Orden de San Agustín

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Por lo menos 34 de los 266 papas han pertenecido a órdenes religiosas, según la revista jesuita America Magazine

Benedictinos

Gregorio Magno, Gregorio I o también San Gregorio (Roma 540-Roma, 12 de marzo del 604) fue el sexagésimo cuarto papa de la Iglesia católica.​ Es uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia latina o de Occidente, junto con Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona y Ambrosio de Milán.​ Fue proclamado doctor de la Iglesia el 20 de septiembre de 1295 por Bonifacio VIII. También fue el primer monje que alcanzó la dignidad pontificia, y probablemente la figura definitoria de la posición medieval del papado como poder separado del Imperio romano. Hombre profundamente místico, la Iglesia romana adquirió gracias a él un gran prestigio en todo Occidente, y después de él los papas quisieron en general titularse como él lo hizo: «siervo de los siervos de Dios».
Tras la muerte de su padre,​ en 575​ transformó su residencia familiar en el Monte Celio en un monasterio bajo la advocación de san Andrés, en el lugar se alza la iglesia de San Gregorio Magno.​ Trabajó con constancia por propagar la regla benedictina y llegó a fundar seis monasterios aprovechando para ello las posesiones de su familia tanto en Roma como en Sicilia.

Adriano IV. Hertfordshire County Council; Supplied by The Public Catalogue Foundation.

Agustinos

La abadía de Adriano IV (Hertfordshire, Reino de Inglaterra 1100- Anagni, Estados Pontificios, 1 de septiembre de 1159) era relativamente desconocida, con poco valor político o una gran dotación de monjes, sino que era poco probable que las razones de Breakspear para asistir a la corte papal le hubieran permitido hacerse un nombre. De hecho, en por lo menos una ocasión fue en respuesta a una citación sobre su comportamiento. Sin embargo, una posible explicación puede tener sus raíces en la residencia de Breakspear en Merton. El cargo de cardenal obispo de Albano era ser parte del círculo íntimo del Papa, lo que sugiere que hace que su rápido ascenso a una posición tan delicada sea aún más notable e indicativo de las cualidades que el Papa Eugenio III vio en él.

El primer Papa franciscano fue Nicolás IV

Nació en Ascoli, el 30 de septiembre de 1227 y murió en Roma, el 4 de abril de 1292. Elegido Papa Nº191 en 1288.
De nombre Girolamo Masci; ingresó en la orden franciscana en su juventud, y actuó, en 1272, como legado pontificio en Constantinopla con la misión de lograr la participación de la Iglesia Ortodoxa en el XIV Concilio Ecuménico que se celebraría en Lyon en 1274. En ese mismo año sucedió a San Buenaventura como general de los franciscanos, cargo que le permitió condenar las obras del filósofo Roger Bacon y ordenar su encarcelamiento.
En 1278, el Papa Nicolás III lo nombró Cardenal presbítero de Santa Prudenciana y Patriarca católico de Constantinopla para posteriormente ser nombrado Cardenal obispo de Palestrina por el Papa Martín IV.
Su elección como Papa se produjo casi diez meses después de la muerte de su antecesor Honorio IV, debido a que una epidemia de peste asoló Roma y diezmó el cónclave provocando la huida de los Cardenales supervivientes que no regresaron hasta que la situación se normalizó.
Consagrado el 22 de febrero de 1288 fue el primer Papa franciscano de la historia de la Iglesia.
En mayo de 1289, Nicolás IV coronó, como rey de Nápoles y de Sicilia, a Carlos II de Anjou a cambio de que éste hubiera reconocido su vasallaje al pontífice.
Nicolás IV murió el 4 de abril de 1292 y fue sepultado en la basílica romana de Santa María la Mayor, junto a la cual había construido su residencia, rompiendo con la tradición de San Juan de Letrán como sede papal.

Dominicos Orden de los Predicadores

Beato Inocencio V
Nacido en Tarentaise (1225); murió en Roma, el 22 de junio de 1276. Elegido Papa Nº185 en Arezzo el 21 de enero de 1276.
De nombre Pierre de Tarentaise, ingresó a los dieciséis años en la Orden de los Dominicos completando su educación en la Universidad de París donde se graduó en teología y se convirtió en profesor alcanzando tal renombre que fue conocido como doctor famossisimus.
Actuó como provincial de su Orden hasta que en 1272 fue nombrado Arzobispo de Lyon y en 1273 Cardenal Obispo de Ostia.
Elegido en la primera votación del cónclave, es el primer pontífice dominico de la historia y durante los cuatro meses de su pontificado intentó organizar una cruzada para ayudar al reino de Castilla en su Reconquista, y trabajó para consolidar la unión con la Iglesia Ortodoxa lograda en el XIV Concilio Ecuménico celebrado en Lyon en 1274 y en el que tuvo una destacada participación. También mantuvo buenas relaciones con Rodolfo de Habsburgo, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Pero donde verdaderamente destacó Inocencio V fue en su labor como teólogo y filósofo, facetas en las que publicó numerosas obras entre las que destaca los Comentarios a las sentencias de Pedro Lombardo.
Fue el primer papa dominico, y quiso seguir vistiendo el hábito blanco de la Orden de Predicadores, de la que procedía. Desde entonces, el Papa siempre lleva sotana blanca.
Beato Benedicto XI
Nació en Treviso (1240); murió en Perugia, el 7 de julio de 1304. Elegido Papa Nº194, el 22 de octubre de 1303.
De nombre Nicolás Boccasini, a los 14 años ingresó en la orden dominica en Venecia. Destacó por su inteligencia como maestro. Fue nombrado prior de la Lombardía y en 1296 el noveno de superior general de la Orden de Predicadores. Por sus cualidades estuvo encargado de una delicada misión diplomática en Flandes, donde obtuvo éxito y a continuación el Papa le nombró Cardenal en 1298. Fue obispo de Ostia. En la controversia con el rey Felipe el Hermoso de Francia, es uno de los cardenales que permaneció fiel a Bonifacio VIII, con quien se refugió en el castillo de Anagni, siendo hecho prisionero y forzado sin éxito a abdicar. A la muerte de Bonifacio VIII, fue elegido Papa en 1303.
Mucho más pacífico que su antecesor, su breve pontificado se inició con la abolición de la excomunión dictada contra Felipe el Hermoso de Francia, pero se negó sistemáticamente a perdonar a los autores materiales de la ofensa sufrida por su predecesor en Anagni, excomulgando tanto a Guillermo de Nogaret, consejero del rey francés, como a Sciarra Colonna. Tras ocho meses de pontificado murió, el 7 de julio de 1304, al parecer envenenado por orden de Guillermo de Nogaret.
Fue beatificado en abril de 1736 por Clemente XII. Su nombre se introdujo en el martirologio romano por disposición del Papa Benedicto XIV en 1748.

