Cuarto domingo de Adviento

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Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Para esta última semana de preparación a la Navidad, la iglesia nos propone como modelo a María. Miren a María, nos dice, y hagan lo que ella hizo. Con la seguridad, además, de que habrá de ayudarnos a hacerlo, si se lo pedimos con confianza. Ella es Nuestra Señora del Adviento y de la Navidad y sabe muy bien lo que tenemos que hacer para pasar del Adviento (vivir en la Esperanza) a la Navidad (vivir con el Esperado). Lo sabe por propia experiencia y nos lo cuenta en el evangelio del día (Lc 1, 26-38), que es el evangelio que nosotros conocemos como el de la Anunciación de María y la Encarnación del Hijo de Dios.
Este misterio, que celebramos el 25 de marzo y que, después de nueve meses, concluye felizmente en la Navidad, nos dice cómo se preparó María para la llegada de Jesús. Lo veremos luego. Digamos ahora que contiene otras muchas cosas y mucho más importantes. Estas tres, por ejemplo:
1, que Dios cumple la gran promesa que hiciera en el Protoevangelio (Gen 3,15);
2, que cada una de las tres divinas Personas de la Santísima Trinidad establece con María una relación singular (única), pasando a ser Hija del Padre, Madre del Hijo y Convivium (esposa) del Espíritu Santo;
3, que, por pura gratuidad, Dios inicia en Jesucristo su Nuevo Plan para el mundo (el Reino de Dios), que cambiará por completo la historia del hombre.
Como modelo de nuestro Adviento, María nos enseña a:
1, aceptar plena y confiadamente la voluntad de Dios. María lo hizo con un SÍ (Fiat), que cambió por completo su plan de vida con José y que la embarcó en la aventura inédita de ser Madre de Dios. Y nosotros ¿en qué vamos a decirle SI (Fiat) al Señor? ¿Qué estamos dispuestos a cambiar en nosotros y/o en el entorno?
2, entregarnos por entero al Señor y acompañarlo en cuerpo, alma y espíritu. María hasta le consagró su virginidad (Lc 1, 34), cuando toda mujer israelita “se moría” por ser madre y tener muchos hijos, pensando que alguno de ellos podría ser el Mesías. Treinta de sus 33 años vivió María en Nazaret enteramente para su hijo Jesús, en función de Jesús y de su Misión.
3, darlo a conocer y amar a los demás, como la primera y más importante Discípula Misionera de Jesús, En efecto, María hizo suya y llevó en su seno la Palabra, cuando la hizo sentir en su visita a su pariente Isabel (Lc 2, 52), cuando se comprometió a llevarla a todos al aceptar el pedido de su Hijo en la cruz de ser Madre de todos los hombres, y cuando en Pentecostés dio su Sí al Espíritu Santo, que vino a lanzar la Iglesia a todos los pueblos del mundo (Hech 1,8) Acoger al Señor, ponernos a su disposición y darlo a conocer a los demás, es lo que podemos hacer con y como María.

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