Beato Pedro Calungsod

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Pedro Calungsod (1654–1672) fue un mártir católico de Filipinas, asesinado en Guam por el jefe chamorro Mata’pang, quien se oponía a los bautismos que hacían los misioneros bajo el liderazgo del sacerdote jesuita español Diego Luis de San Vitores, que también fue asesinado en el mismo evento. Pedro tenía 18 años y fue beatificado el 5 de marzo de 2000 por el Papa Juan Pablo II. Era oriundo de Molo, un barrio chino de la ciudad de Iloilo. Luego, partió para Cebú, también en el centro del archipiélago, para anunciar allí el evangelio. Estudió con los jesuitas de Loboc, en la isla de Bohol.
La campaña católica de San Vitores hizo que muchos nativos recibieran el bautismo en las Islas Marianas. Pronto se creó un grupo de resistencia a la acción misionera liderado por algunos jefes chamorros y apoyados por un influyente comerciante chino de nombre Choco, quien avivó rumores de que los misioneros esparcían veneno en el agua bendita que daban al pueblo durante las ceremonias como el bautismo y la Eucaristía. La muerte de algunos niños recién nacidos y que habían sido bautizados, seguramente por contacto de virus con los europeos, reafirmó la creencia popular de que el bautismo era la causa de las muertes. Choco tenía el respaldo de los macanjas (chamanes), de los urritaos (prostitutos) y de los apóstatas. Se creó entonces todo un partido para perseguir a los misioneros.
El asalto tomó lugar el 2 de abril de 1672, un domingo, después de las ceremonias del Domingo de Ramos de aquel año. Cerca de las siete de la mañana, Pedro, que tenía entre 17 y 18 años de edad, y su superior en las misiones, padre Diego, fueron a la aldea de Tumon en la isla de Guam. Allí les dijeron que una bebé había nacido recientemente. Los misioneros pidieron que fuera traída para ser bautizada. Su padre, un tal Mata’pang, se negó furiosamente a que fuera bautizada. Este Mata’pang era originalmente católico y amigo de los misioneros, pero había apostatado.
Para darle a Mata’pang tiempo para que se calmara, los dos misioneros reunieron a los niños de la aldea y algunos adultos para impartir catequesis. Invitaron también a Mata’pang quien se negó.
Determinado a asesinar a los dos misioneros, Mata’pang se retiró y buscó a otro aldeano de nombre Hirao. Este rehusó la invitación en principio porque reconoció la amabilidad de los misioneros hacia la gente, pero después cambió de idea cuando Mata’pang lo llamó cobarde. Durante la ausencia de Mata’pang y con el consentimiento de la madre, el padre Diego y Pedro bautizaron a la bebé.
Al saber el evento, Mata’pang se puso furioso. Primero le tiraron lanzas a Pedro que pudo evitarlas. Los testigos dicen que Pedro tenía toda la agilidad y posibilidad de escapar, pero que no quería dejar solo al sacerdote. También dicen los testigos que si Pedro hubiese tenido un arma de la época consigo, hubiese podido derrotar fácilmente a los agresores, porque era un muchacho fuerte y valiente, pero el padre Diego nunca permitió que sus compañeros llevasen armas. Finalmente, Pedro recibió una lanza en su pecho y sucumbió. Hirao se avalanzó sobre el muchacho y lo remató en el lugar. El sacerdote Diego le dio inmediatamente la absolución y también fue asesinado por los agresores.
Mata’pang tomó el crucifijo del padre Diego y lo golpeó con una piedra. Los dos asesinos desnudaron a sus víctimas y los arrastraron hasta la playa, les ataron piedras grandes a sus pies, los pusieron en una barca y después los arrojaron al mar.
Cuando los otros misioneros se enteraron de su muerte, exclamaron ¡Un muchacho afortunado! Cuán bien premiados estos cuatro años de perseverancia al servicio de Dios en las dificultades de la misión: se hizo el precursor de nuestro superior, padre Diego, en el cielo.
Los misioneros recordaban a Pedro como un muchacho de buena disposición, catequista virtuoso, buen creyente y perseverante hasta el punto de dar su vida.
El papa Juan Pablo II beatificó a ambos misioneros. Primero al padre Diego Luis de San Vitores el 6 de octubre de 1985 y después al muchacho el 5 de marzo de 2000 en Roma.
