Emilio Aguinaldo y Famy 1898

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Emilio Aguinaldo. Cordon Press

El hombre que independizó Filipinas y luego se arrepintió

Este general fue el principal líder del movimiento revolucionario filipino contra España, una lucha que obtuvo su victoria en 1898. Sin embargo, en entrevistas posteriores confesó su arrepentimiento.

1741555437066Por Constanza Vacas– Historia.nationalgeographic.com.es
En el sudeste asiático, a más de 11,000 kilómetros de Madrid, se encuentra un archipiélago cuyo nombre remite a su propio pasado colonial: Filipinas se llama de tal forma en honor al príncipe Felipe, quien posteriormente se convirtió en el rey Felipe II de España. Esto no ha cambiado desde 1565, cuando se dio inicio a los más de 300 años de dominio del territorio por parte del Imperio español, el más poderoso y ambicioso de esa época.
Ahora ya han pasado otros 127 desde que Filipinas se independizó de España: histórica y popularmente se adjetiva el 1898 como “desastroso”, ya que fue el año en que el país europeo perdió sus tres últimas colonias. Junto a la del Pacífico, las islas de Cuba y Puerto Rico se desprendieron también del yugo imperial y quedaron en manos de Estados Unidos, como resultado de la guerra hispano-estadounidense.
¿Representó realmente un paso hacia la independencia? ¿Supuso este cambio una mejora tangible para los pueblos implicados, o fue el remedio peor que la enfermedad? Esta fue la mirada que adoptaron los corresponsales Guillermo Gómez Rivera y Luis María Anson, del periódico español ABC, en 1958 y 1962, cuando se sentaron frente a Emilio Aguinaldo, el general que lideró la independencia de Filipinas y que confesó al mundo: “Estoy arrepentido en buena parte por haberme levantado contra España”.

Españoles en Filipinas

Emilio Aguinaldo y su misión independentista

Nacido en Cavite el 22 de marzo de 1869, Emilio Aguinaldo fue el principal líder del movimiento revolucionario filipino contra España. Con solo 26 años, se integró al Katipunan, una especie de sociedad secreta fundada por Andrés Bonifacio que tenía como objetivo liberar Filipinas del dominio colonial español, para más tarde asumir el mando de la revolución.
El 14 de diciembre de 1897, Aguinaldo firmó el Pacto de Biak-na-Bató, por el cual accedió a exiliarse en Hong Kong a cambio de una indemnización y promesas de reformas por parte de España, las cuales nunca se materializaron. Así que, cuando estalló la guerra entre Estados Unidos y España un año más tarde, nuestro protagonista regresó a su país natal con armas y fondos adquiridos durante su exilio.
Frente a una multitud y bajo una bandera diseñada por él mismo, Aguinaldo hizo historia ese 12 de junio de 1898 al proclamar formalmente la independencia de Filipinas en Kawit. Fue un momento simbólico de gran carga emocional y política que no recibió reconocimiento internacional, pero que fue posible por la ayuda de Estados Unidos. Una ayuda. por supuesto, no desinteresada.

“Los norteamericanos nos traicionaron”

