La presidenta Dina Boluarte participó en la ceremonia de toma de mando de Daniel Noboa como nuevo presidente de Ecuador, durante su más reciente visita internacional al vecino país.
El área de prensa de la Presidencia de la República calificó la asistencia de Boluarte a esta ceremonia como “clave para las relaciones bilaterales con la nación ecuatoriana”.
La jefa de Estado agradeció al Congreso por haber aprobado por mayoría la autorización para que viaje rumbo a Ecuador.
“Es presidente de un país vecino, con el que llevamos décadas de paz, es importante afianzar el trabajo bilateral con el hermano pueblo de Ecuador. Gracias congresistas que apuestan por el desarrollo del país”, dijo.
En ese mismo discurso, Dina Boluarte criticó a los parlamentarios que votaron en contra de autorizar su salida rumbo a Ecuador.
“Aún hay un grupo que no entiende en el Congreso ese interés de las relaciones multilaterales. Cuando sale la presidenta de la República a reunirse con presidentes, es distinto cuando sale el canciller o un ministro. El valor de una conversación entre presidentes es distinto para los intereses de la patria”, resaltó.
El 21 de mayo, el pleno del Parlamento aprobó el pedido de viaje de la presidenta Dina Boluarte, a fin de asistir a la ceremonia en Quito.
Fuente: Diario El Comercio.
Atravesados por lanzas y flechas
Por Pablo J. Ginés– Religión en Libertad.
Los misioneros Alejandro Labaka e Inés Arango (alejandroeines.org) son reconocidos como “mártires de la caridad”, o fallecidos como testigos de caridad en grado extremo, y serán beatificados, según el decreto de la Causa de los Santos publicado. El reconocimiento del obispo Labaka y la hermana Inés Arango llega así por la vía establecida por el papa Francisco, el ofrecimiento de la vida. Su asesinato no se puede considerar técnicamente martirio.
Murieron atravesados por muchas lanzadas en la selva ecuatoriana, víctimas de un grupo indígena recién contactado al que intentaban ayudar, el 21 de julio de 1987. Sabían el riesgo que corrían, incluso habían escrito sobre ello, pero sentían que tenían que acelerar el ritmo que normalmente habrían llevado para intentar precisamente proteger a ese clan de la selva.
Veteranos en contactar tribus
El misionero capuchino vasco Alejandro Labaka había llevado con éxito el Evangelio a la tribu huaorani en la selva ecuatoriana. Era veterano en contactar con pueblos remotos que evitaban al hombre blanco. Lo hacía dejándose ver desnudo por los nativos, para mostrar que era un hombre y no era peligroso, y con varios avistamientos a distancia, graduales y con regalos.
Ya llevaba 3 años como obispo misionero del vicariato apostólico de Aguarico, que entonces tenía unos 30,000 habitantes (hoy tiene 175,000). En 1987, él y la religiosa colombiana Inés Arango acudieron con esa experiencia a intentar contactar con otro clan, con fama de peligroso, los tagaeri.
Tenían cierta prisa. Los tagaeri eran un grupo pequeño y no existían para las autoridades. A los misioneros les constaba que en cualquier momento llegaría una compañía petrolera o maderera y acabaría con ellos. Su mejor opción era contactar con los misioneros y que los implicaran en un proyecto oficial de desarrollo. “Si no vamos nosotros, los matan a ellos”, era lo que pensaban y decían los misioneros.
Ese 21 de julio de 1987 un helicóptero les dejó cerca de un asentamiento de los tagaeri y se retiró. El obispo iba prácticamente desnudo. La religiosa vestía su hábito normal, pero descalza y sin toca. Cuando el helicóptero volvió, estaban muertos, con unas 20 lanzas clavadas.
Además, parece casi seguro que después de matarlos, los tagaeri hicieron una danza ritual en grupo en la que todos, incluyendo los niños, atravesaron sus cuerpos ya sin vida con lanzas: tenían muchas docenas de heridas cada uno.
Los tagaeri en nuestros días siguen en estado de aislamiento. En 1999 el Estado ecuatoriano creó la Zona Intangible Tagaeri Taromenane (ZITT), que vedaba “a perpetuidad todo tipo de actividad extractiva, en virtud de constituir un territorio de habitación y desarrollo de los grupos indígenas en aislamiento Tagaeri-Taromenane“. Pero en años posteriores el Estado permitió excepciones y hubo choques y muertes con estas etnias. En 2022 la Corte Interamericana de Derechos Humanos, declaró culpable al Estado de Ecuador por violación de los derechos a la propiedad colectiva en el caso Pueblos Indígenas Tagaeri y Taromenane vs. Ecuador.
La pasión misionera de Alejandro Labaka
Alejandro Labaka entró en el seminario de Alsasua a los 12 años, en 1932, y en el noviciado capuchino de Sangüesa en 1937, con 17 años. Fue ordenado sacerdote en 1945, con 25 años. Tomó el nombre religioso de Manuel de Beizama (Beizama era su pueblo natal).
De 1946 a 1953 fue misionero en China, en circunstancias duras por el nuevo régimen comunista, que en 1953 finalmente expulsó a todos los misioneros extranjeros. China le había apasionado y fascinado como misionero desde muy joven.
En 1954 llegó a Ecuador y empezó su trabajo en la Amazonía. A partir de 1969, comenzó a centrarse en el contacto con la etnia huaorani, a la derecha del río Napo. Estudió su lengua y cultura. En 1977, fue adoptado como hijo por los líderes huaorani, inihua y pahua. Se calcula que los huaoranis son hoy algo menos de 3,000.