San Pío V
Nació en Bosco, el 17 de enero de 1504 y murió en Roma, el 1 de mayo de 1572). Elegido Papa Nº225 en 1566.
Nacido Antonio Michele Ghiselieri, este monje dominico, fue beatificado por Clemente X en 1672 y canonizado por Clemente XI en 1712. Fue Comisario General de la Inquisición Romana antes de ser Papa.
Pío V se propuso restaurar la disciplina y moralidad de Roma encauzando la vida espiritual del mundo cristiano, y aun la terrenal también, pues como tantos otros papas teocráticos que le habían precedido, mediante la bula In cœna Domini proclamó la supremacía de la iglesia de Roma y de su cabeza visible sobre todos los poderes civiles y sobre quienes los ostentan.

UN ACTO DE FE Y RESPETO: RECONOCIENDO LA AUTORIDAD DEL PAPA LEÓN XIV

Por Luciano Revoredo– LaAbeja.pe
Ayer, 8 de mayo, el mundo católico recibió con alegría y esperanza la noticia de la elección de Robert Francis Prevost como el nuevo Sumo Pontífice, quien ha asumido el nombre de León XIV.
Como católico apostólico y romano, me uno a los millones de fieles que celebran este momento de gracia, reconociendo en él al Vicario de Cristo, sucesor de Pedro y pastor universal de la Iglesia. En este artículo, deseo expresar mi profundo respeto por su investidura y mi decisión de suspender cualquier juicio previo sobre su persona, confiando en la guía del Espíritu Santo que lo ha elevado al trono de San Pedro, y manifestando mi anhelo de vivir plenamente su pontificado con un espíritu de obediencia y comunión eclesial.
Como autor de artículos publicados anteriormente en La Abeja, donde expresé preocupaciones sobre las acusaciones que pesaban contra el entonces cardenal Prevost y que eran de público conocimiento al haber provenido de fuentes periodísticas peruanas y extranjeras, reconozco que mis palabras reflejaban un juicio humano basado en información disponible en ese momento.
Sin embargo, la tradición de la Iglesia nos enseña que la elección de un papa no es un acto meramente humano, sino también en cierto sentido una obra que cuenta con la asistencia del Espíritu Santo, que guía al Colegio Cardenalicio para discernir al sucesor de Pedro. Este principio, junto con el mandato evangélico de “no juzgar” (Mt 7, 1), me lleva a suspender cualquier observación previa y a acoger con fe la autoridad de León XIV, confiando en que su pontificado será un instrumento de la voluntad de Dios para la Iglesia y el mundo.
La investidura del Papa, como cabeza visible de la Iglesia y garante de su unidad, merece un respeto absoluto, no solo por su persona, sino por lo que representa: la continuidad de la misión apostólica confiada por Cristo a Pedro (Jn 21, 15-17). Al declararme católico apostólico y romano, reafirmo mi adhesión a la fe de la Iglesia y mi compromiso de rezar por el Santo Padre, como nos exhorta la tradición. El Catecismo de la Iglesia Católica (882) nos recuerda que “el Papa, Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la multitud de los fieles”. En este espíritu, dejo atrás cualquier crítica pasada y me dispongo a vivir este pontificado con esperanza, pidiendo al Señor que ilumine a León XIV en su misión de confirmar a sus hermanos en la fe (Lc 22, 32).
Que el pontificado de León XIV sea un tiempo de renovación espiritual, de unidad y de testimonio del amor de Cristo en un mundo que tanto lo necesita. Como fiel católico, me uno a la oración de la Iglesia: “Señor, guía a tu siervo León XIV con la fuerza de tu Espíritu, para que sea un pastor según tu corazón”.
Con humildad y reverencia, coloco mi confianza en el Papa y en la sabiduría de la Iglesia, sabiendo que, como dice San Pablo, “todo coopera para el bien de los que aman a Dios” (Rom 8, 28).

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