Populismo antipartidos

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El plan V

Por Mario Ghibellini– Diario El Comercio.
La iniciativa del adelanto de elecciones no daría la impresión de haber sido un proyecto largamente elucubrado por el presidente Vizcarra. Se diría, más bien, que fue una respuesta improvisada para el mensaje de Fiestas Patrias ante la evidencia de que no tenía cómo hacer efectiva su amenaza de ‘reinterpretar’ la confianza recién otorgada al Gabinete Del Solar sin jugarse la posibilidad de una futura temporada en el fundo Barbadillo.
Disolver el Congreso sobre la base de la endeble tesis jurídica de que le habían concedido solo una confianza de mentiritas con respecto a la reforma política era sin duda una timba en la que sus pérdidas podían extenderse al terreno personal, y eso siempre torna a la gente reflexiva.
De cualquier forma, ya había dicho lo que había dicho y no podía tampoco tragarse su bravuconada sin lucir derrotado y remiso, por lo que necesitaba urgentemente un ‘plan B’. En esas circunstancias, la idea de plantear el adelanto electoral debe haberle parecido una iluminación: no iba adelante con la baladronada que podía llevarlo, digamos, de regreso a Canadá, pero desenfundaba en su lugar un cuchillo más grande. “Me voy pero me los cargo en el camino (y de paso me libro de enfrentar las consecuencias de mi inoperancia como gobernante)” era en buena cuenta la nueva sentencia que les estaba dictando a sus archienemigos del Legislativo. Y el respaldo mayoritario en las encuestas estaba asegurado.
El problema, sin embargo, es que en esta oportunidad tampoco se tomó el trabajo de elaborar un ‘plan B’. ¿Qué pasaba si un número suficiente de congresistas no se dejaba atarantar por el “clamor popular” y prefería apegarse a la Constitución? Pues todo indica que ese escenario jamás se le pasó al presidente por la cabeza. Y que ahora que está a punto de materializarse, se dispone nuevamente a improvisar.
—No, presidente—
Sobre eventuales acuerdos para resolver este impasse, el diálogo a celebrarse esta semana en Palacio no se anuncia, en efecto, exitoso. El jefe de Estado, que se ha avenido a la cita a disgusto, ya dejó claro que no piensa ceder un milímetro en lo que a su afán de adelantar el calendario electoral respecta. Y el presidente del Congreso, por su parte, ha dado señas, a través de sus consultas jurídicas y sus pronunciamientos públicos, de que escuchará educadamente al mandatario y luego meneará la cabeza con una sonrisa triste.
El proyecto del Ejecutivo seguirá en consecuencia su trámite regular en el Parlamento y lo más probable es que, ya sea en la Comisión de Constitución o en el pleno, acabe siendo desechado. Y ahí empezará recién la jarana.
La hipótesis más difundida entre analistas y pitonisos sugiere que Vizcarra responderá al portazo presentando una cuestión de confianza atada a la aprobación del pedido de reforma constitucional que permitiría el adelanto. El razonamiento implícito es que, si se la conceden, gana el partido y su plan procede; y si no, disuelve el Congreso (porque ya sería la segunda confianza negada a este gobierno), llama de todas maneras a elecciones legislativas en cuatro meses y a lo mejor hasta consigue quedarse en la presidencia hasta el fin de su período.
La cosa, sin embargo, no es tan sencilla. Ya circulan opiniones doctas sobre lo inviable que resultaría presentar una cuestión de confianza con relación a una reforma constitucional. Y en caso se la negaran, la tentación de lanzarse a disolver el Parlamento con un sustento legal tan precario devolvería al presidente a la necesidad de revisar cuidadosamente el ‘brochure’ sobre las comodidades del fundo Barbadillo.
Los padres de la patria podrían, por otra parte, repetir el ardid de la última vez: otorgar la confianza y luego, de acuerdo con las atribuciones que la Constitución les reconoce, hacer con el proyecto lo que les parece. Y ni los podrían disolver ni se adelantarían las elecciones.
¿Qué recursos tendría entonces en esa eventualidad el jefe de Estado para insistir con su causa? Continuar, por supuesto, agitándola por calles y plazas, como ha venido haciendo hasta ahora, y mover para que se hagan eco de su discurso a los pocos alfiles políticos que le quedan: la ministra Montenegro (convertida de un tiempo a esta parte en la respuesta vizcarrista a Rosa Bartra), y el responsable del despacho de Justicia, Vicente Zeballos (que no ha estado últimamente sacándole lustre a su título de abogado).
—Mis vacaciones—
Dudosa sería, en cambio, la participación en la campaña del presidente del Consejo de ministros, Salvador del Solar, quien acaba de solicitar unas breves y curiosas vacaciones para hacer una visita familiar en Colombia. Los rumores sobre su remplazo o renuncia hacen maliciar que a su regreso no estaría esencialmente dedicado a otra cosa que a escribir una composición sobre sus recientes experiencias en la tierra del vallenato. Esa es, por lo pronto, la suerte que en esta pequeña columna le deseamos.
En los círculos oficiales, desde luego, la especie es negada enfáticamente, pero eso solo hace que adquiera mayores visos de verosimilitud.
Sea como fuere, lo cierto es que los días pasan y con cada uno de ellos la posibilidad de que el presidente Vizcarra consiga su propósito se vuelve más remota, pues no parece estar barajando alternativas muy ingeniosas al escenario que le está creando al respecto la mayoría parlamentaria.
Menudo ingeniero este, que se lanza a montar una compleja maquinaria sin tener previamente los planos y los planes bien trazados, y permitiendo, en consecuencia, que los que tiendan a imponerse en el mediano plazo sean los de sus objetores y oponentes.

