San Vicente de Paul

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Vicente de Paul

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
“Parábola del administrador sagaz” y no del administrador infiel, debiera ser el título de la parábola que hoy nos trae el evangelio (Lc 16,1-13). Porque el punto de la enseñanza de Jesús no está en la infidelidad del administrador sino en su sagacidad. Y es que “los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz” (Lc 16, 8). Es esto lo que le apena al Señor. Comprobar que para los negocios, el bienestar, la promoción social, la economía, la política, etc., “los hijos de este mundo” se organizan, se mueven rápido, trabajan duro, actúan con decisión, corren riesgos, hasta dan su vida, cosas que apenas hacen “los hijos de la luz”. Hablando en general, estos apenas se meten en las cosas de este mundo, para las que parecen tan desmotivados, tan quedados, tan temerosos. Olvidan que peor que la maldad de los malos es el silencio de los buenos.
Haciendo suya la observación y queja de Jesús, San Vicente de Paúl, hombre tan activo como santo, decía a sus misioneros: los comerciantes y hombres de negocios amanecen esperando ser atendidos por el Rey, van y vienen siempre con prisas, corren riesgos, a veces mueren en sus viajes… Y todo eso por conseguir cosas materiales o algún título. ¿¡Y nosotros qué hacemos?! ¿¡Cuánto estamos dispuestos a trabajar, a luchar y sufrir por la causa de Dios!? Francamente y lo digo con pena, nos dan ejemplo… ¿Se aplicará a nosotros la observación y queja de Jesús y de San Vicente? Y ahora, la del Papa Francisco, que nos reclama salir a las periferias, ir a meter ruido, a meternos en las cosas del mundo, a trabajar por instaurar las cosas en Cristo.
Por sus intereses personales y/o partidarios, ellos se movilizan, están por todas partes, buscan los primeros puestos, captan el poder,  imponen sus ideologías, etc. Se dirá que los cristianos no pueden hacer eso, que no es evangélico… Y citarán aquello de que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha (Mt 6,3). Pero no es esto lo que nos dice Jesús en el evangelio de hoy. Nos dice todo lo contrario: que seamos tanto o más sagaces (inteligentes, esforzados, audaces) que “los hijos de este mundo”. Y en relación con el texto anterior, que tanto citamos, nos da este otro texto, que lo aclara y que muy poco citamos: que brille su luz ante los hombres, y que vean sus buenas obras y den gloria al Padre Dios (Mt 5,16).
Más en concreto, Jesús nos da algunas recomendaciones: utilicen “el sucio dinero” en hacerse amigos (Lc 16,9) remediando necesidades, promoviendo personas y causas buenas, creando trabajo bien remunerado, etc. de modo que un día sean recibidos en el cielo. Gánense la confianza de todos siendo intachables en el manejo del dinero y con lo ajeno (Lc 16, 11-12). Muéstrense honrados en lo pequeño para que se les confíe lo grande (Lc 16,10). La parábola termina con el dicho sobre Dios y la riqueza, que se encuentra mucho más desarrollado en Mateo (6,24+), y que debemos tener siempre muy presente: No podemos servir a Dios y al dinero (como si fuera otro Dios).
VICENTE DE PAUL, EL AMIGO DE LOS POBRES
¿Conocen al Sr. Depaul? Permítanme que se lo presente, pues vale la pena conocerlo y aún más tenerlo como amigo. Él se firmaba Depaul  -y así firmó las casi 30,000 cartas que escribió- , pero la gente lo llamaba Vicente, el Sr. Vicente, y hoy le llamamos San Vicente de Paul. Es el mayor santo de entre los hombres de acción y el mayor hombre de acción de entre los santos. La Iglesia, por boca de León XIII, el Papa de la cuestión social, lo proclamó (en 1885) Patrono Celestial de todas las asociaciones de caridad.
Era pequeño de estatura (1.63), pero de gran talla humana. En su rostro, una mandíbula y una nariz prominentes, que indicaban firmeza y tesón, alternaban con unos ojillos negros y vivaces, siempre en movimiento y siempre sonrientes. Podía ser muy duro, pero se mostraba siempre afable y bondadoso. Era fácil acceder a él y sentirlo amigo. Grandes y chicos, sabios y analfabetos, ricos y pobres, hombres y mujeres, lo admiraban y seguían, sintiendo que era un honor estar con él y ponerse a su disposición.
Ciertamente hay algo en la vida del Sr. Vicente que nos lo hace familiar y agradable. Sin duda es su imagen de hombre bueno, sincero y solidario, de “hombre de Dios y amigo de los pobres”. Lo vemos sencillo, amable y entregado a los demás, pero lo vemos también como el ideal de lo que nos gustaría ser y hacer… Vicente de Paul es sinónimo de caridad y misión, y símbolo del bien y de la caridad al prójimo. Mencionar su nombre es traer a la memoria el mundo de los pobres y hacer un llamado a comprometerse en su favor, desde la justicia y la caridad. ¡Cuán actual y urgente es hoy este  mensaje y cuánto necesitamos hoy de nuevos Vicente de Paul!
No se sabe cómo ni en qué momento su ambición humana  -de figurar y tener más- , entró en crisis. Se sabe que a los 30 años hizo “voto de consagrarse toda la vida al servicio de los pobres”. Lo que se ha llamado su conversión, le llevó unos cuantos años. A partir de este momento, es como si todos los pobres del mundo se le hubiesen metido en el alma y con ellos Cristo, que clama, interpela, apremia y sufre en y desde los pobres. La santidad de Vicente de Paul tiene una gran carga humana y social.
Desde su partida al cielo, en la madrugada del 27 de setiembre de 1660, a los casi 80 años de edad, Vicente de Paul continúa trabajando en favor de los pobres de este mundo. Lo hace ahora con su intercesión ante Dios y con su Patronazgo en favor de los pobres; también con el ejemplo de su vida y enseñanzas, que siguen suscitando y animando nuevos apóstoles de la caridad (como San Alberto Hurtado y la Beata Madre Teresa de Calcuta, por mencionar los dos últimos grandes santos de los pobres).
Hoy, el Sr. Vicente vive en cuantos trabajan por la Caridad y la Misión, pues también a esto le compromete el título que le dio la Iglesia. Vive en cuantos se sienten inspirados por él a entregarse al servicio de los pobres, y de los más pobres, como lo hicieran en su tiempo el Beato Federico Ozanam, cofundador de la Sociedad San Vicente de Paul, y la Beata Rosalía Rendu. Vive especialmente en los casi 1’500,000 miembros activos, que constituyen la Familia Vicentina en 165 Instituciones en todo el mundo. Y en los más de 1000 miembros activos pertenecientes a 20 Instituciones de la Familia Vicentina en el Perú.

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