Lo que estas elecciones nos dejan (I): estamos fragmentados

Hemos despertado un día después de las elecciones y el mundo, o mejor dicho el Perú, no se ha acabado. Seguimos aquí pero no de la misma manera. Estamos más fragmentados y más lejos de esa enorme tarea pendiente que es conformar una nación porque ha quedado en evidencia la exclusión de millones de peruanos y el aislamiento de otro pequeño grupo.
También ha quedado en evidencia que las noticias del galopante crecimiento económico; el mismo que se sostuvo durante 10 años consecutivos, con índices mayores a los de China y que nos colocó como el país más atractivo para las inversiones extranjeras; no ha sido suficiente. En palabras del ex-candidato Alejandro Toledo: “El país ha mostrado su enojo con el modelo económico”.
Cuando Keiko Fujimori, al final del debate, le señaló a Ollanta Humala que tenían las mismas ideas políticas pero que diferían en los métodos dejó en claro su distanciamiento de las propuestas de Toledo, PPK y Castañeda. Sin ser exactamente una candidata de izquierda, Fujimori evidenció su corte populista, el mismo que le permitió a su padre gobernar con el apoyo de los sectores menos favorecidos durante tantos años –al margen de la violencia del conflicto armado interno que los golpeó de manera directa– y el mismo que hoy le permite a su hija tentar la presidencia y a su hermano asegurarse el primer lugar en el nuevo congreso. Solo por apellidarse Fujimori.
Así que, de manera burda, podemos considerar que el 53% de electores que reúnen Humala y Fujimori apuestan y arriesgan por un cambio de sistema. ¿Tiene esto sentido? Parece que sí. Tanto el gobierno de Alejandro Toledo como el de Alán García orientaron sus esfuerzos a la consolidación del Perú empresarial. Digámoslo de otra manera: pusieron la macroeconomía por encima de la microeconomía, prefirieron el goteo a una distribución equitativa de la riqueza o, en criollo, se olvidaron de los que menos tienen. Aunque Toledo en campaña se excusó diciendo que no contaba con los recursos con los que cuenta el actual gobierno, lo cierto es que el matiz parrandero e irresponsable de su gestión junto con el surgimiento de importantes conflictos sociales –desde las protestas antiprivatización en Arequipa hasta la incómoda visita de George Bush– parecieron haber impreso en los votantes la idea que Toledo antes que un “Cholo Sagrado” era un empresario más. Por otro lado, el pedante gobierno de Alán García marcado por la corrupción partidaria, evidenció la fragmentación implícita en el modelo económico con la distinción de los ciudadanos de segunda categoría.
Ver el pase de Fujimori y Humala a segunda vuelta como una reacción de resentimiento, odio o ignorancia es desconocer los años de olvido y aislamiento en el que ha vivido ese 53%. Eso sugiere que todavía existe un importante grupo de compatriotas que considera que Lima la es el Perú (de la misma manera como creen que Cuzco, Arequipa, Trujillo o demás son sus Plazas de Armas). Estas personas parecieran vivir con una reja más grande y más pesada que aquella que separó el distrito de Ate y La Molina.
Pero otro factor importante es el porcentaje de electorado joven, algo de lo cual ya habló Farid Kahhat en el semanario dominical de El Comercio. Para resumir su columna el electorado joven suele mostrarse más dispuesto a tomar riesgos políticos como en nuestro caso o generar intensas revoluciones como ocurre en los países del Medio Oriente. Pero en nuestro caso, este electorado está inserto en contextos de pobreza y extrema pobreza en donde sus deseos de progreso se topan con el desempleo. Nuevamente, el goteo no alcanza a todos.
Evidentemente hay una lógica en estos resultados. Una lógica que quizá disguste pero lógica al fin y al cabo. Todavía no he pasado revista a las declaraciones de Vargas Llosa que, a mi particular modo de ver, recoge el sentir de los sectores más conservadores del país. Comparar a los dos candidatos con el cáncer y el SIDA y luego describir el escenario electoral como el camino del suicidio o el milagro habla de la desesperación de una parte de la clase política del país que ni en su propia coincidencia –libre mercado, políticas macroeconómicas y demás- encontró representatividad.
No es ignorancia, ni resentimiento ni odio. Nada de eso. Es una denuncia y hay que aprender de eso.

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