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Fútbol, identidad nacional y política.

El domingo, en su columna deportiva de El Comercio, Jorge Barraza apuntaba que los integrantes de la selección de futbol uruguaya, tras la obtención de la última Copa América, dedicaban a su pueblo el triunfo logrado mientras que los argentinos, frente a sus logros personales, agradecían a sus familias y amigos. Esta observación, sumamente interesante en todo nivel (agradecimiento/dedicación, pueblo/familia, triunfos grupales/logros personales), junto a la apócrifa carta endilgada a Messi, dan para pensar en torno al rol que del fútbol en la construcción de los discursos e identidades nacionales.

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Varios días después de mañana

Amaneció el 13. Eso significa que pasaron varios días después de la elección de Ollanta Humala como presidente de los próximos 5 años (al menos oficialmente) sin que se cumplan las dos profecías de Reinaldo dos Santos: el que Keiko Fujimori sería presidenta (ahora dice que no dijo cuando) y que se produciría un terremoto devastador (tampoco dijo cuando).
Apenas un zamacón en la BVL producto de intereses soterrados, y felizmente pocos, que buscaron seguir el juego del fin del mundo. Quizá también algo de la campaña del miedo que parece marcar nuestro quehacer político del último decenio. Esto último entendible.

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Ni héroe ni cómplice (o cobarde)

Debo de confesar que durante buen tiempo me fue difícil poder elegir y expresar mi decisión frente a las próximas elecciones presidenciales pero a partir de algunas conversaciones, cafés y sobre todo el escuchar los argumentos de la gente que por un motivo u otro –siempre válido desde su personalísima perspectiva- opta por votar por Humala o Fujimori, terminé por definir no sólo un voto sino también por definirme como persona, deshaciéndome de una serie de prejuicios y verdaderos temores. He aquí que las comparto.
En una clase de postgrado un profesor opinaba que el derecho al voto no debería ser entendido como una obligación a elegir sino más bien una expresión individual y política. Lo que me recordó que en las elecciones del 2001, cuando Álvaro Vargas Llosa y Jaime Bayly propusieron el voto en blanco fue tomado poco menos como una ofensa, como una irresponsabilidad civil. Quizá desde aquí ya empezaba a sentirme un tanto bloqueado frente al tema. Pero ¿qué hubiese pasado si propusieran el voto en blanco ahora mismo? ¿o quizá 5 años atrás?
¿Es acaso necesario sostener una postura como el voto en blanco a través de voces alturadas y democráticas, menos manchadas por el amarillismo como lo estuvo y aún esta Jaime Bayly? ¿Cambiaría el escenario si algunos de los más altos representantes de nuestra vida cultural y/o política respaldaran esta propuesta?
¿Acaso cambia en algo que recientemente haya salido una entrevista a Fernando de Szyszlo en donde el señalaba, con algo de frustración e impotencia, que lamentablemente no podrá votar ni por Fujimori ni por Humala?
La respuesta es no. No se va a producir un cambio masivo en las encuestas ni en las preferencias presidenciales. Quizá a algunos pocos les permita también tomar una decisión como ésta pero de ninguna forma, sospecho, será algo colectivo.
Algunos de mis cercanos y otros no tan cercanos ya empezaron a invitarme a no actuar con miedo, a argumentar que nos jugamos la vida del país y que reconstruirlo económicamente es más fácil que hacerlo desde su dignidad. También me han dicho que los votos blancos y viciados ayudan a uno u otro candidato o que guardar silencio en estas circunstancias me hace cómplice ya sea del regreso de una dictadura o del desastre del país.
Estos comentarios confirman un supuesto: el escenario político pareciera estar marcado por un tufillo moral. Como para evitar hablar de las propuestas y planes de gobierno –los mismos que parecen tan versátiles y camaleónicos-, optamos por verlo desde nuestra moral. Nos ahorramos la lectura y la información y hacemos lo que más y mejor sabemos hacer: juzgar.
El asunto aquí es que mientras los que, convencidos o no, optan por Ollanta Humala y señalan que Keiko Fujimori es el retorno a lo más oscuro de nuestro pasado, la vuelta de la corrupción, el abuso de los derechos humanos y la instalación del autoritarismo; parecieran desconocer los vínculos de Humala con Hugo Chávez y su ejercicio dictatorial del gobierno, o del caso Madre Mía y Andahuaylazo, o del doble discurso plan de gobierno-hoja de ruta.
(Quienes todavía tienen dudas no encontrarán propuestas sino que favorecerán el miedo: el miedo a perder lo que ya tienes o el miedo a coludir con el autoritarismo y la corrupción. Lo peor de todo es que tengo la sensación que algunos movimientos muy respetables que promueven la conciencia por los derechos humanos o que nos recuerdan nuestro pasado parecen teñirse o inclinarse por alguna de estas opciones. Aunque esto es válido me parece preocupante que lo hagan tras un discurso que trasciende lo político o que no termina más que insinuando una respuesta: No a Keiko o No a Ollanta… ¿y sí a quién o qué? Y si recurrimos a los diarios… es peor)
O, como también lo han planteado: con Fujimori hay certezas, con Humala sospechas.
Un colega, con varios años más de experiencia, respondería diciendo que las personas tenemos la ilusión de poder evaluar riesgo al futuro cuando realmente somos muy malos e incluso no estamos diseñados para ello. Piense Ud. en donde estará a esta misma hora el día de mañana, la próxima semana, el próximo mes y el próximo año. Ahora inténtelo dentro de 5 y 10 años.
Acerquémonos al futuro de otra manera: ¿Cómo enseñaremos a nuestros hijos sobre nuestra historia y sobre nuestra democracia después de las elecciones del 2011 en donde elegimos entre la hija de un dictador que reivindica a su padre y, por lo menos, un autor intelectual de un movimiento golpista? ¿Cómo les explicarás los resultados a tus propios hijos el 6 de junio?
(Mi respuesta será: no fui un héroe de la democracia ni tampoco actué por miedo. Yo no me sentí identificado ni por uno ni por el otro porque ambos me parecían terribles opciones.)

