Hermanas Oblatas del Niño Jesús

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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A LAS OBLATAS DEL NIÑO JESÚS
Martes 2 de julio de 2002
Amadísimas hermanas:
1. Vuestro instituto celebra hoy el 330° aniversario de su fundación. En efecto, el 2 de julio de 1672, en Roma, Ana Moroni y doce jóvenes se consagraron a Cristo con el propósito de seguirlo y de servirlo en los “pequeños“, especialmente mediante la catequesis y la educación de la juventud. En esta feliz circunstancia, me alegra dirigirme a vosotras con este mensaje especial. Os saludo a cada una y, en particular, a la superiora general, a la que agradezco los sentimientos que me ha expresado en nombre de todas.
Vosotras, queridas hermanas, teníais un gran deseo de encontraros con el Sucesor de Pedro, al que os une, desde hace más de tres siglos, el apreciado servicio que prestáis en la sacristía pontificia, servicio que os confió mi venerado predecesor el beato Inocencio XI. Os agradezco el asiduo y diligente esmero con que lo cumplís desde entonces. Vuestra espiritualidad, caracterizada por la contemplación del Niño Jesús en Belén, os impulsa a tratar las cosas santas necesarias para la liturgia con el mismo amor con el que la Virgen María envolvió en pañales al Hijo recién nacido y lo acostó en el pesebre (cf. Lc 2, 7). La adoración del Niño Jesús os estimula a ser cada vez más mansas y humildes de corazón, imitando su docilidad y laboriosidad en el seno de la Sagrada Familia.
2. “Vivir la espiritualidad de Belén alcanzando la semejanza con el Verbo encarnado“: he aquí el carisma de vuestra congregación, unido íntimamente al misterio de la Encarnación. Imagino que el gran jubileo del año 2000 ha sido para vosotras una ocasión privilegiada para profundizar aún más en este “espíritu de Belén“. Es el espíritu de la infancia espiritual que, como subrayan las Constituciones de vuestra congregación, os ayuda “a conquistar, por la gracia de Dios, las mismas virtudes que los niños tienen por naturaleza, en relación con Dios y con el prójimo: la inocencia, la espontaneidad, la apertura, la sinceridad, la confianza, la rectitud y la sencillez que nace de la sabiduría divina“.
Me congratulo con vosotras por el impulso espiritual que os anima: constituye la mejor garantía para una auténtica renovación de la vida consagrada. El lema “Duc in altum!“, que propuse a todo el pueblo cristiano en la carta apostólica Novo millennio ineunte, encuentra una significativa interpretación en el que os legó vuestra fundadora: “De Belén al Calvario“. Siguiendo a Cristo en su itinerario salvífico integral, se puede “remar mar adentro” hacia los horizontes ilimitados de la santidad, dejando que Dios actúe en nosotros, y a través de nosotros, prodigios de bondad y de amor.
3. En la Roma del siglo XVII, Ana Moroni, al igual que las primeras consagradas, no poseía muchos medios, pero era rica de Dios y, por eso, con el consejo de su director espiritual, el padre Cósimo Berlinsani, pudo hacer grandes cosas entre los pequeños y los sencillos, conjugando fe y vida y conquistando numerosas almas para Cristo. Vuestra fundadora estaba enamorada del Niño Jesús y experimentaba un éxtasis profundo por el Crucificado, al que definía como su “único libro“.
Fieles a vuestro carisma, podéis responder a los nuevos desafíos de la educación y de la evangelización, privilegiando, según la especificidad de vuestro instituto, la catequesis y la pastoral juvenil. Sin desanimaros ante las dificultades y las pruebas, seguid ensanchando las fronteras de vuestra acción apostólica en el mundo, como, por ejemplo, habéis hecho recientemente -y os felicito por ello- con la nueva obra en la periferia de Lima, en Perú. Dedicarse a la educación de la infancia y de la juventud es una prioridad apostólica a la que la Iglesia jamás ha renunciado y jamás renunciará. En este complejo ámbito pastoral está en juego un aspecto esencial del mandato de Cristo a los Apóstoles: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28, 19).
Vosotras, queridas religiosas Oblatas del Niño Jesús, cooperáis en esta misión con múltiples iniciativas: la catequesis, que constituye vuestro primer compromiso; las obras parroquiales; los ejercicios espirituales para jóvenes; diversas propuestas de pastoral juvenil; las residencias universitarias; la instrucción escolar; la recuperación y el apoyo a situaciones familiares difíciles; las visitas a familias pobres; y la acogida de los peregrinos.
4. En todas vuestras actividades sentíos “nodrizas del Niño Jesús“, contemplando su rostro en todas las personas que encontréis, e irradiando sus virtudes mediante la obediencia filial, el abandono al Padre, la sencillez y la alegría de vivir, la pobreza y el trabajo diario, la oración y el espíritu de comunión fraterna. Con el estilo atrayente de la infancia espiritual, no os será difícil implicar en vuestro apostolado a los laicos cercanos a vosotras. Su colaboración es valiosa, porque responde a una clara enseñanza del concilio Vaticano II y permite difundir mejor la levadura evangélica en las familias y en la sociedad.
Pienso en la institución ya bien estructurada de los “Animadores laicos Ana Moroni” (ALAM) y en los programas que estáis realizando juntamente con ellos. Al dirigir mi saludo a su numerosa representación hoy presente, os exhorto a proseguir con generosidad por este camino: Dios bendecirá vuestros esfuerzos con numerosas vocaciones, y con nuevos y valiosos colaboradores.
Amadísimas hermanas, que el amor ardiente al Niño Jesús inspire cada momento de vuestra vida, así como el ejercicio de vuestro apostolado entre la juventud. Sentid la contemplación y la acción como una sola llamada, porque sólo de la unión de ambas brota la auténtica maternidad espiritual que debe guiar la acción caritativa y pedagógica a la que os dedicáis.
Os sostenga una intensa y confiada devoción a María santísima, así como a su esposo san José, a los que el Padre celestial confió el cuidado de su Hijo unigénito hecho hombre. Con afecto, os renuevo la expresión de mi estima y gratitud, a la vez que oro por cada una de vosotras y por todo vuestro instituto, que en sus múltiples actividades y perspectivas futuras quiere vivir, juntamente con sus colaboradores laicos, el testamento de la madre fundadora: “unión y concordia”.
Dios os ayude a conservar e incrementar esta valiosa herencia para el bien de todos. Con este deseo, os bendigo de corazón.

