Yo me voy para Ottawa y no vuelvo más

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Por Mario Ghibellini- Revista Somos.
Hubo un tiempo en que Martín Vizcarra era el ex gobernador regional que todos querían en su plancha. Sus logros en Moquegua en materia de educación y relación con las mineras, así como lo inédito del cumplimiento de su promesa de no postular a la reelección hicieron que distintas organizaciones políticas se lo disputaran dos años atrás en una puja que terminó ganando el ppkausismo. Ahora, sin embargo, ya convertido en primer vicepresidente y tras un accidentado paso por el ministerio de Transportes, se marcha de pronto a Ottawa. Sin pena, sin gloria y, aparentemente, sin ganas de seguir en esta historia.
Ni premio ni castigo
Vizcarra, en efecto, ha sido nombrado en estos días embajador en Canadá y aunque ‘no descarta’ volver más adelante para asumir alguna otra responsabilidad en la actual administración, algo nos dice que, al llegar al aeropuerto, su equipaje lucirá más bien cuantioso y abultado. Que no nos vengan a contar ahora que este es un encargo normal o pensado para él desde el principio, porque todos recordamos que, durante la campaña, Kuczynski lo presentó como una de sus dos ‘pólizas de seguro’ por si le pasaba algo una vez que llegara a Palacio, y también como un futuro vicepresidente ‘de verdad’ y no pintado en la pared. Pero, sobre todo, tenemos fresca en la memoria la frase con la que casi celebró su salida del gabinete en medio de la crisis del aeropuerto de Chinchero. “Es para mí un gran alivio que ahora Martín va a tener más tiempo para ayudarme en el tema de las regiones”, sentenció hace solo cuatro meses el presidente. Y a menos que Canadá haya pasado a formar parte de las regiones del Perú sin que nos enterásemos, es evidente que aquí ha habido un cambio de planes.
Las interpretaciones al respecto son variadas. Unos creen que esto es una compensación por haber sido la principal víctima de las astracanadas del gobierno en el ya mencionado affaire de Chinchero; y otros, que es en cambio un castigo por su poco convencida intervención en ese mismo asunto. La verdad, no obstante, es que en el Ejecutivo andan cortos de manos para enfrentar los problemas que les salen al paso (o ellos mismos se fabrican) un día sí y el otro también, de manera que no es verosímil que, más allá de sus ánimos retributivos o punitivos, hayan estado dispuestos a prescindir de una pieza tan experimentada por iniciativa propia. Aquí el que ha querido irse tiene que haber sido Vizcarra y es ese en realidad el dato que deberíamos estar interpretando.
¿Por qué un político en una posición tan expectante como la suya en un gobierno en el que no hay sucesor potable a la vista podría querer alejarse del centro del poder a solo catorce meses de haberse iniciado la gestión? Pues con toda probabilidad porque tiene la impresión de que lo que viene en adelante no es precisamente mejor. Vamos: si usted estuviera en sus zapatos y, sobre la base de su conocimiento de las entrañas del ppkausismo, pensara que esta administración no tiene remedio, ¿no preferiría acaso también enterarse de las malas noticias por el Facebook y mientras conoce los grandes lagos en Norteamérica?
Tomemos nota, entonces, de lo que realmente quiere decirnos Vizcarra y deseémosle suerte para cuando, culminada su función como embajador en Ottawa, postule seguramente a la Policía Montada.

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