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#Larecetadeayer

Creo que es bastante pertinente pensar en el cocinar como una suerte de alquimia. Todos hemos probado la mayonesa, conocemos el sabor de la sal y la pimienta así como el fuerte sabor del ajo. Ni que decir del pollo que debe ser la carne blanca más consumida en nuestro país.
Pero en diversas proporciones y bajo la magia de un buen horno puede surgir nuevos sabores. Aquí la receta de ayer.
En un bol mezclar mayonesa, sal, pimienta negra -de preferencia recién molida porque su sabor es más intenso y natural. Añadir queso parmesano. La receta sugiere ajo en polvo pero aquí cabe espacio para hacer de una receta cualquiera algo personal. Pienso que la paprika, para quienes busquen un picante exótico al paladar limeño, o el perejil picado con maestría, para quien quiera recurrir a un sabor más cercano a nosotros, pueden ser buenos complementos. Otras especies podrían entrar en esta magia. Es tu elección.
Yo me tomé algunas. La receta sugiere servir con arroz blanco. Yo en cambio lo serví en un pan crocante, calentado en el horno para tener la sensación de haber sido recién hecho. Además, la receta pide engrasar un molde y nada más. Yo lo hice con aceite de oliva y añadí una cama de champiñones.
Después de cubrir las pechugas de pollo en la salsa de mayonesa, hay que acostar las pechugas en el molde y meterlas en el horno a 190° por 45 minutos. La paciencia es un requisito en la cocina.
A los 10 minutos ya se puede oler la magia. A los 30 sugiero darle una mirada al horno. Si la dosis de parmesano es ideal, y si has tenido la idea de añadir una generosa dosis hasta formar una capa superior, podrás esperar una corteza crujiente y deliciosa.
Unas rodajas de tomate para complementar el sánguche y un café recién hecho fue mi cierre.
No presento fotos porque no me alcanza la maldad.
Buen viernes!

El apego en el aula: Relación entre las primeras experiencias infantiles, el bienestar emocional y el rendimiento escolar.

Heather Geddes

Apego

Apego

He terminado de leer este libro y es necesario recomendarlo a todo docente que quiera ampliar su comprensión sobre lo que ocurre en su quehacer diario, incorporando los aportes desde la teoría del apego planteada por Mary Ainsworth y el triángulo del aprendizaje como modelo que integra las relaciones entre el docente, el alumnado y la tarea.

La primera parte de este libro permitirá al docente ver el comportamiento de sus alumnos como un mensaje en el que muchas veces el emisor no sabe ni tiene consciencia de lo que transmite. Frente a este panorama, es el adulto quien debe servir no solo de intérprete sino también de mediador entre el alumno y otros actores de la escena educativa. En este sentido, la forma particular en la que el alumno se vincula con la tarea y con su maestro es el comportamiento cargado de un mensaje impreso a partir de experiencias tempranas de apego.

La autora, Heather Geddes, realiza una acertada presentación de la teoría del apego a partir del trabajo de John Bowlby y enfatiza conceptos fundamentales tales como la base segura entendida como punto de partida de la exploración del entorno, la conducta de apego como una búsqueda de proximidad hacia la figura de cuidado que permita al bebé sentirse seguro y en confianza, la reacción empática de parte de dicha figura y los modelos de funcionamiento interno entendidos como el efecto de experiencias cálidas y cercanas en las relaciones tempranas. Además, presenta los hallazgos que el trabajo de Ainsworth y Wittig obtuvieron a partir de la situación extraña.

A continuación la autora profundiza en la forma como las relaciones que el estudiante establece con su docente y con la tarea afecta el proceso de (enseñanza-)aprendizaje. Se propone el modelo del triángulo de aprendizaje para evidenciar la interacción entre cada uno de los elementos así como sus posibilidades de interrupción. Se acompaña la presentación teórica con viñetas.

En la segunda parte del libro, la autora profundiza su presentación en torno a los vínculos entre los diversos tipos de apego, su manifestación dentro del ámbito escolar y el impacto en los procesos de aprendizaje. En cada situación se caracteriza el comportamiento del estudiante, se identifican sus amenazas y debilidades y se ofrecen algunas ideas claves para el abordaje de cada situación. Esta sección también está acompañada de viñetas a partir de las cuales quienes trabajen en contextos educativos podrán reconocer situaciones cercanas a su práctica profesional.

