro uso sabio y prudente de nuestro tiempo, talentos y tesoro, es una respuesta amorosa y generosa en gratitud a Dios por su amor y generosidad para con nosotros. Todo lo que tenemos y somos nos ha venido de Dios, y cuando usamos bien nuestro tiempo, talentos y tesoros, estamos haciendo la voluntad de Dios. A veces subestimamos la importancia de nuestra administración. Podemos sentir que no tenemos nada tan importante que compartir, que hay gente mejor preparada para servir. Jesús llama a cada uno de nosotros a servir, a nuestra manera y en nuestro propio lugar. Algunos pueden tener más talento que otros. Algunos pueden tener más confianza que otros. Algunos pueden tener más habilidades que otros. Pero, cada uno de nosotros tiene algo que dar, de nuestro tiempo, talentos y tesoros. En una familia cada persona tiene su papel que desempeñar en la construcción de la familia. En una comunidad parroquial cada persona tiene su parte para jugar en la construcción del pueblo de Dios. Como Jesús sirvió, estamos para servir. Recuerden, el lavado de los pies no fue un servicio glorificado ni honorable, ¡pero si fue servicio! A veces podemos sentir que nuestro servicio no es importante y que no nos echaremos de menos. Sin embargo, eso no es cierto, porque Dios quiere trabajar a través de cada uno de nosotros –como fieles administradores– para trabajar juntos por nuestra propia santificación y por la resurrección de la sociedad.
Esta noche celebramos la institución de la Eucaristía y la institución del Sacerdocio. Apreciemos esta comida sagrada -nuestra comida, compartir y celebrar- y experimentemos verdaderamente esa presencia divina del Señor cuando nos acercamos a encontrarlo en su cuerpo y sangre. Que su vida abundante en nosotros nos dé la gracia de servir, como Él sirvió, y de dar nuestras vidas generosamente en su nombre.

Puntuación: 5 / Votos: 9

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *