Benedicto XVI cambió la historia de la Iglesia

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Solo una periodista, la corresponsal en el Vaticano de la agencia italiana Ansa, Giovanna Chirri, que comprendía bien el latín, se da cuenta de lo que el Papa estaba leyendo

Jesús ColinaPor Jesús Colina– www.eldebate.com
Aquel gesto de Joseph Ratzinger daría paso a un pontificado al que los cardenales le confiaban una hoja de ruta, suscitada por recientes escándalos: la reforma de la Curia Romana y, en general, de la misma Iglesia universal. La primera ya se ha cumplido. La segunda podría encontrar un momento culminante en octubre de 2024.
Nadie lo había anunciado. Era la mañana del 11 de febrero de 2013. En la sala del Consistorio del Palacio Apostólico del Vaticano, se encontraban reunidos los cardenales presentes en Roma para asistir al anuncio de la canonización de una santa colombiana, una mexicana y mártires italianos.
Hacia las 11:25, Benedicto XVI concluía la lectura de ese decreto. Algunos cardenales se disponían a levantarse de sus sillas para despedirse del Papa. Pero Joseph Ratzinger permanecía sentado. Los purpurados se miraban unos a otros sin saber qué hacer. Momentos de sorpresa.
Un sacerdote se acerca al pontífice y le entrega un papel. El Papa comienza a leer lentamente el texto de 20 líneas en latín: 259 palabras con las que un sucesor del apóstol Pedro anunciaba por primera vez su renuncia desde el siglo XV.

Texto de renuncia de Benedicto XVI.

«El Papa no puede dimitir con un comunicado de la sala de prensa» Federico Lombardi

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Pocos se daban cuenta de lo que estaba sucediendo. La ceremonia se retransmitía a circuito cerrado en la Sala de Prensa del Vaticano. Pero casi no había periodistas.
El 11 de febrero es fiesta en la Santa Sede, pues se recuerdan los Pactos de Letrán que permitieron el restablecimiento de relaciones entre Italia y el Vaticano. Casi no había periodistas trabajando en un día del que no se esperaba nada.
Solo una periodista, la corresponsal en el Vaticano de la agencia italiana Ansa, Giovanna Chirri, que comprendía bien el latín, se da cuenta de lo que el Papa está leyendo. No podía creer a sus ojos. Para evitar el error de su vida, antes de mandar el despacho de agencia con la noticia, pide confirmación al padre Federico Lombardi, director de la Oficina de Información de la Santa Sede, quien se había preparado cuidadosamente para la avalancha mediática. Ansa daba la noticia, estallaba la bomba en las redacciones de todo el mundo.
Ante los periodistas sorprendidos del método usado por Benedicto XVI, un discurso en latín, el padre Lombardi les explicó: «El Papa no puede dimitir con un comunicado de la sala de prensa».
Según el Código de Derecho Canónico, canon 332 párrafo 2: «Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie».
Muchas especulaciones surgieron entonces sobre los motivos de esta renuncia. Tras el fallecimiento de Benedicto XVI, hemos podido leer la carta en la que explicaba a su biógrafo, el periodista alemán Peter Seewald, que «el motivo central» fue el insomnio que había sufrido en los últimos años de su vida como pontífice, desde agosto de 2005.
Benedicto XVI imprimió de este modo un giro a la historia de la Iglesia con dos consecuencias decisivas.

El fin de un tabú

La primera consecuencia de la renuncia de Joseph Ratzinger es el final de una era en la que algo así era considerado únicamente como algo posible, pero casi inviable a nivel práctico. El último Papa en renunciar había sido Gregorio XII, quien dejó su cargo de sucesor del apóstol Pedro en 1415.
En las primeras sesiones del Concilio Vaticano II, en 1962, se discutió y se introdujo la obligación para los obispos de presentar su renuncia al Papa al cumplir los 75 años. Esta práctica se introdujo en la Iglesia sin sobresaltos, pero el Concilio no afrontó la posible renuncia del obispo de Roma.
Benedicto XVI había vivido de cerca los últimos años de enfermedad de san Juan Pablo II, quien como dijo su secretario personal, el cardenal Stanislaw Dziwisz, consideraba que no tenía derecho a «bajarse de la Cruz», que el Señor le había entregado.
Con el cuidado con el que Benedicto XVI preparó esa decisión, mostró a la Iglesia del futuro la manera en que un Papa puede pasar la mano a su sucesor en tiempos en los que la esperanza de vida sigue prolongándose cada vez más.

Un Papa con hoja de ruta

La segunda consecuencia fue la manera en que se celebró el cónclave de elección de Jorge Mario Bergoglio. Los cardenales eran conscientes de los escándalos en la Iglesia y en la Santa Sede que tuvo que afrontar Benedicto XVI. Algunos de ellos se encontraban muy impactados por sus efectos.
Antes del cónclave, todos los cardenales (incluidos los que habían superado los 80 años y no participarían en la elección) se reunieron en congregaciones generales, reuniones de intercambio sobre los desafíos de la Iglesia.
En esos encuentros quedó claro que el próximo Papa debía seguir una hoja de ruta: la reforma de la Curia Romana para superar definitivamente casos de corrupción que habían estallado poco antes; y, tras los casos de abuso sexual, una reforma de la Iglesia en general, menos encerrada y clerical, y más cercana a quienes se sienten excluidos.
En una de esas congregaciones, el arzobispo de Buenos Aires pronunció un breve discurso en el que explicaba que «la Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria».
Aquella intervención sería decisiva para su elección. En junio de 2022, el Papa Francisco terminaba la reforma de la Curia Romana y, en octubre de 2024, culminará el sínodo mundial sobre el futuro de la Iglesia, con el que busca aplicar plenamente la hoja de ruta que le encomendó el cónclave.
Nada de esto hubiera sido posible sin el gesto de renuncia de Benedicto XVI.

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