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La semana tiene siete mujeres

¿Basta una buena historia para tener una buena novela? Quien leyera La semana tiene siete mujeres diría que no. Al menos yo diría eso.

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Y es que en esta novela, que posee el galardón de haber sido finalista del Premio Planeta – Casamérica (¿?), posee una historia bastante interesante aun cuando cae en un lugar común de la literatura nacional: el juego del rico y el pobre, del de arriba con el de abajo, del provinciano con el limeño. Esa simplicidad que llevó a Freud a hablar del narcisismo de las pequeñas diferencias.

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Maldita ternura

“Basado en hechos reales” es la etiqueta con la que se espera enganchar al lector o al espectador aun antes del inicio de la historia. El efecto, a mi parecer, es la intensificar la sensibilidad que el autor espera conseguir a partir de un redireccionamiento de la ficción de lo verosímil hacia lo real. En un drama, como en “Lo imposible”, el espectador está invitado no sólo a recordar las noticias sobre el terrible tsunami que asoló Sumatra en el 2004 sino que se apela a intensificar la empatía hacia esa familia que logró reunirse pese al desastre.

Al mismo tiempo, esa advertencia revela algo: la historia, al margen de la genialidad del director o del escritor, ya estaba ahí y ha sufrido algunas transformaciones hasta llegar a usted. La intención del autor podría ser la de comunicar aquella vivencia porque posee la carga suficiente de dramatismo y (anti)heroicidad que se espera.

En el prólogo de la segunda edición de Maldita Ternura, Beto Ortiz nos recuerda (o advierte) que lo que vamos a leer está basado en un momento complicado de su vida: las acusaciones de pederastia que se le imputaron a finales de los 90s. En un plano alejado de la literatura y para quien siguió esas noticias, podría coincidir conmigo en que éstas estuvieron marcadas por el manejo de una maquinaria periodística al servicio de una dictadura y especializada en destruir –con y sin razón- a quien haya sido designado desde el entorno fujimontesinista.

El mérito de Ortiz es escribir su versión, su intento de exorcizar sus demonios, con la sinvergüencería que lo caracteriza, esbozando a su personaje como un ser arrastrado por el amor e incapaz de hacer daño, incluso en desventaja frente a la malicia y viveza del resto de personajes. Es, por así decirlo, una defensa legal ficcional. Como en la escena inicial de la novela, el personaje de Ortiz es un (¿inocente?) palomilla (sexual) de ventana.

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El príncipe de los caimanes

El príncipe de los caimanes

En mi experiencia de lector, una buena novela debe equilibrar acción y reflexión. Déjenme ejemplificar mi punto con El príncipe de los caimanes.

La acción gira en torno a una o dos historias. La conjunción se presta para una observación: el autor logra articular una historia en, y aquí tomó la nota de la contraportada, dos momentos extremos del siglo XX. Por un lado Sebastián es un joven aventurero se interna en la selva sudamericana, al otro Miguel, su bisnieto hace todos sus esfuerzos por huir de ella. Ambas contadas con maestría, buen manejo del ritmo y recreando un escenario narrativo pocas veces explorado con éxito en la literatura peruana: la selva.

(Y aquí estoy tentado de hablar del lugar de la selva en el imaginario artístico, cultural, político, social e histórico de los peruanos. Pero que quede como una mención y una promesa para un post futuro.)

Además Roncagliolo da muestras de ser un investigador que ha puesto sus conocimientos al servicio de su historia. Caracteriza muy bien las tribus y sus costumbres, emplea el habla de la selva sin que esto sea una interferencia sino apelando a la pragmática pero sobre todo aborda dos temáticas álgidas: la explotación del caucho y el tráfico de drogas.

Este es precisamente el punto a partir del cual se incorpora la reflexión ya que ambos personajes no solo huyen y sobreviven sino que también reflexionan en torno a lo vivido y nos llevan a reflexionar a nosotros mismos como lector.

La explotación del caucho referida en este libro hace referencia, según algunos historiadores, a las masacres de la Casa Arana pero al mismo tiempo, nos lleva a pensar cuanto ha cambiado dicho escenario en la actualidad. Roncagliolo, que además tiene otros libros donde hace una revisión de lo histórico, pareciera hacer un llamado a la cosificación del hombre en pos de los principios de la economía.

