Domingo de Ramos 2021

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Evangelio según San Marcos 14,1-72.15,1-47.
Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Ácimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte.
Porque decían: “No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo“.
Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.
Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: “¿Para qué este derroche de perfume? Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres“. Y la criticaban.
Pero Jesús dijo: “Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo.
A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre. Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura. Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo“.
Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús.
Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?“.
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: ‘¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?’. El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario“.
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Al atardecer, Jesús llegó con los Doce.
Y mientras estaban comiendo, dijo: “Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo“.
Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro: “¿Seré yo?“.
El les respondió: “Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!“.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen, esto es mi Cuerpo“.
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.
Y les dijo: “Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.
Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios“.
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Y Jesús les dijo: “Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea“.
Pedro le dijo: “Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré“.
Jesús le respondió: “Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces“.
Pero él insistía: “Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré“. Y todos decían lo mismo.
Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: “Quédense aquí, mientras yo voy a orar“.
Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse.
Entonces les dijo: “Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando“.
Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora.
Y decía: “Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya“.
Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro: “Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil“.
Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras.
Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle.
Volvió por tercera vez y les dijo: “Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar“.
Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos.
El traidor les había dado esta señal: “Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado“.
Apenas llegó, se le acercó y le dijo: “Maestro“, y lo besó.
Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron.
Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.
Jesús les dijo: “Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos.
Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras“.
Entonces todos lo abandonaron y huyeron.
Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron; pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo.
Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas.
Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego.
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban.
Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban.
Algunos declaraban falsamente contra Jesús: Nosotros lo hemos oído decir: ‘Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre’.
Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones.
El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: “¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?“.
El permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: “¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?“.
Jesús respondió: “Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo“.
Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?“. Y todos sentenciaron que merecía la muerte.
Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían: “¡Profetiza!“. Y también los servidores le daban bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote
y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: “Tú también estabas con Jesús, el Nazareno“.
El lo negó, diciendo: “No sé nada; no entiendo de qué estás hablando“. Luego salió al vestíbulo.
La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: “Este es uno de ellos“.
Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: “Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo“.
Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando.
En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: “Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces“. Y se puso a llorar.
En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Este lo interrogó: “¿Tú eres el rey de los judíos?“. Jesús le respondió: “Tú lo dices“.
Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él.
Pilato lo interrogó nuevamente: “¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!“.
Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato.
En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo.
Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición.
La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado.
Pilato les dijo: “¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?“.
El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia.
Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás.
Pilato continuó diciendo: “¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?“.
Ellos gritaron de nuevo: “¡Crucifícalo!“.
Pilato les dijo: “¿Qué mal ha hecho?“. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: “¡Crucifícalo!“.
Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia.
Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron.
Y comenzaron a saludarlo: “¡Salud, rey de los judíos!“.
Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje.
Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo.
Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús.
Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: “lugar del Cráneo“.
Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó.
Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno.
Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron.
La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: “El rey de los judíos“.
Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: “¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!“.
De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: “¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!“. También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: “Eloi, Eloi, lamá sabactani”, que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?“.
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: “Está llamando a Elías“.
Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: “Vamos a ver si Elías viene a bajarlo“.
Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró.
El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: “¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!“.
Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.
Era día de Preparación, es decir, víspera de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto.
Informado por el centurión, entregó el cadáver a José.
Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Queridos amigos:
¡Ya es el Domingo de Ramos! ¡Como ha volado en tiempo! Mi homilía para hoy siempre es corta, porque la Misa puede ser larga: por la Bendición de Ramos al principio, y la larga lectura de la Pasión. Que tengan una buena Semana Santa.
La gente tiene derecho a cambiar de opinión. En Roma hay una fantástica heladería cerca del Panteón. Della Palma tiene ciento cincuenta sabores de helado. Tienen al menos veinte tipos diferentes de helado de chocolate, mi favorito. Así que, cada vez que voy, suelo elegir diferentes sabores de chocolate. Tenemos derecho a cambiar de opinión. Estoy seguro de que todos estaremos de acuerdo en que se trata de decisiones menores.
En los dos evangelios de hoy también vemos que la gente puede cambiar de opinión. En el evangelio de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (Marcos 11:1-10) vemos a la gente gritando: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Hosanna en las alturas“. Sin embargo, en la lectura de la Pasión (Marcos 14:1- 15:47) nos encontramos con el mismo pueblo gritando: “¡Crucifícalo! Crucifícalo!” Evidentemente, la gente había cambiado de opinión en el espacio de cuatro días.
Al reflexionar sobre la Pasión de San Marcos, pensé: “¿Qué les habría llevado a cambiar de opinión?“. En primer lugar, pensé que podría ser que muchas de las multitudes de Jerusalén realmente no conocían a Jesús. Su conocimiento de él y de su misión era superficial. Sólo los setenta y dos discípulos, y especialmente los doce apóstoles, comprendían este misterio. Muchos de los que estaban en Jerusalén se dejaron llevar por la fama de Jesús, como la gente de hoy se deja llevar por la fama de un atleta, un actor o un cantante. Algunos pueden haberle oído predicar, y otros sólo han oído hablar de su predicación. Algunos pueden haber estado más interesados en los milagros de Dios que en el Dios de los milagros. Por lo tanto, esta superficialidad de muchos de los habitantes de Jerusalén en relación con Jesús puede haber afectado.
Además, la multitud tenía una gran influencia sobre la gente. Era fácil influir en la gente con mentiras y medias verdades. De repente, se le presentó como un agitador, un alborotador, un blasfemo y una amenaza para la seguridad del pueblo judío en relación con los romanos. Se les podía convencer fácilmente de que se deshicieran de él. Los discípulos de Jesús eran un número insignificante de personas en comparación con toda la gente que había inundado Jerusalén para la fiesta de la Pascua.
Por desgracia, en este caso, el silencio de la gente buena fue ahogado por el griterío de la multitud. De repente, su destino estaba sellado, y sólo era cuestión de tiempo que uno de los funcionarios romanos tomara la fatídica decisión.
Esta semana -esta Semana Santa- estamos llamados por Jesús a mostrar con qué grupo queremos asociarnos. Podemos reconocer a Jesús como nuestro Señor y Salvador y gritar “¡Hosanna!“, o podemos estar entre la chusma del Viernes Santo que grita “¡Crucifícalo!“. Es nuestra elección. Ojalá que nuestras palabras y acciones de cada día proclamen a Jesús como el “que viene en nombre del Señor“. 