Aguinaldo estableció un gobierno revolucionario y fue nombrado presidente de la Primera República Filipina en enero de 1899. Su misión era clara: lograr una independencia real y duradera. Sin embargo, unos meses después, estalló la guerra filipino-estadounidense. ¿La razón? Estados Unidos, en realidad, no tenía intención de colaborar con establecer soberanía sobre el archipiélago, sino de abrir un nuevo período de dominio colonial del que él pudiese ser el principal benefactor.
El Tío Sam se hunde en el lodazal de la insurgencia filipina, personificada por Emilio Aguinaldo, que se resiste a ser rescatado. Caricatura publicada en un periódico estadounidense en abril de 1899.El Tío Sam se hunde en el lodazal de la insurgencia filipina, personificada por Emilio Aguinaldo, que se resiste a ser rescatado. Caricatura publicada en un periódico estadounidense en abril de 1899. Cordon Press
Por esto, la Revolución continuó tras la independencia española y desencadenó un sangriento conflicto contra la nueva potencia colonial. En la obra Reseña verídica de la Revolución filipina, Aguinaldo expone su frustración por la negativa estadounidense de reconocer la independencia, describiendo una política imperialista que traicionó las esperanzas filipinas. Algo que también dejó muy claro en sus entrevistas al periódico ABC en 1958 y 1962: “Los norteamericanos nos traicionaron”.
Por esto, la Revolución continuó tras la independencia española y desencadenó un sangriento conflicto contra la nueva potencia colonial. En la obra Reseña verídica de la Revolución filipina, Aguinaldo expone su frustración por la negativa estadounidense de reconocer la independencia, describiendo una política imperialista que traicionó las esperanzas filipinas. Algo que también dejó muy claro en sus entrevistas al periódico ABC en 1958 y 1962: “Los norteamericanos nos traicionaron”.
Para entonces, Filipinas ya era un país soberano —lo logró finalmente el 4 de julio de 1946—, y esto permitió a Emilio Aguinaldo, que ya tenía alrededor de 90 años, revisar con perspectiva el impacto de su lucha en la historia de su país.
En las entrevistas, de hecho, explicó que “cuando se celebraron los funerales en Manila del Rey Alfonso de España, yo me presenté en la catedral, para sorpresa de los españoles. Y me preguntaron por qué había venido a los funerales del Rey de España en contra del cual me alcé en rebelión. Y, les dije que sigue siendo mi Rey porque bajo España siempre fuimos súbditos o ciudadanos españoles, pero que ahora, bajo los Estados Unidos, somos tan solo un mercado de consumidores de sus exportaciones, cuando no parias”.
A continuación reproducimos la esclarecedora entrevista concedida en Filipinas, el 16 de diciembre de 1958, al periodista y escritor filipino Guillermo Gómez Rivera, en presencia de la segunda esposa de Aguinaldo, María Agoncillo:

