Jacinta no es caviar

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Defensa de la Paisana Jacinta

Por Federico Salazar-Diario El Comercio.
El ministro de Cultura, mi amigo Salvador del Solar, ha criticado acremente al personaje Paisana Jacinta, del cómico Jorge Benavides. Dio sus comentarios a raíz del estreno de la película “La Paisana Jacinta: En búsqueda de Wasaberto”.
Aunque Salvador reconoce no haber visto la película materia de comentario, dice que el personaje “merece nuestro rechazo y nuestro repudio” (“Diario Uno”, 25/11/2017).
Un ministro de Estado no debe expresar “rechazo y repudio” a un personaje de televisión o de cine. Es como si un ministro de la Producción dijera “rechazo y repudio” los helados Z del fabricante Y, o “rechazo y repudio” los servicios de la peluquería F.
Para el ministro, que no ha visto la película, el personaje “nos parece que presenta una imagen denigrante de la mujer andina, que se burla de ella, que la presenta como ignorante, sucia, entre otras cosas”.
Un ciudadano puede tener la opinión que quiera. Un ministro de Estado, en cambio, debe guardar sus opiniones en relación a lo que hacen los ciudadanos.
“Visto de otro ángulo –ha dicho el ministro– ¿nos gustaría que retraten así a las peruanas en otros países?”. Esta pregunta que se hace a sí mismo Salvador revela la raíz del error.
Los artistas y los intelectuales no son funcionarios de gobierno. No son como los embajadores, que reciben un sueldo para representarnos.
¿Acaso Botero piensa en cómo se debería representar a las mujeres colombianas cuando pinta o esculpe mujeres voluminosas? ¿Almodóvar piensa en cómo va a representar a las mujeres españolas a la hora de escoger a sus actrices?
Estas preguntas son absurdas. Lo son para hablar de Botero y Almodóvar, como lo son para hablar de la Paisana Jacinta.
El artista puede ser bueno o malo. Puede estar consagrado universal o popularmente. Como sea, está libre de todo encargo de “representación diplomática”. Si no lo está, lo suyo se convierte en propaganda, no en arte.
El artista no es un funcionario de una ideología.
La ideología del Ministerio de Cultura es la ideología del Estado. No es la ideología popular, que es múltiple y distinta.
El Ministerio de Cultura no debe decirnos qué valores debemos tener ni qué criterios estéticos debemos desarrollar.
Salvador del Solar invita a la reflexión sobre lo que debería darnos risa. “Pensemos desde la empatía…, ¿esto debería seguir dándonos risa?”. “En el Ministerio de Cultura tenemos la convicción de que de ninguna manera debería ser así”.
La tentación totalitaria siempre se presenta a quien detenta el poder. El ministro y el ministerio nos quieren decir qué debe darnos risa o, para ser más exactos, qué no debe darnos risa.
El Estado no está para recomendarnos cuáles deben ser nuestros valores. No está para dictaminar las mejores formas de expresión del entretenimiento. El Estado no debe ser una Gestapo de la moral artística. Lamentablemente, este Ministerio de Cultura revela una actitud policial sobre los gustos.
La reflexión de Salvador es contradictoria. “Si desarrollamos nuestra empatía, la capacidad de ponernos en el lugar del otro…¿nos gustaría que hablen así de nosotros, de nuestros padres, de nuestros hermanos?”.
El ministro no tiene capacidad para ponerse en el lugar de la Paisana Jacinta y de los miles y miles de espectadores que se entretienen con ese tipo de humor y personaje. Solo tiene capacidad empática para un grupo determinado de consumidores de humor.
El ministro y el ministerio discriminan el gusto cultural de un grupo importante de gente. Lo rechazan y repudian desde el poder estatal.
El trasfondo de esta visión es la intolerancia. No hay tolerancia frente a un grupo que hace su cultura de espaldas al plató oficial. Hay discriminación y pretensión de anular la diferencia cultural.
Frente a esta arremetida de la ideología estatal sobre la cultura, cabe preguntarse, desde la empatía, ¿para esto hay un “Ministerio de Cultura”, que vive con los impuestos de, entre otros, Jorge Benavides?
La cultura es muchas cosas, pero sobre todo, no es “rechazar y repudiar” lo que hacen los estratos populares para entretenerse.