MENSAJE DEL OBISPO PRELADO DE MOYOBAMBA MONSEÑOR RAFAEL ESCUDERO LÓPEZ– BREA,  ANTE LAS ELECCIONES A LA PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA DEL PERÚ 2021

Muy queridos sacerdotes, religiosos y fieles laicos de la Prelatura de Moyobamba:
Como obispo, en la misión de enseñar e iluminar las conciencias en materia política, no favorezco ni me opongo a ningún partido, salvo a aquellos que promueven iniciativas políticas que van contra la ley de Dios y la dignidad de la persona, sino que oriento a los fieles, según la doctrina social de la Iglesia, sobre cómo juzgar a la hora de emitir el voto.
Ante las elecciones a la presidencia de la república del Perú, el próximo día 11 de abril, los obispos estamos recordando algunos principios básicos que deben ser tenidos en cuenta a la hora de ejercer libre y responsablemente el derecho y el deber de votar; de esa manera contribuimos al bien común.
Por tanto, es mi deber, como obispo de la Prelatura de Moyobamba, recordar a los fieles que, a la hora de votar, deben tener en cuenta que las propuestas de los candidatos a presidente y de sus partidos políticos sean compatibles con la fe y las exigencias de la vida cristiana y su sintonía o aversión hacia los valores que los cristianos debemos promover en la vida pública.
El ejercicio responsable del voto nos exige a todos un conocimiento suficiente de los programas electorales de los distintos candidatos de los partidos políticos. Los católicos hemos de actuar según los imperativos de una conciencia bien formada en los principios de la recta razón iluminada con la fe, propuesta por el Magisterio de la Iglesia, de modo que podamos elegir, entre las opiniones políticas compatibles con la fe y la ley natural, aquella que se conforma mejor al bien común.
El interés principal de la Iglesia Católica, cuando interviene en la vida pública, se centra en la protección y la promoción de la dignidad de la persona y por ello presta particular atención a los principios que no son negociables. Entre éstos, hoy emergen claramente los siguientes:

  1. La protección eficaz del derecho a la vida humana en todas las etapas de la existencia de la persona, desde su concepción natural hasta su muerte natural. Nada ni nadie puede justificar la manipulación o eliminación de un ser humano inocente por la fecundación in vitro, el aborto en ninguno de los casos, o la eutanasia. No existe un derecho a eliminar la vida humana. Sí existe un derecho a la vida.