En la misa en la que fue ordenado obispo del vicariato de Aguarico en 1984 proclamó: “Los grupos humanos primitivos como son los huaorani, sionas, secoyas, cofanes, quichuas, shuaras, han tenido ‘maneras propias de vivir su relación con Dios y su mundo’. Su encuentro con Cristo se hace en situaciones inéditas, ofreciendo, por tanto, maneras y actitudes inéditas de vivir el Evangelio como salvación universal“.
Su libro Crónica huaorani es el gran testamento de su espiritualidad misionera. Muchas páginas las escribía junto a la hoguera, con los huaorani. Allí, en su página 198, escribió: “Hoy, los que trabajen por las minorías tienen que tener vocación de mártires“.
También intentaba obtener el bien posible en la cooperación de distintas realidades: “La labor conjunta de las compañías petroleras, instituciones de Gobierno y misiones religiosas puede obtener la integración de esta interesante minoría amazónica, sin menoscabo de sus derechos humanos“, escribió en Crónica Huaorani. De hecho logró un convenio en 1985, ampliado en 1987, para que fondos de las compañías se usaran en proyectos con pueblos indígenas, participados por la Iglesia.
La matanza
Cuando el 21 de julio de 1987 el obispo Alejandro y la hermana Inés descendieron en helicóptero junto a un asentamiento tagaeri, las mujeres y los niños les acogieron, les habían hecho gestos. El helicóptero se fue, con instrucciones de volver al día siguiente. Más tarde llegaron los adultos cazadores y decidieron matarlos.
José Miguel Goldáraz, capuchino, que era el vicario general en Aguarico, detalló que el viaje a los tagaeri fue muy arriesgado, y el obispo lo sabía. En años anteriores, con los huaorani, había ido a pie, no en helicóptero. Iba con regalos, comida, machete, se dejaba ver sin hacer nada, observando. “Los huaoranis le perdieron el miedo. Cuando ya se hicieron verdaderamente amigos, lo invitaron a su choza. Así, fue muchas veces, andando, hasta ellos. Durmió más tarde en su misma casa”.
Con los tagaeri hizo dos vuelos previos. En el tercero los tagaeri le hicieron señas con los brazos. “Monseñor decidió bajar por la premura ya explicada y porque a primeros de agosto pensaba viajar a España“, detalla.
Según parece, la hermana Inés contempló cómo mataban al obispo, y quizá también todo el rito de clavarle 17 lanzas (los forenses contaron en él 80 heridas en total). También parece que al principio no querían matarla a ella, pero un joven guerrero clavó su lanza en ella, otros cuatro le imitaron y los forenses contaron 70 heridas en el cadáver de ella.
“Yo, sin pensar lo que estaba haciendo, como un autómata, le saqué 15 lanzas del cuerpo de monseñor y 3 de la hermana Inés. Los soldados, habían sacado algunas más, pues estaban en el suelo“, recuerda Goldáraz, que estuvo en el lugar de la matanza al día siguiente.
De vuelta a la misión, cuatro personas, dos médicos y dos enfermeras, se dedicaron a suturar los cuerpos de los religiosos. Después fueron velados en la parroquia.
Los restos del obispo descansan hoy en la catedral de Coca (Ecuador), en el mismo sitio donde en 1984 se había extendido en el suelo en su consagración episcopal.
La hermana Inés
Inés Arango Velásquez nació en Medellín (Colombia) en 1937. Ingresó en las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, congregación fundada en 1885 por el Siervo de Dios Luis Amigó y Ferrer, capuchino valenciano que fue obispo en Solsona y Segorbe. Recibió el hábito en 1955 con el nombre religioso de María de las Nieves de Medellín.
Ejerció el apostolado misionero en tres comunidades de Aguarico: Shushufindi, Nuevo Rocafuerte y Coca. De las dos últimas fue también Superiora. En 1977 trabajaba en el hospital de Nuevo Rocafuerte y colaboraba en la evangelización de comunidades indígenas a orillas del río Napo, con los capuchinos Alejandro Labaka y Manuel Amunárriz. En 1987 fue destinada a Coca, donde se dedicó a la evangelización de los huaorani.
Tenía, pues, 10 años de experiencia con indígenas recién contactados y conocía los riesgos de la misión. La víspera de su muerte, Sor Inés escribió una nota de despedida con sus últimas disposiciones: una especie de testamento, que confirmaba su conciencia del peligro que correría. El obispo Alejandro se lo había pedido, según escuchó fray Felipe, el cocinero: “Inés, deja todo arreglado, por si no volvemos”.
Ella escribió a mano unas recomendaciones sobre algunos dineros: “El resto de los 25,000 que me dieron en Rocafuerte para lentes, dientes, etc. que lo empleen para aucas [indígenas] y pobres. Si muero, me voy feliz y ojalá nadie sepa nada de mí. No busco nombre… ni fama. Dios lo sabe“.
Pero para la Iglesia universal ella ahora será mártir. En la iglesia de San Bartolomé en la Isla Tiberina de Roma guardan una de sus sandalias junto a muchas otras reliquias de mártires modernos de todo el mundo.
Causas por “ofrecimiento de la propia vida“
Según los criterios indicados en la Carta Apostólica Maiorem hac dilectionem, el ofrecimiento de la propia vida debe responder a los siguientes criterios:
1) el ofrecimiento libre y voluntario de la vida por parte del Siervo de Dios y la aceptación heroica propter caritatem de una muerte cierta y a corto plazo;
2) el vínculo entre la ofrenda y la muerte prematura;
3) el ejercicio, al menos en grado ordinario, de las virtudes cristianas antes de la ofrenda de la vida y después hasta la muerte;
4) la fama de santidad y los signos, al menos después de la muerte.
En este caso, los misioneros eran conscientes del riesgo que corrían, pero para intentar proteger a los nativos se arriesgaron: hay una relación entre el ofrecimiento gratuito de la vida por los pueblos indígenas y la muerte prematura.