El Buen Pastor da la vida

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Evangelio según San Juan 10,1-10.
Jesús dijo a los fariseos: “Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz“.
Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
Entonces Jesús prosiguió: “Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.
Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado.
Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento.
El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia“.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

En mi calle había tres Pauls, todos más o menos de la misma edad: Paul Germann, Paul Guylee y yo. Muy a menudo, después de cenar durante el verano, en los años cincuenta y sesenta, muchos chicos y chicas jugábamos al béisbol en los terrenos de la escuela, al final de nuestra calle. A menudo oíamos a uno de los padres, normalmente el padre, decir uno o varios nombres para llamarnos a casa. De todas las veces que llamaron a “Paul“, nunca recuerdo haber vuelto a casa para descubrir que no era mi padre quien me había llamado. Cada uno de nosotros reconocía el sonido de la voz de nuestros padres.
Pensé en esto cuando leí por primera vez el evangelio de hoy (Juan 10:1-10), cuando Jesús dice que las ovejas “reconocen la voz” del Buen Pastor. Aunque los “extraños” las llaman, “no reconocen la voz de los extraños” y no responden. La imagen del Buen Pastor es fuerte tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Jesús es ese Buen Pastor que ha venido a conducir a sus discípulos, sus ovejas, a la plenitud de la vida aquí y ahora, y a la vida eterna venidera. Sin embargo, nuestro reto consiste en distinguir la voz de Jesús de todas las voces que oímos en el mundo de hoy, muchas de las cuales nos alejan del Señor y del Reino de Dios.
En nuestra Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles (2:14a, 36-41) Pedro anima a los Apóstoles, preparándolos para su participación en el ministerio de Jesucristo, a predicar la Buena Nueva y llamar a la gente al arrepentimiento, a “salvarse”. Tomé nota de que la lectura dice que el mensaje de Pedro “les llegaba al corazón”. Así como la voz de Pedro tenía poder detrás, era un reflejo de la verdad y el poder del mensaje de Jesucristo, el Buen Pastor. Su voz, si la escuchamos, puede “llegarnos al corazón“.
En la Segunda lectura de la Primera Carta de Pedro (2:20b-25) Pedro nos recuerda que “hemos sido llamados” por el Buen Pastor, que dio su vida por nuestra salvación. Nos habíamos “descarriado como ovejas” y por la llamada de Jesús, el Buen Pastor, hemos “vuelto al pastor y guardián de nuestras almas”. El Señor Jesús nos conduce y nos guía si estamos dispuestos a escuchar.
Como hoy es el Domingo del Buen Pastor, también suele ser una oportunidad para hablar de las vocaciones. En una de nuestras parroquias de Canadá, donde a menudo celebraba una Misa a mediodía, el hombre que oficiaba la Misa rezaba constantemente por “Vacaciones a la Vida Religiosa y al Sacerdocio”. Sé que se refería a las vocaciones.
Las semillas de mi vocación fueron plantadas por mis padres, que eran firmes católicos practicantes. La oración en las comidas, el rosario ocasional, la misa dominical y una educación católica sentaron unas bases firmes para escuchar la voz del Pastor. Algo que también hizo que la vocación formara parte de mi futuro fue que mi padre tenía tres hermanos religiosos: el tío Lornie era sacerdote jesuita (fallecido en 1960), el tío Alvin era hermano jesuita (fallecido hace seis años) y el tío Oliver -Hermano Paul- era hermano franciscano (fallecido hace tres años). Sólo vi al tío Lornie una vez, y al tío Oliver dos veces, pero sabía que eran humanos. Que no bajaron del cielo con las manos cruzadas, y que había muchas historias sobre Lornie, Alvin y Oliver contadas por mis padres, tíos y abuelos. Eran personas “normales”. Eso ayudó a influir en mí, así como la fuerte influencia de mi párroco, el padre Donald Curtis, un santo sacerdote diocesano en mi parroquia natal, Nuestra Señora de Lourdes en Waterloo. Yo era monaguillo y uno de sus favoritos. Cuando escribió mi Carta de Recomendación para mi ingreso en la Congregación de la Resurrección, el Rector me dijo que pedía una Carta de Recomendación, no una Causa de Santidad. Cuando fui al colegio San Jerónimo, dirigido por los Resurreccionistas, el ejemplo de los sacerdotes y hermanos de allí me inspiró. Vi su fraternidad mutua, su dedicación al ministerio de educar a la juventud y su humanidad alegre y cariñosa. Éstas fueron sólo algunas de las fuentes de mi discernimiento vocacional, y afinaron mi escucha cada vez más a la llamada del Pastor.
Mi programa de formación fue de siete años: tres años para mi licenciatura en la Universidad de San Jerónimo en Waterloo y viviendo en el Seminario del Colegio de la Resurrección, seguido de mi noviciado, y luego tres años de teología en el Seminario de San Pedro en Londres, Ontario, y un año de experiencia pastoral en la Parroquia de San Pío X, Brantford. A lo largo de estos años mi discernimiento continuó, mientras intentaba escuchar cada vez más atentamente la voz del Pastor. Este fue un tiempo para profundizar mi conciencia de la llamada del Pastor a mí. Este fue el tiempo de descubrir, aceptar y usar bien los dones que Dios me dio, para compartir en la Congregación de la Resurrección, y en la Iglesia. Fue una escucha constante del Buen Pastor, y estar abierto al Espíritu Santo.
Mi Ordenación Sacerdotal fue el 14 de mayo de 1977, con el Obispo Brian Hennessy de Bermudas. Después de la imposición de manos, la escucha de la voz del Pastor continuó, y continúa hasta hoy: discerniendo constantemente la llamada de Dios, adaptándome constantemente a nuevas circunstancias y personas, y afrontando nuevos retos. Así también, alguien que se casa, ponerse el anillo de bodas es sólo el comienzo, pero requiere también una escucha constante de la voz del Pastor que llama a cada uno al amor y a la fidelidad. La vocación que compartimos -de ser discípulos de Jesucristo- requiere también una escucha constante del Buen Pastor, que nos llama a hacer y a ser más.
Jesús nos llama por nuestro nombre, porque cada uno de nosotros tiene una relación única y personal con Él. Nos conoce hasta la médula. Nuestro reto es discernir y seguir su voz, separándonos de las “voces del mundo” que nos alejan de Dios y del Reino, y nos ponen en manos de (como dice el Evangelio) “un ladrón que sólo viene a robar, masacrar y destruir”. Que nuestra respuesta a la llamada de Jesús no deje ninguna duda en la mente de nadie a nuestro alrededor de que somos las ovejas de su rebaño, y es su voz la que seguimos.

Canciones 14 y 15 del ‘Cántico Espiritual’

Por Anna Seguí OCD
Juan de la Cruz fundamenta la experiencia de Dios en la Escritura. En estas canciones 14 y 15, se deja ilustrar por el texto del Génesis, comparando el arca de Noé con “el pecho de Dios” donde hay “muchas mansiones que su Majestad dijo por San Juan (14,2) que había en la casa de su Padre”. También “ve y conoce allí todos los manjares, esto es, todas las grandezas que puede gustar el alma”, y que ella cantará en las dos canciones.
En este estado en el que se va adentrando el alma, “entiende secretos e inteligencias de Dios extrañas, que es otro manjar de los que mejor le saben, y siente en Dios un terrible poder y fuerza que otro poder y fuerza priva”, y dice “gusta allí admirable suavidad y deleite de espíritu”, “sosiego y luz divina”, “siéntese llena de bienes y ajena de males”, y sobre todo “entiende y goza de inestimable refección de amor, que la confirma en amor”. En las dos canciones veremos y conoceremos algo de lo que “su Amado es en sí, y lo es para ella”. En este exceso de amor, el alma, en comunión con san Francisco, exclama: “Dios mío y todas las cosas”.
Juan de la Cruz da aviso de que, a pesar de la unión del alma con Dios, y que ya todo se mira y se ve con mirada de Dios, “todo lo que aquí se declara está en Dios eminentemente en infinita manera”; el Santo lo ilustra con palabras del evangelio: “Lo que fue hecho, en él era vida” (Jn 1,4). Esto, a nosotros se nos da a conocer en pequeñas dosis integradoras, a causa de nuestra frágil naturaleza. A pesar de que el alma “siente serle todas las cosas Dios”, “no es sino una fuerte y copiosa comunicación y vislumbre de lo que Él es en sí”, aunque en limitada manera. Es decir, mientras aquí vivimos, nuestra fe, no siendo ya del todo oscura, tampoco es plena luz, y así, seguimos caminando entre claroscuro, tanteando en la noche y vislumbrando claridades. Este es el proceso de nuestro peregrinar hacia Dios en fe oscura y segura, y alegría en el camino cuando asoma luz o presencia del Amado. La dinámica de Dios en nosotros tiene en cuenta el límite de nuestra naturaleza, que Él mismo va dilatando a fuerza de toques amorosos, para más comprensión de Dios.
Y así comienza el alma cantando y versando: “Mi amado las montañas”, por la grandeza y belleza, la altura y anchura, por sus flores, olores y colores. “Estas montañas es mi Amado para mí”. La amada se asombra y estremece ante la belleza creacional que le habla de las excelencias del Amado.