Entrevista completa a Aguinaldo en 1958

—Guillermo Gómez Rivera: Señora, en vista de la polémica en los diarios sobre el traje filipino tal como lo confeccionan ahora los modistas, ¿qué dice usted?
—María Agoncillo: Que el traje nacional sin su pañuelo, o almapay, sobre los hombros, deja de ser filipino.
—G. G. R.: Señora, ¿se opone usted a su modernización?
—M. A.: El traje nacional filipino debe respetarse. No se debe desfigurar. Se pueden hacer trajes con su influencia pero no se debe cambiar tal como aparece el traje nacional de la mujer filipina.
El señor Aguinaldo estaba en ese momento en la sala de su mansión y, al oirnos hablar en español, se acercó a donde estaba su señora y se sentó en una silla próxima a ella. A continuación, nos dirigió la palabra.
—Emilio Aguinaldo: Es bueno que este joven todavía hable español. ¿Qué pasa con el traje nacional?
—G. G. R.: Señor presidente, un servidor de usted representa a unos grupos folclóricos y su señora acaba de decir que el traje filipino debe respetarse.
—E. A.: ¡Así debe ser! Ahora, aquí nada ya se respeta. No es costumbre mía criticar, pero ya que usted puede entenderme en castellano, le digo que estoy muy apenado por lo que ahora viene transcurriendo en este país por el que tantos sacrificios hemos hecho los veteranos de la República, que comenzó en 1896.
—G. G. R.: Sí. Un servidor le venera a usted como a uno de nuestros héroes y padres de la Patria.
—E. A.: Aquí me vinieron a entrevistar unos profesores de historia de la University of the Philippines de los yanquis. Uno de ellos es un tal Agoncillo que dice ser pariente de mi señora. Viene aquí y me habla en inglés, de manera que tengo que darle señales que me hable en tagalo porque sé que entiende muy poco de español. ¿Ha leído usted la historia de Filipinas que escribió? ¿Ha leído usted la biografía de Andrés Bonifacio que escribió?
—G. G. R.: No, no he leído esos libros pero los voy a leer para enterarme de lo que dicen…
—E. A.: Yo no leo en inglés, pero algunos conocidos me han dicho que no son libros a favor de Filipinas ni de los filipinos. Creo que no lo son, porque dicen mentiras hasta de la humilde persona de este seguro servidor.
—G. G. R.: ¿Qué cosa mala pueden decir de su excelencia?
—E. A.: Pues lo que quiere la política yanqui… Que servidor mandó asesinar a Andrés Bonifacio, y eso no es verdad. Yo tuve mis diferencias con él, pero esta nueva corriente de cosas quiere dejarme mal parado, a la vez que se va encubriendo injustamente los abusos y crueldades que cometieron los yanquis aquí, para justificar su invasión y su sangrienta anexión de Filipinas.
—G. G. R.: Lamento escuchar esas palabras, pero un servidor está a la disposición de su excelencia para defenderle y dar a conocer la verdadera historia de nuestra patria.
—E. A.: ¡Eso es! La verdadera historia de nuestra patria, particularmente, la verdadera historia de nuestra revolución contra España y nuestra guerra de resistencia contra los invasores yanquis, que hasta estas alturas me vigilan en mi propio país…
—G. G. R.: Tiene aquí un fiel seguidor, un soldado más… ¿Puede resumirme la historia de la revolución contra España?
—E. A.: En breve, bajo España, no estábamos económicamente controlados como ahora. Por eso, cuando aprendimos de los liberales españoles lo que es libertad, igualdad y fraternidad, hemos abrazado lo que es la masonería y nos adherimos todos al Gran Oriente de España. Le hablo a usted de la masonería, porque conocí a los hermanos Gómez de Iloilo, Felipe y Guillermo, que son miembros de nuestra masonería…
—G. G. R.: Un servidor es nieto de Don Felipe y sobrino-nieto de Don Guillermo.
—E. A.: Los he conocido y les he leído en la revista ‘Semana, en ‘La Voz de Manila’ y otros periódicos de aquí. Por eso le hablo a usted con mucha franqueza, porque estoy hasta la coronilla con lo que han hecho de este mi pobre país, nuestro país, nuestra patria… Y lo que más me aburre es que falsean la historia de la revolución y la historia de la guerra de resistencia contra Estados Unidos… Esos historiadores que escriben nuestra historia en inglés vienen aquí para entrevistarme y hasta me hacen firmar cosas, pero nada de lo que digo lo publican, sobre todo, cuando lo que declaro no va de acuerdo a la agenda de los invasores yanquis… ¡Son unos desvergonzados!
—G. G. R.: ¿Cuál es, entonces, la verdad?