Respuesta a Rosa María Palacios

Por Cecilia Valenzuela- Altavoz.pe
Esta mañana me enteré de que Rosa María Palacios había publicado una de sus crónicas literarias, donde fabula e inventa sin pudor ni arte narrativo, involucrándome en la decisión del Presidente Kuczynski de indultar a Alberto Fujimori.
La farsante dice que el 24 de diciembre “un testigo sitúa a Cecilia Valenzuela y a su esposo, Alfredo Torres, en la escena (la casa de Cieneguilla de PPK) insistiendo en el indulto”.
Eso es mentira, falso, ni siquiera conocemos la casa de campo del Presidente. Jamás en nuestras vidas hemos estado ahí. Antes de hacer acusaciones de ese calibre, una periodista decente llama a la persona a la que piensa involucrar y confirma el dato que ha recibido. Si la persona a la que llama no le quiere contestar, registra en su crónica su negativa. Esa es la primera norma del periodismo.
Pero arteramente, Palacios -una falsa periodista- inventa un testigo para encubrir su insidia. Le exijo que revele su nombre, estoy absolutamente dispuesta a encararme con “él”. Interrumpo mis vacaciones, regreso a Lima y voy al medio que ella quiera para que su falso testigo me lo diga en mí cara.
Como escribí en mi artículo de opinión publicado en El Comercio, el indulto estaba cantado: PPK lo advirtió el 3 de noviembre en Buenos Aires, Argentina: “Alberto Fujimori está en la cárcel y está enfermo, vamos a ver qué hacemos, eso será noticia en algún momento”, dijo. Y está grabado, yo no invento.
Si Palacios no sabe hacer lectura política no es mi culpa: sus limitaciones como analista son su problema y el de los que la siguen. Pero su falta de capacidad no la exime de la responsabilidad de faltar reiterada y deliberadamente a la verdad, vendiéndose como periodista influyente. Aquella que entra y sale de Palacio de Gobierno, que chatea con Nadine Heredia sobre sus agendas, o habla “directamente” con PPK sobre el indulto a Fujimori, para que al final termine chillando porque le resultan mintiendo.
Ella no lo sabe, porque es una abogada que usa el periodismo para acceder al poder, porque la megalomanía que padece la hace creerse el centro del universo, asumir que lo que ella piensa no sólo es lo correcto, lo moral y lo ético. También lo más importante.
No lo sabe, pero los periodistas sí sabemos que todos lo políticos en el poder mienten. O para tapar alguna cochinada que se les está descubriendo, o para conseguir los aliados que necesitan para sacar adelante un proyecto de ley, o por razones como la estabilidad y la seguridad nacional. Un político en el poder guarda secretos, algunos de Estado.
Su capacidad para gobernar se basa en la negociación, en los acuerdos que tiene que lograr con sus adversarios. Hay que ser bien tonta, o bien soberbia, para creer que por tratarse de ti te van a decir la verdad.
Palacios no va a rectificarse, pues para eso se requiere profesionalismo y honestidad. La aclaro con firmeza porque no voy a permitir que me difame, y porque estoy harta de que use una profesión como la mía, que implica sacrificio y orfandad, para estar siempre cerca del poder, sabe Dios con qué intenciones.
Tan cerca del poder como lo estuvo en los años de la dictadura fujimorista, ella sirvió a Juan Carlos Hurtado Miller cuando fue candidato a la Alcaldía de Lima, y a Alberto Pandolfi cuando era Primer Ministro, dos personajes de la época, probadamente vinculados a Vladimiro Montesinos. Y cuando ella les servía, el jefe de ambos, Fujimori, a quien ahora repudia estando enfermo y sin poder, ya había otorgado amnistía al Grupo Colina y preparaba su tercera reelección comprando las líneas editoriales de los canales de televisión.
Los sucesos de los últimos días han despertado demasiadas pasiones. No es para menos: el indulto humanitario otorgado a Alberto Fujimori le propone a nuestra sociedad una revisión profunda de sus valores democráticos (lo que incluye el concepto de indulto humanitario) y lo más difícil, de las prioridades que hay que establecer para sostener nuestra democracia.
Abrirnos, mirarnos y revisarnos por dentro, despellejarnos, duele y cuesta tremendamente. Pero solo a partir de ese proceso podremos empezar a reconstruir nuestro país.
El indultado es un político controvertido que cometió delitos por los que fue sentenciado y pagó pena de cárcel por 12 años. Sin apasionamientos podemos darnos cuenta de que aquí no hubo impunidad. Al contrario, los peruanos sabemos que nuestro sistema de justicia se impuso y aplicó la condena más severa.
Hace más de una década nuestro país está enfrentado entre antifujimoristas y fujimoristas. La última elección le dio a la versión más abusiva de la segunda generación de fujimoristas, la mayoría absoluta en el Congreso; esa es nuestra realidad y no se puede soslayar y no cambiaría, como Palacios quisiera, cerrando el Congreso. Nada más infantil y torpe. La adversidad uniría al fujimorismo en su versión más radical, y, acabaría con la corriente que ahora muestra, en la personalidad del menor de los Fujimori, un rostro menos vertical, más liberal y moderno.
Si queremos seguir construyendo nuestra democracia debemos contribuir a que esa importante fuerza política se aleje de los extremos. Esa es mi opinión y eso es lo que he venido expresando en estos días.