Prosigue el canto: “Los valles solitarios nemorosos”. En medio de la naturaleza se experimenta la quietud, la soledad, la frondosidad de la vegetación, el agradable canto y recreación de las aves y especies, todo da “deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en soledad y silencio”. Y dice la amada que: “Estos valles es mi Amado para mí”, porque estima la paz y el descanso que halla en el Amado.
“Las ínsulas extrañas”. Son tierras lejanas, rodeadas de mar, lugares extraños y solitarios “ajenas de la comunicación de los hombres”, donde se descubre lo novedoso, diferente y especial jamás visto, “que hace gran novedad y admiración a quien las ve”. Y así, Dios es comparado con las ínsulas por lo que tienen de “admirables y noticias extrañas”, que no son del común conocimiento que tenemos de Dios. “Él es excelente y particular/ en sus hechos y obras”, y lo es para todos, porque “no le pueden acabar de ver” y así, Dios, por su profunda grandeza y extrañeza “siempre les hace novedad y siempre se maravillan más”, tales son las excelencias de Dios y tanto nos excede, que por eso le llama “ínsulas extrañas”. Él nos desconcierta con su hacer maravilloso hasta el asombro y admiración. Dios, “solo para sí no es extraño ni tampoco para sí es nuevo” y siempre se nos da en novedad. Las criaturas siempre le descubrimos como novedad; y estos lugares extraños, por solitarios, también dan mucha noticia de Dios. Entonces la atención a Dios se agudiza y profundiza, algo así como adentrarnos en el misterio insondable de Dios, adhiriéndonos a su extrañeza.
“Los ríos sonorosos”. La amada halla tres propiedades en los ríos que le afectan: 1) “Embisten y anegan”. 2) “Hinchan todos los bajos y vacíos”. 3) “Tienen tal sonido, que todo otro sonido privan y ocupan”. La amada descubre en su alma que todos sus vacíos penosos han sido llenados con estas tres propiedades de los ríos, y llama al Amado “ríos sonorosos”, porque es el efecto que siente producirse en el interior de su alma. El Amado ha pasado a ocupar todo el ser colmándolo de amor, sin dejar ningún vacío, ni soledad e insatisfacción, todo es llenura y deleite muy sabroso, de mucha “paz y gloria”. La comunicación del Amado es “un ruido y voz espiritual que es sobre todo otro sonido y voz”. Todo junto “es un henchimiento tan abundante que la hinche de bienes, y un poder que la posee”; “voz y sonido interior que viste el alma de poder y fortaleza”. Tal voz y sonido es semejante al “sonido de fuerza como de aire vehemente”. Este hecho, es comparable al fenómeno de Pentecostés, ya que viento, ruido y fuego fue oído por todos y envolvió a los que estaban reunidos de “poder y fortaleza”. El sonido o voz espiritual es un efecto en el alma que la robustece y consolida en virtud, humaniza a modo de la humanidad de Jesús. En fin, sonido y voz “es el mismo Dios que se comunica haciendo voz en el alma”. Todo es experiencia de deleite, grandeza y suavidad en el alma. Dios vive ocupado regalando a sus hijos e hijas queridos. La misericordia de Dios es regalarse en amor.
El verso finaliza con “el silbo de aires amorosos”, que “se entienden aquí las virtudes y gracias del Amado que se comunican y tocan (el alma) en la sustancia de ella”. “Y al silbo de estos aires”, toca y abre el entendimiento como “el más subido deleite que gusta el alma aquí”. Todo es fruto de la comunicación del Amado que agudiza el “sentimiento de deleite e inteligencia”. Mientras el toque del aire y el silbo se sienten en los sentidos, “el toque de las virtudes del Amado, se sienten y gozan con el tacto de esta alma”, y “en el oído del alma que es el entendimiento”. Estos toques sabrosos satisfacen con gozo espiritual a la Amada, que siente en sí cumplido el deseo de unión. Sabor y deleite se da todo en lo íntimo del alma. Todo es recibido como regalo de la gracia, y es acogido pasivamente “en el entendimiento, en que consiste la fusión”.
El Santo hace una comparación con el profeta Elías, cuando, estando en el monte y en la boca de la cueva, sintió el silbo de aire delgado, alegando que, toda esa inteligencia y entendimiento bien puede ser llamado “silbo de aires amorosos”, que produce un conocimiento nuevo de Dios más profundo. Sin embargo, a pesar de gustar y entender, no es clara la visión, sino oscura, en fe; “es rayo de tiniebla/ rayo de imagen de fruición”, y es también “los ojos deseados”, que la condición humana no puede sufrir en el sentido, y le dice: “Apártalos Amado”, que ya vimos en la canción anterior. Esos toques amorosos, por más que se entiendan ser de Dios, hay que estar claros que “no se entiende que es ver esencialmente a Dios”. Que “A Dios nadie lo ha visto jamás”, solo el Hijo es quien lo ha visto.