Finalmente, se indaga en torno a la concepción de la escuela como base segura no sólo para los alumnos sino también para los docentes. En este sentido, Geddes se alinea con los autores que identifican la escuela como un espacio de salud mental pero además abarca y dedica una sección especial para centrarse en los docentes. Esta autora señala que una de las principales fuentes de estrés es la impotencia frente a las dificultades en el abordaje de los problemas de comportamiento de sus alumnos. Frente a ello existe el trabajo grupal orientado en la reflexión del quehacer docente bajo una serie de condiciones o encuadre que permitiría el trabajo en un contexto educativo. En este capítulo, la autora da algunas referencias de otros autores y experiencias que valen la pena revisar.

La semana tiene siete mujeres

¿Basta una buena historia para tener una buena novela? Quien leyera La semana tiene siete mujeres diría que no. Al menos yo diría eso.

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Y es que en esta novela, que posee el galardón de haber sido finalista del Premio Planeta – Casamérica (¿?), posee una historia bastante interesante aun cuando cae en un lugar común de la literatura nacional: el juego del rico y el pobre, del de arriba con el de abajo, del provinciano con el limeño. Esa simplicidad que llevó a Freud a hablar del narcisismo de las pequeñas diferencias.

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El príncipe de los caimanes

El príncipe de los caimanes

En mi experiencia de lector, una buena novela debe equilibrar acción y reflexión. Déjenme ejemplificar mi punto con El príncipe de los caimanes.

La acción gira en torno a una o dos historias. La conjunción se presta para una observación: el autor logra articular una historia en, y aquí tomó la nota de la contraportada, dos momentos extremos del siglo XX. Por un lado Sebastián es un joven aventurero se interna en la selva sudamericana, al otro Miguel, su bisnieto hace todos sus esfuerzos por huir de ella. Ambas contadas con maestría, buen manejo del ritmo y recreando un escenario narrativo pocas veces explorado con éxito en la literatura peruana: la selva.

(Y aquí estoy tentado de hablar del lugar de la selva en el imaginario artístico, cultural, político, social e histórico de los peruanos. Pero que quede como una mención y una promesa para un post futuro.)

Además Roncagliolo da muestras de ser un investigador que ha puesto sus conocimientos al servicio de su historia. Caracteriza muy bien las tribus y sus costumbres, emplea el habla de la selva sin que esto sea una interferencia sino apelando a la pragmática pero sobre todo aborda dos temáticas álgidas: la explotación del caucho y el tráfico de drogas.

Este es precisamente el punto a partir del cual se incorpora la reflexión ya que ambos personajes no solo huyen y sobreviven sino que también reflexionan en torno a lo vivido y nos llevan a reflexionar a nosotros mismos como lector.

La explotación del caucho referida en este libro hace referencia, según algunos historiadores, a las masacres de la Casa Arana pero al mismo tiempo, nos lleva a pensar cuanto ha cambiado dicho escenario en la actualidad. Roncagliolo, que además tiene otros libros donde hace una revisión de lo histórico, pareciera hacer un llamado a la cosificación del hombre en pos de los principios de la economía.

Las aventuras de Miguel ocurren en el abandono y la precariedad, en la amenaza del tráfico de drogas y la ausencia de la ley y el estado. Miguel lucha por sobrevivir, se arrima a su compañero de viaje y aferrado al único recuerdo de su padre en busca de un mejor lugar, huyendo de su pasado, cargando su fragilidad y su dureza.

El príncipe de los caimanes es una obra altamente recomendable no sólo por lo que está escrita en ella sino por las posibilidades de reflexión que nos abre.

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Los detectives salvajes

Con más de 500, casi 600 hojas, Los detectives salvajes es una de esas obras que requieren paciencia y constancia para disfrutarla. Es, si cabe el término, un libro para un lector maduro, curtido por otros tantos libros que no se develan con facilidad, que guardan lo mejor casi siempre para el final. Entonces, un lector maduro podrá descifrar con rapidez las similitudes con el Rayuela de Cortázar y los recursos borgianos que evidencian sus personajes. Quizá piense, casi de inmediato, que es una suerte homenaje y en ese punto podría sentir una ligera desazón. En este punto habrá quienes encuentren ese homenaje como un mérito de la novela porque, seamos sinceros, Rayuela sigue siendo un libro de culto. Pero desde mi perspectiva, en la medida que Bolaño acerca su novela a la obra de Cortázar pierde más de lo que gana. Y aquí me permito un paréntesis. Rayuela es una novela que en lo personal no despertó la pasión que he visto en otros lectores. Sin embargo, debo confesar que Cortázar hace uso de una técnica narrativa impecable y sus personajes alcanzan un nivel de complejidad francamente insospechado. Hoy por hoy, la influencia que puede ejercer esta novela y su escritor en otros autores, como es el caso, es fácilmente rastreable. Los detectives salvajes es uno de esos casos.

 

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