—E. A.: El comienzo de la revolución filipina es trabajo de la masonería, pero esa revolución terminó con el Pacto de Biak-na-Bató. Los voluntarios filipinos ayudaron al Gobierno español a casi vencerme. Por eso opté por firmar la paz mediante ese pacto y por autoexilarme a Hong Kong
—G. G. R.: ¿Y por qué aconteció la guerra contra los yanquis?
—E, A.: Sencillamente porque los yanquis me engañaron. Se acercaron a mí como hermanos masones, urgiéndome en nombre de la masonería internacional que vuelva a Filipinas para reorganizar la revolución contra España y dándome su palabra de que, una vez liquidado en nuestras islas el Gobierno español, Estados Unidos me otorgarían la independencia por la que luchamos.
—G. G. R.: ¿Los yanquis no han cumplido con su palabra de darle a usted y a nuestro pueblo su libertad?
—E. A.: ¡Nada de eso! Lea usted las Juntas Locales de Defensa que firmamos de Apolinario Mabini… Le he pedido al diputado Miguel Cuenco de Cebú que publique en los textos para la enseñanza del español ese decreto, esa proclama, que expedimos. Por eso, al llegar a Filipinas, hice inmediatamente que se declarase la independencia de Filipinas esperando que los yanquis nos apoyen, pero me traicionaron. ¡Nos traicionaron! En vez de apoyarnos como aliados, iniciaron una guerra contra nosotros adrede, porque su intención era robarnos la reserva en oro y plata que acumulamos en Malolos bajo la custodia del general Antonio Luna y el capitán Servillano Sevilla. Esa reserva vale más de mil millones de dólares y nos la robaron al caer Malolos en manos de Arthur MacArthur . Me persiguieron hasta Palanan, La Isabela, para capturarme. No se atrevieron a ejecutarme porque no les convenía hacer eso. Me quieren vivo para echarme la culpa del asesinato de Andrés Bonifacio y de Antonio Luna.
—G. G. R.: ¿Cómo lograron intervenir los yanquis en estos asesinatos, su Excelencia?
—E. A.: Son muy astutos. Mediante la masonería y el dinero pagaron a algunos hombres nuestros. Si, pagaron, intimidaron, amenazaron para que estos, aunque supuestamente bajo mi mando y férula, asesinaran a Andrés tras un supuesto enjuiciamiento que duró solo un día antes de sentenciarlo a muerte. Yo no quise confirmar esa sentencia, pero me obligaron con amenazas hasta en contra de mi familia. Y aquí, ahora, estoy sufriendo, porque se me apunta con el dedo como el que mató a Bonifacio.
—G. G. R.: ¿Y lo del general Antonio Luna?
—E. A.: ¡Igual! Manipularon y lo montaron todo en Cabanatúan para luego echarme la culpa. Mataron al general Luna como al supremo Andrés Bonifacio a la manera masónica. ¡Con armas blancas! Por eso he renunciado a la masonería, porque la masonería de hoy es propiedad del imperio explotador de los yanquis.
—G. G. R.: Su excelencia, esta verdad debe publicarse.
—E. A.: Es precisamente por eso que te lo estoy contando ahora, porque tú serás el que lo va a publicar en el futuro, para que nuestro pueblo conozca su verdadera historia.
—G. G. R.: ¿Está su excelencia arrepentido de lo que ha hecho en su vida?
—E. A.: Sí. Estoy arrepentido en buena parte por haberme levantado contra España y, es por eso que, cuando se celebraron los funerales en Manila del Rey Alfonso XIII, me presenté en la catedral para sorpresa de los españoles. Me preguntaron por qué había ido a los funerales del Rey contra el que me había alzado en rebelión. Les dije que sigue siendo mi Rey, porque bajo España siempre fuimos súbditos, o ciudadanos, españoles, pero que ahora, bajo los Estados Unidos, somos tan solo un mercado de consumidores de sus exportaciones, cuando no parias, porque nunca nos han hecho ciudadanos de ningún estado de Estados Unidos. Los españoles, sin embargo, me abrieron paso y me trataron como su hermano en aquel día tan significativo…
—G. G. R.: ¿Qué puede decirnos del futuro de nuestra patria?
—E. A.: A estas Alturas y a mi edad barrunto que Filipinas ha de seguir siendo colonia de Estados Unidos, porque la campaña de forzar el idioma inglés sobre nuestros niños es implacable y conduce a la desfilipinización de nuestras futuras generaciones. Más aun cuando pierden el conocimiento necesario del español, el idioma oficial junto al tagalo, de nuestra Primera República.
—G. G. R.: ¿Está usted en paz consigo mismo?
—E. A.: Sí, he vuelto a mi religión, la que heredamos como súbditos españoles. Y como el viejo soldado que soy, me iré poco a poco a una vida mejor con la conciencia limpia y la satisfacción de haber servido honradamente a mi patria dentro de mis posibilidades y a pesar de mis limitaciones.
Fuente: Diario ABC.

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