El pueblo soy yo

Los discursos pronunciados por los presidentes en ocasiones solemnes inevitablemente consienten frases de resonancia épica; sobre todo si lo que está de por medio es la conmemoración de una batalla o una resistencia heroica. En ese sentido, nadie esperaba que las palabras que debía pronunciar ayer el jefe de Estado en el contexto de las celebraciones por los 90 años de la reincorporación de Tacna al Perú fuesen una serena reflexión sobre el poder y sus limitaciones.
Pero una cosa es la justificada exaltación patriótica y otra, muy distinta, la franca incursión en la retórica populista. Y diera la impresión de que, aprovechando la licencia para cultivar lo primero, el mandatario se hubiese entregado en esta oportunidad a lo segundo.
El populismo de manual prescribe una supuesta división de la sociedad entre ‘los privilegiados’ (los ricos o los políticos indolentes, los pertenecientes a una casta que medra de un cierto estado de cosas) y ‘el pueblo’ (la gente de la calle, los pobres, las víctimas silenciosas de ese mismo estado de cosas). Este último, virtuoso por naturaleza y aquellos, irremediablemente malignos.
Prescribe también ese manual, por cierto, la aparición de un líder o caudillo que supuestamente sintoniza de manera providencial con las aspiraciones del ‘pueblo’ y sabe interpretarlas al milímetro en cada nueva coyuntura; y que, en consecuencia, argumenta o da a entender que ir contra él es ir contra quienes integran esa sacralizada comunidad. “El pueblo soy yo” es lo que en buena cuenta postula siempre el tipo de caudillo que nos ocupa. Revísense los casos de los regímenes populistas actuales o pasados en América Latina o en la Europa que precedió a la Segunda Guerra Mundial y se distinguirá la precisión del modelo que aquí bosquejamos.
La verdad de la dinámica entre gobernantes y gobernados, no obstante, es otra. ‘El pueblo’ es una abstracción demagógica que sirve para aludir sin hacer distinciones a lo que en realidad es un vasto universo de individuos con ideas propias, y que forman ocasionales mayorías y minorías sobre las distintas materias que pueden ser sometidas a su consideración. Los que piensan igual acerca del asunto ‘x’ no tienen por qué coincidir también acerca del asunto ‘y’… Pero el líder populista quiere hacernos creer que sí.
Pues bien, si uno presta atención al discurso de ayer en Tacna, descubre elementos que nítidamente sugieren que el presidente se está deslizando por la pendiente que conduce al populismo sin coartadas.
En medio de las tensiones con una mayoría del Congreso sobre su propuesta para adelantar las elecciones, el mandatario ha sentenciado, por ejemplo: “Sé que nos van a seguir atacando, sé que nos van a seguir difamando, van a seguir dando la espalda a los peruanos, intentando defender privilegios y tratando de que nos demos por vencidos”. Y también: “No nos van a ganar porque estamos del lado correcto, estamos al lado del pueblo, que es honesto; en el pueblo nos apoyamos”.
Palabras de las que se sigue que quien lo critica en realidad lo estaría difamando y que quien no está de acuerdo con su iniciativa de adelanto electoral estaría en última instancia yendo en contra del pueblo honesto. No hay manera, aparentemente, de disentir de su propuesta y plantearle objeciones constitucionales sin caer en la categoría de los que defienden privilegios y les dan la espalda a los peruanos…
¿Así piensa conversar la próxima semana con el presidente del Congreso sobre su iniciativa? ¿Diciéndole de antemano que si no está de acuerdo con ella es poco menos que un enemigo jurado de todos sus compatriotas? ¿O lo que se está buscando es enrarecer la atmósfera previa a ese encuentro al punto de frustrarlo?
Lo más preocupante de todo, además, es que si la actitud del presidente Vizcarra empieza a parecerse al clásico populismo en sus premisas, acabará haciéndolo también en sus consecuencias. Y sobre eso ya nos ha dado lecciones insoslayables la historia.
Fuente: Editorial El Comercio.