CANCIÓN 15
La noche sosegada
en par de los levantes de la aurora
la música callada
la soledad sonora
la cena que recrea y enamora
“La noche sosegada”. Ya la fe oscura ha pasado a ser “noche sosegada”, asumida en quietud interior. El alma amante goza “sosiego”, “descanso” y “quietud”. En el pecho del Amado descansa en la paz, y de Él recibe “oscura inteligencia divina”, y por eso dice que su Amado es para ella “la noche sosegada”, y que la noche es ya tenue luz como “en par de los levantes de la aurora”. Es como si a la fe oscura, un velo se le hubiese desprendido, y permitiese al alma percibir “quietud de luz divina, en conocimiento de Dios”. Está el ser como “levantado a la luz divina” que llama “levantes de la aurora”, y se eleva el alma “a la luz matinal del conocimiento sobrenatural de Dios”. Se trata de ver sin acabar de ver, “como noche en par de los levantes de la aurora”. Es una inteligencia y conocimiento que “abre los ojos a la luz que no esperaba”, y pone al alma en solitario y por encima de “todas las inteligencias naturales”. Adquiere el alma una cualidad semejante a la “del pájaro solitario” y sus cinco propiedades: 1) “se pone en lo más alto”. 2) “siempre tiene el pico donde viene el aire / vuelve aquí el pico de afecto hacia donde viene el espíritu de amor, que es Dios”. 3) “Está solo y no consiente otra ave alguna junto a sí / Así el espíritu / está en soledad de todas las cosas / ni consiente en sí otra cosa que la soledad en Dios”. 4) “Canta muy suavemente”. 5) “No es de algún determinado color. Y así el espíritu perfecto / es abismo de noticia de Dios la que posee”.
“La música callada”. La noche es ya sosiego y silencio muy gustoso. La luz se deja notar como noticia divina. El alma alcanza nueva mirada contemplativa que le permite descubrir cómo todas las cosas están “dotadas con cierta respondencia a Dios” hasta parecerle “una armonía de música subidísima”, a la que llama “música callada”, porque todo le llega con placidez, “sin ruido de voces; y así, se goza en ella la suavidad de la música y la quietud del silencio”, y dice la amada “que su Amado es esta música callada, porque en él se reconoce y gusta esta armonía de música espiritual”. Y dice ser también “la soledad sonora”. En tanto que, si la “música es callada”, para las potencias de espirituales es “soledad muy sonora”, ya que, estando ellas purificadas y vacías de todas las cosas, “pueden recibir bien el sonido espiritual sonorosísimamente en el espíritu de la excelencia de Dios, en sí y en sus criaturas”. En Dios, las diferencias confluyen en “una concordia de amor, bien así como música”. Y aquello que cada uno ha recibido de Dios, “dar cada una su voz de testimonio de lo que es Dios, teniendo en sí a Dios según su capacidad”, y todas esas voces juntas “hacen una voz de música de grandeza de Dios”.
“La cena que recrea y enamora”. Dice la canción que, “la cena a los amados hace recreación, hartura y amor”, “estas tres cosas causa el Amado en el alma”. La cena es momento agradable y sosegado, que “le hace sentir al alma cierto fin de males y posesión de bienes, en que se enamora de Dios”, este enamoramiento de Dios hace que ella sea consciente de esa “posesión de todos los bienes”. La cena en sí misma es “su Amado”. ¡El Amado es la comida!, “su mismo sabor y deleites que él mismo goza; los cuales, uniéndose él con el alma, se los comunica y goza ella también”. Esta unión del alma con Dios, hace que “los mismos bienes propios de Dios se hacen comunes también al alma Esposa”, “y así él mismo es para ella la cena que recrea y enamora”. Esta cena es una auténtica experiencia eucarística. Amado y amada, en la cena, se hacen Eucaristía, comunión y comunicación, se hacen comida y se “comen” mutuamente. Entiendo aquí que somos esa identidad eucarística que enamora y da vida. Así lo vemos también en la Escritura, cuando Jesús dice a la amada: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).
Esta identidad eucarística nos hace celebradores a todos y todas. Va más allá de lo oficialmente establecido, lo ensancha y engrandece, lo hace posesión de todos por identidad.

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