La violencia en el espacio de la (sin)razón

“(la educación) es el punto en el cual decidimos si amamos al mundo lo suficiente como para asumir una responsabilidad por él, y de esa manera salvarlo de la ruina inevitable que sobrevendría si no apareciera lo nuevo, lo joven. Y la educación también es donde decidimos si amamos a nuestros niños lo suficiente como para no expulsarlos de nuestro mundo y dejarlos librados a sus propios recursos, ni robarles de las manos la posibilidad de llevar a cabo algo nuevo, algo que nosotros no previmos; si los amamos lo suficiente para prepararlos por adelantado para la tarea de renovar un mundo común” (Hannah Arendt en “La crisis de la educación”)

Algunos apuntes en torno a la crisis de la Educación y el interés como objeto de reflexión psicoanalítica
Cuando en el 2009 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNICESCO) publicó el séptimo informe de seguimiento al programa Educación para Todos (EPT) concluyendo que la educación mundial evidenciaba disparidades inaceptables, dio la señal de alerta de una crisis de la cual ya se venía hablando casi 50 años antes. En nuestro medio, el Tercer Informe sobre el Progreso Educativo (Benavides y Mena, 2010) esbozó a un panorama similar: si bien se reconocieron progresos en materia de rendimiento académico frente a evaluaciones internacionales estandarizadas junto a un aumento en la cobertura en los niveles inicial y secundario, se reportaron escasos avances en temas de equidad y descentralización educativa. Pero la descripción de este escenario, que responde más a un enfoque político y económico, pierde de vista lo que ocurre al interior de las escuelas.
Así, la reciente promulgación de la Ley Antibullying, los sucesos registrados en el Colegio Nacional de Vitarte y los diversos casos de violencia escolar como el ocurrido en el Colegio Melitón Carbajal , sugieren un desborde pulsional que tiene lugar paradójicamente en un espacio cuya práctica debiera estar orientada a generar subjetividades que se hagan cargo del proyecto sociocultural de cada sociedad (Ramírez, 2008). Pero esta reflexión en torno a la práctica educativa es reciente. De hecho, las voces que procuran invitar a replantear la función docente, dejando de lado el rol meramente transmisor de la información hacia uno que procure facilitar procesos y pensamientos (Palladino, 2006), han evidenciado otro aspecto de la crisis educativa: el del desencuentro entre escuela y sociedad.
Este desencuentro sería la inevitable conclusión del encapsulamiento de la forma educativa frente a lo que algunos teóricos de la cultura han señalado como la superación de la modernidad (Ruiz, 2009). Dicho de otra forma, las condiciones en las que niños, adolescentes y jóvenes conviven son propias de una revolución cultural y tecnológica que contextualiza sus vidas a través de nuevas formas de construir vínculos, de estructurar familias y de construir discursos de poder (Aguaded, 2010). En la medida que las prácticas educativas se construyeron en base al discurso moderno hicieron énfasis en el saber, la norma y la autoridad; oponiéndose a la propuesta de la condición postmoderna que coloca las construcciones o relatos personales por encima de los discursos totalizadores .
Otro aspecto que develaría el desborde pulsional en los espacios educativos sería el grado de indefensión en el que se encuentran los maestros frente a estas situaciones. Al respecto, León Trahtemberg (Novella y Roca, 2008) señala que la formación pedagógica y didáctica pareciera haberse agotado frente a los temas escolares, siendo necesario incorporar la vida emocional de alumnos, maestros, directores y padres de familia. De igual forma Daniel Dreiffus (2010) señala que los agentes educadores parecieran encontrarse desconcertados frente a una niñez y una adolescencia que no responden a las propuestas adultas como solía ocurrir en generaciones anteriores. Una excelente viñeta cultural nos la da la banda británica Pink Floyd en “Another brick in the wall”.
Si las escuelas no logran contener la agresividad de los niños y adolescentes, es esperable que éstas encuentren espacios de manifestación en otros ambientes de la sociedad. Así, junto con las recientes noticias de casos de violencia escolar aparecen fenómenos vinculados a pandillaje, robos y consumos de drogas. Dicho de otro modo, lo que empezó siendo una crisis circunscrita al ámbito educativo deviene en manifestaciones sociales de alto impacto económico y político. Al respecto, diversas investigaciones han señalado que existe una alta probabilidad que niños que hayan crecido en entornos violentos, tiendan a replicar dicho comportamiento en la adultez, colocándose en situación de riesgo frente a los problemas sociales anteriormente mencionados.
Esta relación entre la escuela y la cultura también ha sido observada por el Psicoanálisis. De hecho en la medida en que ambos abordan las vicisitudes de la subjetividad encuentran espacios de interés común que les permite establecer un espacio de diálogo interdisciplinario. Más aún el interés de Freud por la infancia lo llevó a interesarse por lo que ocurría en las escuelas de ahí que, si bien no escribió un texto enfocado en la educación ni constituyó un nutrido cuerpo de ideas sobre el tema, se pueden sistematizar dos aproximaciones al tema. El primer abordaje posee un enfoque clínico y entiende la escuela como un espacio de salud mental en donde las dificultades psíquicas de los adultos pudieran prevenirse evitando errores educativos (Mijolla, 2008). A este periodo responde el ideal del maestro-analista que, como hemos visto, ha sido en cierta medida retomado por los propios educadores. El segundo abordaje parte del reconocimiento del thelos educativo como el espacio de ingreso a la sociedad, es decir, como la instancia donde los niños pasan del funcionamiento infantil centrado en sí mismo hacia uno que observa las pautas de convivencia social. El malestar irreductible, producto de la renuncia a cierto monto pulsional, necesario para el ingreso a la cultura, configura un quehacer imposible . En ambos abordajes se han producido desarrollados enriquecedores que permiten acercarse a la escuela con herramientas que permiten un análisis profundo.
Aunque no es posible saber a ciencia cierta si las escuelas actualmente son más violencias que las de antaño, hoy en día contamos con herramientas conceptuales que nos permiten observan de otra manera lo que ocurre en su interior. Curiosamente los desarrollos a los que se hará mención surgieron en el punto más alto de la fe en la razón, promesa de la modernidad, lo que supondría un abordaje temprano. Esto sugiere que a la par con la reflexión psicoanalítica es necesaria la configuración de un escenario que nos haga sensibles a la violencia, lamentablemente en este caso a un alto costo: la salud mental y física de los actores de este escenario educativo.