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No te diré por quién votar

No te diré por quién votar
Aunque me resisto a las discusiones políticas, a veces me encuentro en medio de una de ellas. Hace poco mis compañeros del colegio empezaron una. Al inicio participé porque me pareció interesante pero luego se hizo tediosa y aburrida: en su mayoría los argumentos se centraban en la conexión de Humala con Chávez, en su carácter autoritario y populista o en los atropellos en cuestión de derechos humanos del gobierno de Fujimori, la corrupción que rodea a su hija y en la antipatía que genera su familia. Entre mis contactos en el Facebook pasa algo parecido. Cada cierto tiempo alguien comparte una noticia, generalmente proveniente de alguno de los medios abiertamente parcializados.
Yo no voy a decirte por quién votar. Ni siquiera a insinuarlo. No tengo ni las ganas ni el interés para hacerlo. Menos aún la claridad. Estoy lleno de dudas, inquietudes y temores. Soy parte de esa minoría que no votó por uno de ellos en segunda vuelta y que ahora se encuentra parado frente a una elección que no quisiera hacer.
Pero tampoco voy a decirte por quién votar porque no encuentro motivos para hacerlo, porque indago e indago, converso y discuto con amigos y compañeros que a diario cuelgan esos comentarios en el Facebook o que inician discusiones por correo pero que no son capaces de argumentar con solvencia y claridad sobre sus candidatos.
Porque cuando pregunto porque votar por Humala me hablan de Fujimori y viceversa, como si la estrategia fuese escoge el menos malo. Aunque ellos mismos dicen que no quisieran verse así. Con esto no se habla de lo que verdaderamente es importante: las propuestas.
Porque cuando recurro a las propuestas no sé qué pensar. Porque uno la cambia a su conveniencia, evidenciando su oportunismo. Porque el plan de la otra es materia conocida: populismo y asistencialismo que no ayuda a que el Perú crezca.
Porque cuando recurro a los periodistas se pintan de rojo o naranja creyendo que se trata de una gran diferencia cuando en realidad uno es un matiz del otro. Creyendo que juegan a la imparcialidad cuando en realidad es obvio su apoyo.
Porque eso de imparcialidad, de elección pensada y razonada es una tremenda falacia, una arrogancia intelectual. Quienes no pueden votar por Fujimori ahora se disfrazan de moralistas, de defensores de los derechos humanos y parecen olvidar que Humala también tuvo un juicio –Madre Mía- y debería tener otro –Andahuaylazo; mientras quienes no pueden votar por Humala lo hacen movidos por el fantasma del autoritarismo cuando un gobierno como el de Fujimori fue una dictadura en todo el sentido de la palabra.
Finalmente, porque creo que el miedo no debería gobernarnos pero ambos inspiran eso. Uno por su tono autoritario, su doble discurso, su disfuerzo. El otro porque representa y está rodeado de lo peor que le ha podido pasar al país en los últimos 20 años.
Que a ti no te atrape el miedo.

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Lo que estas elecciones nos dejan (II): nos cagamos de miedo