Pedro fue beatificado junto a otros 43 siervos de Dios. Acerca de Pedro, el Papa dijo en la homilía: Desde su niñez, Pedro Calungsod se puso sin vacilaciones del lado de Cristo y respondió generosamente a su llamado. Los jóvenes de hoy pueden tomar motivación y fuerza del ejemplo de Pedro, cuyo amor a Jesús lo inspiró a dedicarse a Él desde sus años de adolescencia a enseñar la fe como catequista laico. Dejando su familia y amigos atrás, Pedro aceptó con gusto el desafío que le puso el padre Diego de San Vitores para unirse a él en la misión entre los Chamorros. En un espíritu de fe, marcado por una fuerte devoción a la Eucaristía y a la devoción mariana, Pedro se comprometió en el trabajo difícil que se le ponía y con valentía se enfrentó a muchos obstáculos y dificultades. Frente al peligro inminente, Pedro no abandonó al padre Diego, sino que como un “buen soldado de Cristo”, prefirió morir al lado del misionero.

Martires TailandesesBeato Felipe Siphong Onphitak
Felipe era un hombre felizmente casado. Padre de 5 hijos y maestro de escuela. Nació en la provincia de Nakhon Phanom, Tailandia, el 30 septiembre 1907 y allí fue bautizado. Este país asiático es casi totalmente budista y aunque a lo largo de los últimos siglos algunos misioneros intentaron llevar el Evangelio a estos lugares, fue recién en 1881 cuando se inició un apostolado más estable.
La Providencia quiso que Felipe sea uno de los primeros católicos tailandeses. Estudió en el colegio parroquial de Non Seng y terminados sus estudios secundarios había dado muestras de una adhesión tan fuerte a la fe que los misioneros lo enviaron a evangelizar Songkhon. En este pueblo se casó con María Thong y allí también le nacieron sus cinco hijos.
Para 1940 los católicos tailandeses eran ya unos 700 pero lamentablemente estalló la guerra entre Tailandia y la Indochina Francesa y los católicos fueron considerados como amenaza para la identidad nacional, pues eran dirigidos por misioneros franceses. Felipe se desempeñaba como maestro y catequista de la escuela parroquial y al ser obligados los misioneros a abandonar el país, él se quedó a cargo de esta pequeña comunidad de creyentes.
Los soldados llegaron a este pueblo en agosto de 1940 y comenzaron a presionar a los creyentes para que abandonaran esta fe “extranjera”. Animados por Felipe y las religiosas Agnese Phila y Lucía Khambang, todos permanecieron firmes en la fe. Los soldados llegaron a la conclusión de que eliminando a Felipe esta comunidad cedería finalmente a las presiones. Con una carta falsificada citaron a Felipe a la subprefectura y la tarde del 15 de diciembre él se trasladó en bicicleta al supuesto llamado que le hacían, pero fue interceptado por un par de soldados que le esperaban y que al día siguiente, 16 de diciembre, le dispararon sin que él les guardara ningún rencor. De esta forma su sangre fecundó la semilla del Evangelio que empezaba a germinar en este país del Asia.
A los pocos días los soldados mataron a dos religiosas y a cuatro laicas más. En 1959 los restos de Felipe fueron reunidos con los de estas mártires y en torno a ellas se ha construido un Santuario. Juan Pablo II los beatificó el 23 de abril de 1989. Hoy la Iglesia en Tailandia tiene una gran vitalidad, cuenta con 243,000 católicos y 10 diócesis.
Mártires de Songkhon (Tailandia):
Agnese Phila, religiosa de la Congregación Hermanas Amantes de la Cruz, 31 años;
Lucía Khambang, religiosa de la Congregación Hermanas Amantes de la Cruz, 23 años;
Agatha Phutta, laica, 59 años;
Cecilia Butsi, laica, 16 años;
Bibiana Khamphai, laica, 15 años;
María Phon, laica, 14 años.
Nicolas Bunkerd KitbamrungBeato Nicolás Bunkerd Kitbamrung
Nicolás es el primer sacerdote tailandés que asciende a la gloria de los altares. Nació el 31 de enero de 1895 en la región de Nakhon Chaisiri, provincia de Nakkon Pathon, en el reino de Tailandia. Tuvo la dicha de nacer en una familia católica. Sus padres, José Poxang e Inés Thiang, lo llevaron a bautizar recién nacido y en el bautismo se le impuso el nombre de Benito, pero por alguna causa desde pequeño le dijeron Nicolás y éste fue el nombre que usó toda la vida. Además de ser educado religiosamente en su casa, Nicolás frecuentó desde niño la misión católica, donde aprendió el catecismo e hizo la primera comunión. Tenía trece años cuando dijo con firmeza que quería ser sacerdote y fue admitido en el seminario menor de Bang Xang. Aquí permaneció como alumno, haciendo los correspondientes estudios hasta que en el año 1920 es admitido en el seminario mayor de Pinang, en Malasia. Seis años fue alumno de este seminario mayor y cursó en él la filosofía y la teología, fue ordenado sacerdote el 24 de enero del año 1926 en la catedral de Bangkok. Seguidamente fue enviado a ejercer su ministerio pastoral en el pueblo de Bang Nokkuek en calidad de coadjutor. Cuando poco después los salesianos se hicieron cargo de esta misión, Nicolás continuó con ellos un tiempo, dedicado a la catequesis y a enseñarles a los nuevos misioneros la lengua.