El lugar de violencia en la escuela
En La subversión de la subjetividad (2010) se recogen 2 viñetas que pudieran darnos algunas pautas en la reflexión sobre el lugar que la violencia ocupa en la escuela. En la primera de ellas –el caso de un niño que es víctima del bullying de sus compañeros- podemos observar su potencialidad disruptiva de tal forma que puede socavar la propia estructuración psíquica. Al mismo tiempo hace insufrible un espacio que, previo a estos incidentes, era un lugar de desarrollo y placer. En la segunda –el caso de una investigación educacional en un colegio altamente sindicalizado que generó una reacción paranoide-, la violencia se torna parte de la cultura institucional y se transmite como un medio de establecimiento de relaciones de objeto. En ambos casos la violencia se manifiesta en relación a un objeto y su repertorio se despliega en un vínculo.
Precisamente Freud en El malestar de la cultura (1931) había señalado que para ingresar a la cultura era necesario renunciar a cierto monto de carga pulsional, ya sea del tipo erótica o tanática. Sostener la convivencia y la cultura implica mantener esta renuncia. Previamente, en su reflexión en torno al instinto de violencia, Freud había señalado que ésta era una especie de crueldad imaginaria natural y que estaba inscrita en la naturaleza común de los humanos y animales. Además se configuraba como un protector de la vida y de la integridad narcisista del sujeto, muy al margen de cuales sean las consecuencias o eventuales daños a otros objetos. Otros psicoanalistas y estudiosos de la condición humana coinciden en el carácter intrínseco de la violencia, por lo que esperar que la escuela sea un espacio encapsulado a su expresión carece de sentido. Sin embargo, no es el objetivo del presente trabajo sugerir que todo acto violento en el plano escolar debiera entenderse como una manifestación de la naturaleza humana, sino que enfatizar que, en la medida que la escuela implica un espacio de socialización, ésta pueda decirnos algo en torno a la forma como la sociedad contextualiza nuestro vínculos.
Si bien coincidimos con los diversos trabajos que sugieren que niños y adolescentes que provienen de hogares y familias marcadas por la violencia tienden a replicar estos modelos de interacción en otros ambientes, proponemos que existen otros aspectos a considerar. Al respecto Puente (2010) en su trabajo sobre el bullying señala que el perfil psicológico del acosador pudiera presentar modelos de interacción similares en el entorno familiar y que puede ser frecuente que hayan tenido experiencias de abuso físico por abandono y/o emocional. Al mismo tiempo señala que ven la agresión como un modo de conservar su autoimagen positiva y procuran controlar a los otros a través del miedo, mostrándose poco o nada empáticos con la experiencia emocional de los otros. En este sentido, la violencia desnuda cierta dificultad para vincularse saludablemente con el otro y, por ende, sostener la cultura. De la misma manera como el terrorismo utiliza el miedo como estrategia fundamental para atacar el sistema, la violencia en el entorno educativo es una versión cultural del ataque al vínculo.
Pero ¿qué ocurre con los adultos frente a esta problemática? Hemos señalado la indefensión en la que parecen encontrarse y que ha sido identificada por diversos educadores y profesionales. Nos aventuraremos a sugerir que parte de esta indefensión pasa porque contra lo que se puede creer, que la violencia es exclusiva entre pares y estudiantes, e incluso en esa situación, la violencia también alcanza a los adultos ya sea directa o indirectamente.
Los sucesos del Colegio La Victoria de Huancayo , en donde el ataque que se reporta al profesor junto con el argumento que la instancia educativa da para explicar su separación, revelan un ataque directo a la autoridad. Al respecto Laura Kiel y Perla Zelmanovich (2009) refieren que en el conflicto de las exigencias planteadas por la cultura y la renuncia pulsional que ésta implica se ha producido la declinación de la función paterna. Dicho de otro modo el ingreso a la cultura, que constituye el núcleo fundamental de la función paterna, debiera ser acompañado con la inclusión al mundo de las normas sociales que aseguran la convivencia; sin embargo, las nuevas generaciones de niños y adolescente, que se vivencian en diversos aspectos en ventaja frente a los adultos, ha empezado a cuestionar el orden de las cosas y, en algunos casos, a actuar en contra del mismo.
En nuestro medio, que ha transitado por un conflicto armado interno que dejó como secuela un fuerte resquebrajamiento en la percepción de las figuras de autoridad, este rasgo pareciera ser sintomático. Desde los conflictos sociales registrados en diversos lugares del país hasta la delincuencia y la corrupción, los diversos actores sociales cuestionan y atacan las instituciones gubernamentales. Es en este contexto donde se desenvuelven las vidas de cientos y miles de familias y que nos permiten volver a lo ocurrido en el Colegio Nacional de Vitarte, en donde la violencia fue instigada no sólo por los estudiantes sino también por los propios padres.
La respuesta de los docentes frente a esta situación no se hace esperar e incluso se da en países donde los niveles de calidad de vida y el rendimiento académico son superiores a nuestra realidad. Esto nos permite descartar factores socioeconómicos o ligados al desempeño académico para hablar de un aspecto estructural. Así, las noticias de agresiones a alumnos por parte de profesores sugieren que la violencia en el escenario educativo es una dinámica de ida y vuelta. En nuestro medio, algunos de esos sucesos han salido a la luz pública; sin embargo, muchos otros quedan silenciados por la creencia aún vigente de “letra con sangre entra”.