Las aventuras de Miguel ocurren en el abandono y la precariedad, en la amenaza del tráfico de drogas y la ausencia de la ley y el estado. Miguel lucha por sobrevivir, se arrima a su compañero de viaje y aferrado al único recuerdo de su padre en busca de un mejor lugar, huyendo de su pasado, cargando su fragilidad y su dureza.

El príncipe de los caimanes es una obra altamente recomendable no sólo por lo que está escrita en ella sino por las posibilidades de reflexión que nos abre.

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Los detectives salvajes

Con más de 500, casi 600 hojas, Los detectives salvajes es una de esas obras que requieren paciencia y constancia para disfrutarla. Es, si cabe el término, un libro para un lector maduro, curtido por otros tantos libros que no se develan con facilidad, que guardan lo mejor casi siempre para el final. Entonces, un lector maduro podrá descifrar con rapidez las similitudes con el Rayuela de Cortázar y los recursos borgianos que evidencian sus personajes. Quizá piense, casi de inmediato, que es una suerte homenaje y en ese punto podría sentir una ligera desazón. En este punto habrá quienes encuentren ese homenaje como un mérito de la novela porque, seamos sinceros, Rayuela sigue siendo un libro de culto. Pero desde mi perspectiva, en la medida que Bolaño acerca su novela a la obra de Cortázar pierde más de lo que gana. Y aquí me permito un paréntesis. Rayuela es una novela que en lo personal no despertó la pasión que he visto en otros lectores. Sin embargo, debo confesar que Cortázar hace uso de una técnica narrativa impecable y sus personajes alcanzan un nivel de complejidad francamente insospechado. Hoy por hoy, la influencia que puede ejercer esta novela y su escritor en otros autores, como es el caso, es fácilmente rastreable. Los detectives salvajes es uno de esos casos.

 

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La tejedora de sombras

El 2012 fue el año del psicoanálisis. Corrección. El 2012 fue el año del psicoanálisis junguiano. En Un método peligroso, que para ser exactos se estrenó el año anterior pero que para estas latitudes recién se hizo conocido este año, Cronenberg nos presenta a un Jung en plena construcción de su propia teoría sobre la naturaleza humana; aquella que lo llevó a divorciarse definitivamente de su maestro Freud. En cambio en La tejedora de sombras Jung ya es una figura respetable, una eminencia en torno a la cual danza Christiana Morgan.
Este detalle no es insignificante. Que La tejedora de sombras se ambiente en plena ebullición del psicoanálisis junguiano le permite a Volpi transformar un triángulo amoroso en un esbozo de la psique humana desde la versión más compleja: la femenina. Esa es precisamente su mayor fortaleza pero también su perdición.
He aquí el porqué.
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Un fragmento de mi lectura

De “Diario educar. Tribulaciones de un maestro desarmado” de Constantino Carvallo.

“Hemos visto el conmovedor filme de Bergman Fresas Salvajes. Yo no creo en las edades del ser humano ni en las teorías sobre la evolución lineal de su vida. Ni siquiera infancia, juventud, vejez son etapas que suceden una tras la otra. Podemos ser niños o viejos a cualquier edad. Tolstoi tiene una división más interesante pero también en secuencia. Para él hay tres fases: en la primera se vive para las pasiones, la comida, la bebida, la diversión, etc. Así hasta los 30. Después comienza el interés por los seres humanos, por el bien de la humanidad, por entregar una obra. Finalmente, a partir de los 60, ni las pasiones ni los seres humanos, ni siquiera uno mismo, interesan más. Se busca a Dios, la espiritualidad. ¿No podemos acaso en un mismo día atravesar edades diferentes? ¿Soy yo demasiado voluble? Por la mañana entusiasmado, pasional. Al mediodía, un niño, angustiado, irresponsable. Al anochecer busco el absoluto.”

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La cifra (y Borges)

Aunque en el prólogo y luego en una nota final Borges intenta facilitar la lectura de La cifra, lo cierto, al menos en mi experiencia personal, es que acercarse a este libro como si fuese un poemario tradicional sería un grave error. Y es que, como lo señala el autor, La cifra está lejos estar marcada por “la cadencia mágica, la curiosa metáfora, la interjección, sabiamente gobernada o de largo aliento”. Ahí encontramos largas enumeraciones, referencias personales y hasta esbozos filosóficos. Es lo que el mismo Borges llama poesía intelectual.

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