En 1930 le dieron un nuevo encargo que denotaba gran confianza en sus cualidades y en sus virtudes: fue enviado a la zona norte del país donde numerosos católicos, quizás por falta de asistencia pastoral, habían abandonado la fe formal o prácticamente. La tarea era difícil porque los cristianos estaban dispersos por muchos poblados y en una zona montañosa, muchos de cuyos pueblos eran de difícil acceso. Nicolás no se arredró ante las dificultades, y a lo largo de siete años visitó casa por casa a todos los cristianos de cuyo abandono religioso constaba y pacientemente los invitó a regresar a la práctica religiosa y al seno de la Iglesia. En este tiempo y en este cargo se demostró el extraordinario temple apostólico de este sacerdote, su espíritu de sacrificio y su entrega generosa al ministerio del buen pastor que busca las ovejas descarriadas.
En 1937 se le nombra párroco de Khorat, donde igualmente había cristianos que habían abandonado la fe o la práctica religiosa y su celo logró recuperar a no pocos, instituyendo, además, una catequesis sistematizada para los no cristianos. Se le encomendó también la parroquia de Non Kaeo. La vida del padre Nicolás era ejemplar a los ojos de la comunidad cristiana y aun de los no cristianos que veían su mansedumbre y buena voluntad en todas las cosas. La misa diaria, el breviario, el rosario, la oración asidua y su fervorosa devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen María alimentaban su sincera piedad y su continua dedicación al bien de las almas. Cuidaba con mucho interés el catecismo de los niños y fomentaba en ellos la piedad así como las señales de vocación sacerdotal o religiosa.
Llegada la guerra entre Francia e Indochina, la situación de los católicos en Tailandia, país que se vio afectado por la guerra, se volvió difícil. Porque se empezó no solamente a sospechar de los misioneros franceses sino también a mirar con malos ojos a los tailandeses conversos al cristianismo, a quienes se veía como traidores a su cultura y a su patria. Y así se dieron medidas persecutorias que buscaban que los fieles abandonaran la religión y volvieran al budismo. En mitad de esta persecución el padre Nicolás fue detenido, el 12 de enero de 1941 bajo la acusación de ser sacerdote católico, y fue recluido en la cárcel de Khorat. Aquí empezó a pasar numerosas penalidades. Llevado ante un tribunal militar y probada su condición de sacerdote, fue condenado a quince años de confinamiento vigilado. Encerrado en una celda inmunda, muy pronto pudo verse que se le había declarado la tuberculosis. Fue trasladado luego a la cárcel de Bang Khwang y destinado a la zona de tuberculosos. El mal trato, incluso físico, las burlas, el desprecio que sufrió muchas veces lo llevó con ánimo paciente. No perdió la serenidad ni la confianza en Dios y no dejó de manifestar que perdonaba a sus agresores y que estaba disponible para lo que Dios quisiera de él. Aprovechó que tenía compañeros de prisión para anunciarles a Jesucristo y logró algunas conversiones. Para su tuberculosis no recibió cuidado ni medicina alguna, de modo que poco a poco la enfermedad se fue apoderando de su organismo. Justamente a los tres años de su detención, el día 12 de enero de 1944 moría en la cárcel a causa de su enfermedad, expirando con la muerte de los justos y bendiciendo al Señor. La Iglesia de Tailandia, curtida en la persecución, conservó la memoria de este pastor insigne y de su muerte martirial. Fue beatificado por el papa Juan Pablo II el día 5 de marzo del año 2000.
Fuente: Wikipedia.
Beato Clemente Vismara PIME
Por Piero Gheddo
El domingo 26 de junio de 2011, en la Plaza de la Catedral en Milán fue beatificado el padre Clemente Vismara (1897-1988), que en 1983, cuando cumplió sus sesenta años de misión en Myanmar, la conferencia episcopal lo proclamó “Patriarca de Birmania”.