Colofón
Se ha propuesto un acercamiento a la violencia en la escuela a partir de una lectura que revela el desencuentro entre ésta y la sociedad. También se ha señalado que la violencia, inserta en el clima escolar, impregna la forma como maestros, estudiantes y padres de familia se relacionan. De igual forma se ha observado que existirían dos perspectivas para entender este fenómeno: la primera pudiera tomar la violencia como una forma de ataque al vínculo en una versión cultural, la segunda contextualiza los hechos a nuestro entorno marcado por conflictos que involucraron –y lo siguen haciendo aún en nuestros días- a todos los actores sociales.
Por último, y a modo de colofón, se intenta esbozar una integración de los aportes de José Cukier con los desarrollados en el presente trabajo. Dicho autor acuña el término “didactopatogenia” para referirse a aquellos trastornos inducidos en el educando por la personalidad narcisista u obsesiva del educador. Si bien hemos un vínculo entre la violencia y el funcionamiento narcisista en el acosador escolar, es interesante dar una vuelta de tuerca: el educador narcisista se enfrenta a la castración que le significaría el educando, quien a su vez hace énfasis en las diferencias y le exige la renuncia a la omnipotencia. Las defensas que el educador narcisista plantea es la desmentida. El vínculo, ineludible consecuencia en el encuentro de dos subjetividades, surge y crece en estas condiciones: con la mirada –y el reflejo- parcial del educador hacia el educando. Aquí pudiera entenderse otra forma en la que se refuerzan las dificultades para empatizar desde la escuela misma.
Las posibilidades de intervención desde una reflexión psicoanalítica parten precisamente de reconocer aquellos aspectos para los que los maestros no han sido formados. Anna Freud entendió tempranamente esta necesidad e inició un encuentro entre el Psicoanálisis y la Educación, acercando los conocimientos que se iban obteniendo sobre la psique humana a los maestros de su época. En la actualidad, los puentes siguen tendiéndose entre una y otra, permitiéndonos esperar mejores resultados en el futuro cercano.
Referencias bibliográficasAguaded, J. (2010) Nuevos escenarios en los contexto educativos. La sociedad postmoderna, del consumo y la comunicación. Trabajo en imprenta.
Dreiffus, D. y Vélez, O. (2010) El poder de educar. Una mirada al vínculo pedagógico. Lima: UPC
Freud, S. (1931). El malestar en la cultura. En Obras completas. Tomo VIII. Madrid: Biblioteca Nueva
Kiel, L. y Zelmanovich, P. (2009) Una mirada sobre los discursos de la declinación de la autoridad y su incidencia en el malestar educativo. Materiales del Diplomado Psicoanálisis y Prácticas Educativas. FLACSO, Argentina.
Novella, A. y Roca, M. (2008) El crecimiento emocional del niño en la escuela. Editorial Centauro, Perú.
Palladino, E. (2006) Sujetos de la educación. Psicología, cultura y aprendizaje. Buenos Aires: Espacio Editorial
Ramírez, B. (2008) Psicoanálisis y Educación: el vínculo de dos profesiones imposibles. En Ethos Educativo, vol. 43. Madrid: España.

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