Nunca es tarde

Por Martha Meier Miró Quesada– Diario EXPRESO.
José y Hernando Graña aceptan haber delinquido, pero no quieren ir presos; nadie quiere terminar en la cárcel, por eso respetamos la ley y es que no hacerlo trae consecuencias. Para los Graña la consecuencia podría ser la prisión y ya pasaron un amargo aprendizaje de cuatro meses en Piedras Gordas. Por eso se han acogido a la figura de la ‘colaboración eficaz’, algo que debieron hacer apenas cayó la primera pieza de “Lava Jato”.
Las evidencias llegadas del Brasil y otras entregadas por los nuevos controladores de Graña y Montero, los tenían demasiado complicados como para no aceptar su participación en la red de corrupción global más grande conocida. A estas alturas es muy poco lo que pueden aportar. Las únicas preguntas que deberían responder son dónde fue a parar el dinero de los sobrecostos y qué rutas usaron para lavarlo.
Lo que diga el arquitecto José Graña (para más señas mi primo segundo, y a quien aprecio con sinceridad) podría involucrar a empresarios que compartieron directorios con él y socios ajenos a sus manejos oscuros con Odebrecht. Como se lee en el semanario ‘Hildebrandt en sus 13’: “Lo que se viene es un terremoto”. Mal asesorados, demasiado confiados o quizá pecando de soberbia, los Graña mintieron a la fiscalía, a la Comisión Lava Jato del Congreso, a sus familias y a la gente que los quiere bien, olvidando que la mentira tiene las patas demasiado cortas.
Ahora les toca pedir perdón al país, a su país, a nuestro país, por el daño moral y económico causado. Son momentos tristes y difíciles, qué duda cabe, para sus familiares, amigos y quienes trabajaron codo a codo con ellos convencidos de que construían un país mejor, más conectado, que sus caminos y centrales energéticas sacarían a miles de compatriotas de la pobreza, integrándolos al mercado con el traslado más rápido de los frutos de su trabajo y la energía necesaria para producirlos. Nunca es tarde para redimirse y devolverle a nuestro país lo que indebidamente le quitaron.
Confío en que los Graña ahora sí honrarán su apellido, uno que le dio tanto al Perú, en campos como la medicina, la agricultura de cítricos y la construcción de notables obras de infraestructura. De José, mi primo y socio, espero que tenga valor para aceptar su culpa, humildad para pedir perdón, prudencia en cada una de sus palabras y fortaleza para evitar la tentación de las malas influencias. Nunca.

Mordiéndonos la cola inútilmente

Por Mariella Balbi– Diario EXPRESO.
El presidente Vizcarra fue gobernador regional, tuvo aspiraciones presidenciales y terminó de primer presidente por su imagen provinciana o por lo que fuera. Llegó al poder como quería y luego le tocó, avatares de la historia, ser presidente. Es impensable que no sepa sobre las nefastas consecuencias que tiene su delirante y desesperado pedido de adelanto de elecciones. Sabe bien que la inversión privada no se comerá plato tan indigesto y que tampoco habrá crecimiento económico para el país.
Los medios de comunicación que son aguateros del Gobierno tienen una gran responsabilidad en este desaguisado. Estas empresas de comunicación se han prestado para apoyar el proyecto personal y antidemocrático que se quiere imponer al país. El pueril argumento de Vizcarra es: soy gurú, vidente, siento e interpreto al pueblo. “El adelanto de elecciones no es negociable”.
Igual que el fiscal Pérez, el mandatario denuncia ataques en contra suyo. Con el andamiaje de prensa y encuestas que tiene resulta algo increíble. Pese a que lo desairaron en Chachapoyas, donde seguramente atacaría a su vicepresidenta, sigue en campaña por el adelanto de elecciones o -la cara de la moneda- por el cierre de Congreso, amenazando con la cuestión de confianza.
Y así pasa la vida nacional, entre las intrigas y la mediocridad del Ejecutivo. El jueves pasado, bandoleros con el rostro descubierto metieron una molotov en la comisaría de Matarani (Arequipa) por Tía María, causando destrozos y desórdenes. La campaña por el cierre del Congreso repite en cada localidad el mismo libreto. Una voz solitaria dice: “cierre el Congreso”, nunca enfocan al personaje, y se escucha un coro alicaído y rascuache repitiendo la consigna un breve tiempo. No interesa la imagen, sí la voz.
Quiéralo o no Vizcarra está atrapado. Si dispara muere y si no dispara pierde. A diferencia del referéndum no tiene el respaldo de la población, de los militares, de los policías, de los empresarios ni del Congreso. Afronta además una grave denuncia por Chinchero, tiene investigaciones fiscales y está comprando todos los boletos para la rifa de la vacancia. Maneja la prensa, la DINI, parte del Poder Judicial, la Fiscalía, empeñándose en controlarla íntegramente.
La voz de la razón señala que las elecciones adelantadas significan un descalabro para el Perú. Si Vizcarra realiza una huida hacia adelante y aplica la cuestión de confianza con el premier que designe, no ganará y arruinará al país. Además, ya se lo anunciaron, terminará en chirona.
Si prima la cordura, el andamiaje que ha construido Vizcarra, incluyendo denuncias y bajezas contra quien se le oponga, se resquebrajará. Adiós dictadura del fiscal Pérez, magistrado sin ecuanimidad y profundamente abusivo, a partidos llamados organizaciones criminales y, ojalá, justicia merecida para Keiko Fujimori. Su prisión solo busca que no haga política y sepultar a su partido. La suerte del Perú está echada.

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