  2. Reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia, como una unión entre un varón y una mujer basada en el matrimonio, y su defensa ante los intentos de hacer que sea jurídicamente equivalente el mal llamado matrimonio igualitario. Esta forma de unión y otras parecidas dañan y contribuyen a la desestabilización de la sociedad, oscureciendo el carácter particular y el papel social insustituible de la familia natural. Las leyes deben reconocer, proteger y promover la institución del matrimonio, sin la que no es posible la vida familiar. La protección de la familia exige también que se facilite a los jóvenes matrimonios el acceso a una vivienda digna y a un trabajo acorde con las exigencias familiares. Algunos partidos políticos pretenden imponer una agenda destinada a demoler los valores tradicionales y la familia natural, en el único país de América del Sur en que todavía el aborto está  restringido y no existe matrimonio homosexual o algún sucedáneo semejante. La familia sí importa.

  3. El reconocimiento y la protección del derecho de los padres a educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones religiosas, morales y pedagógicas. “El derecho-deber educativo de los padres se califica como esencial, relacionado como está con la transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al deber educativo de los demás, por la unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable y que, por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros.” (San Juan Pablo II, Familiaris consortio, 36).

  4. No hemos de apoyar la ideología de género. Algunos candidatos que se presentan son entusiastas defensores de la ideología de género en sus extremos más delirantes como el transgenerismo o el derecho a la “autodeterminación de género”. Son numerosos los políticos que quieren imponer un “lenguaje inclusivo”, que es borrar el lenguaje que expresa la realidad de las relaciones familiares como padre o madre, hermano y hermana, hijo o hija, marido, esposa. El objetivo: una sociedad sin género. Si todo lo anterior se cumple, la pertenencia de los hijos a sus padres se cuestionará cada vez más, y ahí puede entrar el Estado para “custodiar” a esos menores quitando en la práctica a los padres la patria potestad.

  5. Hemos de combatir la corrupción política. La corrupción política, como enseña el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, “compromete el correcto funcionamiento del Estado, influyendo negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados; introduce una creciente desconfianza respecto a las instituciones públicas, causando un progresivo menosprecio de los ciudadanos por la política y sus representantes, con el consiguiente debilitamiento de las instituciones” (n. 411). No debemos hacernos cómplices de tener en un futuro próximo autoridades corruptas.

¿Qué podemos hacer por Perú ahora?

Ante todo, unirse en oración. El Rosario ha demostrado su poder para cambiar la historia. Las elecciones son el 11 de abril, imploro a los católicos de la Prelatura a unirse en oración por el triunfo de los candidatos cristianos en el Perú, pues la lucha no es “contra enemigos de carne y sangre, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio” (Efesios 6: 12).
Por tanto, ante las próximas elecciones a la presidencia del Perú, quiero recordar que ningún católico debe apoyar con su voto a candidatos o partidos que promuevan el aborto, la eutanasia, las uniones homosexuales y la ideología de género, si no quiere hacerse cómplice de tales perversiones. Les invito a que ejerzan su derecho al voto con libertad y responsabilidad moral, recordando siempre que la ley de Dios está por encima de cualquier ley humana.
Ruego al Señor de los Milagros, a Santa María, Reina de la Paz y a San José, custodio de la Sagrada Familia, protector de la Iglesia y patrón del Perú. Que las próximas elecciones contribuyan a la promoción de la vida, la verdad, la justicia, la paz, del progreso de los más pobres y del bien común.
Moyobamba, 26 de marzo de 2021.

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