LA DESTRUCCIÓN DE LA IGLESIA PERUANA POR EL PROGRESISMO

Por Luciano Revoredo– LaAbeja.pe
A muchos católicos nos preocupa la situación de la iglesia. De un tiempo a esta parte la proliferación de una jerarquía politizada e infectada por la teología de la liberación y una tendencia progresista viene haciendo mucho daño a la iglesia. Para nadie es un secreto que por ejemplo el arzobispo de Lima, monseñor Carlos Castillo que era el oscuro párroco de una iglesia del Rímac, con un pasado político que lo vincula a sectores de la izquierda radical antes de optar por el sacerdocio y que estaba prohibido de dar clases de teología por sus posiciones heterodoxas, desde que asumió el cargo no ha hecho otra cosa que una labor de demolición de la iglesia de Cristo. Ni bien tomó el control contrató como personal de confianza a progresistas, feministas, pro LGBT e incluso conocidos propagandistas del aborto. Luego de esto, sus dislates y permanentes declaraciones por decir lo menos equívocas se hicieron costumbre.
Una iglesia en salida a las periferias, que arma lío en espíritu de sinodalidad, que rinde culto a la Pachamama, que más parece una oenegé ambientalista que la encargada de salvar las almas es lo que nos toca ver al ritmo de guitarritas y aplausos, en templos desprovistos de toda espiritualidad. Ese es el saldo del asalto progresista a la fe católica.
La demolición es a ritmo constante e implacable. Son varios los sacerdotes de observancia tradicional, fieles al magisterio y la doctrina de siempre que por ese simple hecho son marginados, despojados de sus cargos, alejados de los fieles, cuando no castigados por faltas inexistentes.
Igualmente se busca acabar con toda forma de manifestación de espiritualidad que a los ojos del progresismo parezcan tradicionales. Las procesiones, por ejemplo. Recordemos como el Señor de los Milagros el año pasado con diversos pretextos no pudo llegar a la Plaza de Armas. O como el propio Carlos Castillo dijo una vez que “nadie se convierte ante el sagrario”.
Esta semana han sucedido un par de hechos que sin ser muy suspicaces podemos asociar a esta campaña de demolición.
Por una parte, de manera intempestiva el párroco de San Ricardo en Matute, ha desalojado a las Hermanas Oblatas que hacían una labor encomiable en favor de la comunidad desde hace 23 años. Estas monjas llegaban día y noche con su ayuda a las familias, a los ancianos y niños, siempre con una sonrisa y difundiendo la devoción al Niño Jesús. Los vecinos de la zona están indignados y las protestas han llegado incluso a manifestaciones públicas y enfrentamientos abiertos con el párroco y un obispo auxiliar de Lima.
Por otro lado, la Hermandad del Señor de Muruhuay, de Lima, que está ubicada en la parroquia de Santa Ana, está siendo desalojada por el nuevo párroco que les ha pedido retirar el anda e imagen que están dentro de la iglesia, diciendo que no hay espacio, lo curiosos es que esta imagen y sus devotos llevan muchos años de actividad en esta parroquia.
Son signos de los tiempos que nos tocan vivir.

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