Nacido en Agrate Brianza en 1897, participa como infante de trinchera en la primera guerra mundial, al final de la cual es sargento mayor con tres medallas al valor militar. Entiende que “la vida tiene valor sólo si las donas a los otros” (como escribía), se hace sacerdote y misionero del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras, PIME, en 1923 y parte para Birmania. En Toungoo, la última ciudad con un gobernador británico, se queda seis meses en casa del obispo para aprender inglés, luego es destinado a Kengtung, territorio forestal, montañoso, casi inexplorado y habitado por tribus, todavía bajo el dominio de un rey local (saboá) patrocinado por los ingleses. En catorce días a caballo llega a Kengtung, tres meses de para con el fin de aprender algo de las lenguas locales y luego el superior de la misión en seis días a caballo lo lleva a Monglin, su último destino en el límite entre Laos, China y Tailandia.
Era el mes de octubre de 1942 y en 32 años (con la segunda guerra mundial de por medio, prisionero de los japoneses), Clemente Vismara funda de la nada tres parroquias: Monglin, Mong Phyak y Kenglap. Escribía en Agrate: “Aquí estoy a 120 km. de Kengtung, si quiero ver otro cristiano debo mirarme al espejo”. Vive con tres huérfanos en un galpón de barro y paja. Su apostolado consiste en dar vueltas a caballo por las aldeas tribales, pintar sus tiendas y darse a conocer: lleva medicinas, saca dientes que duelen, se adapta a vivir con ellos, al clima, a los peligros, al alimento, al arroz y salsa picante, la carne se la procura cazando. Desde el inicio llega a Monglin huérfanos y niños abandonados para educarlos. En seguida fundó un orfanatorio que se convierte en la casa de 200-250 huérfanos, hombres y mujeres. Hoy es invocado como “protector de los niños” y hace muchas gracias que a los pequeños y a las familias.
Una vida pobrísima y Clemente escribía: “Aquí es peor que cuando estaba en la trinchera en el Adamello y el Monte Maio, pero esta guerra la he querido yo y debo combatirla hasta el fin con la ayuda de Dios. Estoy siempre en las manos de Dios”. Poco a poco nace una comunidad cristiana, llegan las religiosas de María Niña a ayudarlo, funda escuelas y capillas, arrozales y granjas, canales de irrigación, enseña carpintería y mecánica, construye casas con muros y lleva nuevos cultivos, el trigo, el maíz, el gusano de seda, verduras (zanahoria, cebolla, ensalada: “el padre come hierbas”, decía la gente).
En breve, el beato Clemente fundó la Iglesia en un rincón del mundo donde no hay turistas sino sólo contrabandistas de opio, brujos y guerrilleros de varias facciones; ha traído la paz y estabilizado en el territorio las tribus nómades que a través de la escuela y la atención de la salud, se incrementaron y hoy tienen médicos y enfermeras, artesanos y maestros, sacerdotes y religiosas, autoridades civiles y obispos. No pocos se llaman Clemente y Clementina.
En 1956, después que había fundado la ciudadela cristiana de Monglin y había convertido a unas cincuenta aldeas a la fe en Jesucristo, el obispo lo traslada a Mongping, a 250 kilómetros de Monglin en la exterminada diócesis de Kengtung, donde debe volver a comenzar de cero. Clemente escribía a un hermano de comunidad: “obedezco al obispo, porque entiendo que si hago lo que pienso entonces me equivoco”. Con sesenta años da inicio a una nueva misión y funda la ciudadela cristiana y la parroquia de Mongping, una segunda parroquia en Tongta y deja en herencia otras cincuenta aldeas católicas.
Muere el 15 de junio de 1988 en Mongping y es sepultado cerca a la iglesia y a la gruta de Lourdes construida por él. Sobre su tumba, visitada también por muchos no cristianos, no faltan nunca flores frescas y velas encendidas. Ahora, 23 años después, el padre Clemente Vismara será proclamado beato de la Iglesia universal y el primer beato de Birmania. Una causa de beatificación muy rápida, considerando los tiempos largos de estos “procesos” romanos.
¿Por qué el padre Clemente Vismara es hecho beato? En vida no hizo milagros, no ha tenido visiones o revelaciones, no era un místico y tampoco un teólogo, no ha realizado grandes obras ni ha destacado por cualidades o carismas destacados. Era un misionero como todos los otros, tanto es así que cuando en el PIME se discutía iniciar su causa de beatificación, alguno de sus hermanos de comunidad en Birmania dijo “si lo hacen beato a él tendrían que hacernos beatos a todos nosotros que hemos vivido su misma vida”. En 1993 fui a Kengtung con dos misioneros que habían estado con Clemente en Birmania y pedimos al obispo Abraham Than: “¿por qué quiere hacer beato al padre Clemente?”. Respondió: “hemos tenido tantos santos misioneros del PIME que han fundado esta diócesis, incluido el primer obispo Erminio Bonetta, todavía recordado como un modelo de caridad evangélica, y otros cuyo recuerdo está vivo. Pero por ninguno de ellos se ha verificado esta devoción y este movimiento de pueblo para declararlos santos, como por el padre Vismara. Yo veo en esto un signo de Dios para iniciar el proceso de investigación diocesano”.