¿Quiénes son los caviares?

¿Quiénes son los caviares?

Por Carlos Arnillas Denegri- www.elmontonero.pe
Durante los últimos treinta años surgió en el Perú, junto a la izquierda tradicional, una corriente de pensamiento progresista de las canteras de la Pontificia Universidad Católica del Perú, compuesta mayoritariamente por profesionales y académicos de clase media alta y de la oligarquía quebrada luego de las expropiaciones del régimen dictatorial del General Juan Velasco Alvarado.
Se inició enarbolando las banderas de los derechos humanos -en la época del terrorismo- con un claro sesgo de benevolencia hacia los movimientos subversivos, sobre todo con el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru-MRTA, que inicialmente fueron considerados “luchadores sociales” en la Europa de los noventas. Satanizaron a las fuerzas del orden y a los gobiernos que combatieron a Sendero Luminoso y al MRTA, presionando a la justicia para que castigara a los militares que se enfrentaban a los  sediciosos.
Esta izquierda pituca se enquistó inicialmente en las Organizaciones No Gubernamentales–ONGs que funcionaban en el Perú con fondos provenientes de países europeos que, erradamente, creían que en el Perú se libraba una guerra en favor de los pobres. Así surgieron DESCO, Proética, IDL, La Comisión Andina de Juristas, el Movimiento Manuela Ramos, la Comisión Nacional de Defensa de los Derechos Humanos y otros organismos de fachada, creados y manejados hábilmente por Diego García Sayán y una veintena de intelectuales que se repartieron los cargos, en los que aún se mantienen inamovibles.
Son justamente este grupo de intelectuales, a los que se les bautizó como la “izquierda caviar”, simbolizando irónicamente a un grupo, que en nombre de la justicia social, se va encaramando en puestos claves de la administración pública, defendiendo fieramente los cargos que ostentan.
Se trata de los niños bien, que se portan mal. Son sectarios, se creen dueños de la verdad absoluta, ya que el resto son brutos. Son miembros de una izquierda, que no necesariamente está comprometida con lo que predican. Su poder ha llegado, incluso, a los medios de comunicación masiva, desde donde actualmente digitan sus odios y simpatías.
Es importante resaltar que la izquierda caviar no es patrimonio nacional, ya que existe en otros países. Apareciendo por primera vez en Francia, bajo el nombre de “gauché caviar”. En Suiza son conocidos como los “Toscana Zosi”; en Inglaterra como los “Champagne socialist” y en Estados Unidos, Tom Wolf los bautizó como “Radical Chic”. Ellos actúan coordinadamente, para presionar a los gobiernos de turno, para que se sometan a sus caprichos e intereses de grupo, promoviendo corrientes internacionales como la “Ideología de Género”.
Son especialistas en organizar y digitar marchas y protestas callejeras, en lavar banderas y otras actividades bulliciosas, que al politizarse envilecen el acceso a la justicia. Durante los últimos tiempos vienen librando una ardua lucha contra el indulto a Alberto Fujimori. Así mismo para que se condene, por delito de lesa humanidad, a los 35 marinos sentenciados en el 1986 por el caso “El Frontón”.
Insólitamente el Tribunal Constitucional, recientemente ha reabierto el caso bajo la figura de “lesa humanidad”, consagrada recién en el Derecho Internacional en el 2002; es decir, pretenden aplicar dicho dispositivo después de 16 años de la condena a los marinos, con una retroactividad insólita. Algo similar fue lo realizado por el Vocal Supremo, César San Martín, al sentenciar a Alberto Fujimori. Sin embargo, ningún tribunal peruano, ni la Comisión Internacional de Derechos Humanos, ha reclamado algo para que también se aplique esa figura a los terroristas, que tanto daño han hecho al país, y que uno a uno vienen saliendo de las cárceles, para seguir promoviendo su nefasta ideología.
Cabe resaltar que fue en los gobiernos de Valentín Paniagua, Alejandro Toledo y Ollanta Humala, donde alcanzaron su máximo esplendor, extendiendo sus tentáculos, particularmente en el Poder Judicial, el Ministerio Público, la Procuraduría General de la República, y el Tribunal Constitucional, no dudando que también estén encaramados en el actual régimen, que lamentablemente mantiene al grueso de la administración pública Humalista.

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Un pensamiento en “Jacinta no es caviar

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