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Apuntes en torno al malestar en la escena educativa

Hola a todos!
Veo que me he perdido una primera parte de presentación en donde también han ido dando una primera forma a las diversas maneras como el malestar surge en nuestras instituciones. También empezamos a trabajar en torno a una cuestión: el desencuentro entre lo pulsional y la cultura.
En este pensar quisiera traer el malestar que más me ha interesado en la escena pedagógica: “¿Y esto para qué me sirve?”. Esta pregunta, que tantas veces he escuchado en alumnos de colegios y universidades, denuncia el sinsentido del quehacer educativo y demanda reflexionar sobre nuestra práctica pedagógica. Sin embargo, en su interior también hay una amenaza sumamente destructiva al sentido que nosotros, desde el lado de la pedagogía, hemos construido.
Si entendemos la pulsión como el acto sin pensamiento –tal como lo señala María Lemos-, resulta claro que, para construir la cultura, es necesario un espacio donde no solo se encuentre el pensamiento sino que se le de sentido al mismo.
Una forma de entender el surgimiento de este desencuentro nos la brinda un concepto de la Física: la inercia, en este caso entendida como la propiedad de las pulsiones a mantener su estado de movimiento (actuación) o de reposo (estructura). Así la inercia psíquica pudiera ser entendida como una indisposición al cambio (Kowalick, 1999).
Frente a este panorama la escena pedagógica se constituye en el momento en el que se construye la cultura, donde los sentidos ya construidos -valga la redundancia- pueden ser solamente trasmitidos y, dicho sea de paso, pensados. La manera como esta escena se dispone a ser objeto de proyección del malestar, en sus diversas manifestaciones que dependen tanto de la subjetividad como del campo social, nos remite a la imposibilidad de la educación que Perla Zelmanovich menciona y que nos recuerda que, “es sobre la base del reconocimiento de que no todo es posible, donde se abre una posibilidad”.
Saludos,
Jorge Rivas

Pd. Este post surge en torno a algunas reflexiones a partir del diplomado que estoy cursando. » Leer más

Mirando a Fausto jugar…

Me gusta cuando Fausto juega con su mamá. Juegan para casi todo: para comer, para bañarse, para sentarse, para hacer silencio. Juegan siempre con alguna canción que su mamá la inventa en el momento. No le conocía esa faceta.
Ahora, para desayunar, ella le estaba cantando una canción. Fausto tenía en sus manos un juguete con luces y música. En algún momento se le escapó de las manos y cayó al suelo. Cuando lo recogieron e intentaron hacerlo sonar otra vez se dieron cuenta que el juguete estaba roto. Probablemente ya no volvería a sonar.
Yo no sé porqué de pronto sentí pena. Una pena profunda y honda.

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¡Que nadie tome en serio a Nabovok!

(o sobre “Desesperación”, la otra joya)
Desesperacion

Hay muchas razones para leer Desesperación: técnicamente impecable, sólidos personajes, una trama que engancha desde el principio y juegos literarios que permiten que Nabokov se luzca sin ser ostentoso.
Hay una sola razón para no leer Desesperación: es una burla.

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Pensar desde los zapatos

(o un ejemplo que la banalidad sirve para algo)
mis zapatos

Hace un par de meses me compré unos zapatos negros bastante cómodos y para toda ocasión. Los vi, me encantaron –cosa harto difícil- y me los compré. Al inicio los usé casi a diario pero hoy en día si lo uso más de dos veces por semana es algo raro.
Hoy me los he puesto y mientras viajaba en el bus, he recordado porqué me resisto a usarlos. Como son negros, es bastante fácil que se ensucien.
Lo peor de todo es que esto pareciera afectarme tanto que hoy me he sorprendido a mi mismo ideando estrategias para evitar que alguien me ensucie los zapatos. Como mi recorrido es breve suelo ubicarme cerca de las puertas y si alguien subía rápidamente intentaban descubrir en su rostro alguna señal que me permitiera saber si esa persona me iba a pisar o no.
Buscaba en el rostro, la ropa, los ojos, en la manera de subir los escalones, de mirar o de avanzar. Buscaba en todas esas cosas que no tenían relación alguna con la posibilidad de ser pisado. Pero para mí era bastante obvio que si alguien estaba despeinado, con alguna señal de cansancio o con un gesto en el rostro; era peligro potencial.
Solo cuando llegué a mi trabajo me pude dar cuenta de todas esas cosas absurdas que unos zapatos te hacen pensar.
¿Y si pasara lo mismo en un plano social? ¿Y si todos pre-juzgáramos a la gente por lo que viste, por como camina, por como nos impresiona?
No hay que hacer mucho esfuerzo para encontrarse con situaciones como estas. Sin ir muy lejos el Baguazo, ¿No fue una clara muestra de cómo miramos y concebimos a los nativos selváticos? ¿No evidenciamos un total desconocimiento de la cosmovisión de los awajún?
Los prejuicios son una estrategia cognitiva que nos ayudan a economizar recursos para predecir el comportamiento de las personas. Por otro lado, un prejuicio procura ocultar el desconocimiento, la ignorancia. Y bien sabemos, existe en nosotros una fuerte inclinación en controlar, en conocer. Es por ello que nos cuesta tanto poder dejar de lados los prejuicios y abrir un espacio para la incertidumbre.
Conclusión: La ignorancia esta subestimada.

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