Beato Clemente VismaraDecía un hermano suyo: “Vismara era extraordinario en lo ordinario”. A los ochenta años tenía el mismo entusiasmo por su vocación de sacerdote y misionero, sereno y alegre, generoso con todos, confiado en la Providencia, un hombre de Dios aún en las trágicas situaciones en que vivió. Tenía una visión de aventura y de poesía de la vocación misionera, que lo ha hecho un personaje fascinante a través de sus escritos, quizá el misionero italiano más conocido del siglo XX.
Su confianza en la Providencia era proverbial. No hacía balances, ni previsiones, no contaba nunca el dinero que tenía. En un país en el que la mayoría de la gente en algunos meses del año sufre de hambre, Clemente daba de comer a todos, no despedía nunca a ninguno con las manos vacías. Los hermanos del PIME y las hermanas de María Niña lo resondraban por acoger a demasiados niños, viejos, leprosos, minusválidos, viudas, desequilibrados. Clemente decía siempre: “Hoy hemos comido todos, mañana el Señor proveerá”. Se confiaba de la Providencia, pero escribía a los benefactores de medio mundo para tener ayuda y colaboraba con artículos para varias revistas. Sus noches las pasaba escribiendo cartas y artículos a la luz de una candela (he recogido más de 2000 cartas y 600 artículos). Es necesario agregar que los escritos del padre Vismara, poéticos, llenos de aventura, inflamados de amor par los más pobres, suscitaron numerosas vocaciones sacerdotales, misioneras y religiosas no sólo en Italia.
Clemente representa bien las virtudes de los misioneros y los valores que trasmitir a las generaciones futuras. En el último medio siglo la misión a las gentes ha cambiado radicalmente, pero siempre siguen siendo lo que Jesús quiere: “Id a todo el mundo, anunciado el Evangelio a todas las creaturas”. Pero los métodos nuevos (responsabilidad de la Iglesia local, inculturación, diálogo interreligioso, etc.) deben ser vividos en el espíritu y en la continuidad de la Tradición eclesial que se remonta a los apóstoles.
Clemente es uno de los últimos eslabones de esta gloriosa Tradición apostólica. Estaba enamorado de Jesús (¡rezaba mucho!) y de su pueblo, especialmente de los pequeños y de los últimos escribía: “estos huérfanos no son míos sino de Dios, y Dios no permite nunca que falte lo necesario”. Vivía al pie de la letra lo que decía Jesús en el Evangelio: “No os preocupéis demasiado diciendo: ¿qué comeremos? ¿qué beberemos? ¿cómo nos vestiremos? Son los que no conocen a Dios los que se preocupan de todas estas cosas. Ustedes en cambio busquen el Reino de Dios y hagan su voluntad: todo el resto Dios se los dará por añadidura” (Mt 6, 31-34) ¿Utopía? No, en Clemente era una realidad vivida, que lo traía alegría al corazón a pesar de todos los problemas que tenía.
Lo visité en Birmania en 1983, a sus 86 años todavía era párroco en Mongping. Quería entrevistarlo sobre sus aventuras y me decía: “Olvídate de mi pasado, que lo he contado muchas veces. Hablemos de mi futuro”. Y me hablaba de las aldeas por visitar, de las escuelas y capillas por construir, de las solicitudes de conversión que le venían de varias partes. Como decía un hermano: “Murió a los 91 años sin haber envejecido nunca”. Había conservado el entusiasmo de los primeros tiempos por su misión.
El Padre Clemente Vismara es uno de los cerca de 200 misioneros PIME que desde 1867 a hoy han fundado en Birmania nor-oriental seis de las 14 diócesis de Myanmar: Toungoo, Kengtung, Taunggyi, Lashio, Loikaw y Pekong, con cerca de 300 mil bautizados, obispos, sacerdotes y religiosas indígenas, más de la mitad de los católicos de Birmania.
Clemente es uno de tantos que, todos juntos, representan bien la tradición misionera y el espíritu del PIME, que sigue asistiendo de varias formas a la Iglesia de Myanmar, entre otras cosas asumiendo sus vocaciones misioneras, formándolas y enviándolas en las comunidades del Instituto en todos los continentes para anunciar a Cristo y fundar la Iglesia también en otros pueblos.

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