Ya pasaron varios días desde que se anunció que Ollanta Humala y Keiko Fujimori eran los candidatos que disputarían en segunda vuelta el sillón presidencial, lo que generó el pavor del 47% del electorado que no voto por alguno de estos candidatos.
Este miedo es claro y se ha manifestado de diversas formas: durante la semana siguiente la Bolsa de Valores de Lima mostró un importante descenso en sus indicadores bursátiles lo que nos llevó a pensar en una suerte de pánico financiero mientras que Vargas Llosa, al referirse al panorama electoral, dijo que el Perú se debatía entre el milagro y el desastre. Casi una sentencia apocalíptica.
Pero este miedo, dentro de la lectura que hicimos la semana pasada, se remonta mucho tiempo atrás incluso antes del inicio de la campaña y nos recuerda que solo se teme lo desconocido.
Y en este país pareciera que todos nos desconocemos.
(Es curioso pero en una reciente clase que asistía donde se discutía acerca los planteamientos de Bion sobre el funcionamiento grupal se intentó hacer una reflexión de estos aportes a nuestro contexto pero tal fue la dificultad de concebirnos/imaginarnos como un grupo que fue necesario apuntar a la discusión de si podemos ser o no un grupo)
No pasó mucho tiempo y en alguna de las redes sociales incluso se planteó la absurda posibilidad de promover un voto blanco/viciado para forzar la anulación de estas elecciones. Una suerte de, como diría un buen amigo, “llevarse la pelota”. Desconocer la realidad –que solo Ollanta Humala reúna el 33% necesario para hacer válida estas elecciones- y refugiarse en esta fantasía ronda con lo psicótico.
Tampoco debiera sorprendernos si es que la campaña empieza a explotar ese factor, como efectivamente parece ir sucediendo con las propuestas de Humala para el manejo de los fondos de pensiones y con el regreso de la dictadura por parte del entorno de Fujimori. Para bien o para mal pareciera que los candidatos han empezado a darse cuenta que de ese pie pueden cojear frente a ese 22% de electores que, en este nuevo escenario, todavía no deciden su voto o prefieren viciarlo. De hecho, tanto Ollanta como Keiko han retomado sus campañas con visitas a los 3 candidatos de derecha y mostrándose más de centro que de izquierda o derecha.
De ellos 3 me referiré en otra ocasión.

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Toledo también va a pie

Mucho antes de que me volvieran a invitar a escribir en este blog, mucho antes que comenzarán a aparecer las encuestas que lo ubican en un sólido primer lugar, mucho antes de los debates presidenciales; una tarde me topé con Alejandro Toledo.

Andaba ojeando libros en Dasso cuando, ya bastante aburrido, decidí salir a caminar. Casi de inmediato, porque personajes como éste se ven de inmediato, apareció Alejandro Toledo. Detrás iba su séquito. Unas 5 ó 6 personas.
Si tuviese mayor interés en la política hubiese sabido con quienes iba. Al único que pude reconocer fue a Carlos Bruce. Los demás seguirán siendo anónimos.
¡Qué curioso personaje es Toledo! Ni una cámara a la vista pero él caminaba como lo he visto caminar en medio de su campaña política: como si saludase a miles de simpatizantes imaginarios que corean su nombre, que le darán su voto y una nueva oportunidad de gobernar durante 5 años (¡5 años!). Debió sentirse muy pero muy reconfortado cuando un trabajador le pasó la voz. Su mano alzada, su risa de oreja a oreja, su cabeza inclinada y yo imaginándolo decir que esta vez sí vamos a poner al Perú a trabajar y no solo a Luis Toledo (inculpado en un delito de peculado por el uso de vehículos oficiales para actividades personales), o a Pedro Toledo (denunciado por tráfico de influencias a favor de Telecomunicaciones Hemisféricas SAC), o a Margarita Toledo (procesada por el caso de firmas falsas), o a Miguel Toledo (¡acusado de violación!), o a finalmente Fernando Mánrique (a) Filete (denunciado por tráfico de medicinas y ropa donada).
Repito: ¡Que curioso personaje es Toledo! Dice una cosa y luego se retracta. Estuvo a favor de la unión civil homosexual, de la despenalización del consumo de drogas y del aborto terapéutico pero luego, en RPP dijo que jamás había dicho eso. Toledo quizá cree que las palabras se las lleva el viento, que no existen grabadoras, que olvidamos con rapidez (esto último puede ser), que somos tan tontos que no sabemos que lo que los políticos dicen ahora es lo que el asesor le dice que diga y si es necesario desdecirlo así se hace. Hace tiempo que las posturas claras y sólidas quedaron atrás… al menos en él.
Pero Toledo seguirá caminando saludando a todos, bañándose en la embriagante popularidad de los aplausos, de los veranos en Punta Sal y en los vasos de whisky.
¡Qué curioso es Toledo… pero más curioso es el Perú!

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Elecciones, grandes y chiquitas

Hace varias semanas una amiga posteó en su cuenta de Facebook que le llamaba la atención que cierta persona ligada a la política se refiriera a Alberto Fujimori como “Presidente Fujimori”. A modo de respuesta le comenté que ésta era una práctica más común de lo que ella creía. En diversos medios podemos ver a políticos, periodistas y ciudadanos de a pie haciendo esa misma referencia.
A raíz de las elecciones presidenciales, lo mismo se ha empezado a hacer con Alejandro Toledo. Aunque con este último sospecho que responde más a una estrategia de marketing político.
Con Fujimori ocurre algo distinto y se me ocurre que algo puede decir de nosotros.

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