Segundo, por confidencialidad y para evitar las acciones de represalia guardaré las identidades de los personajes de este post en reserva.
Ahí va.
Como íbamos a salir le pedí que no temiera, que entrara y cerrara la puerta. Para mí la broma ya había acabado. Escuchamos otro ruido, completamente distinto (un caño abrirse). R apuró el paso hacia la puerta.
Mientras me cambiaba pensaba en si R supiera lo que generaba el ruido quizá no sintiera tanto miedo. Le pedí que entrara nuevamente y le dije que mirara hacia el comedor y que me diga lo que veía.
R dijo que veía el cuarto de mis papás. Nada más, le pregunté. R dijo que la ventana estaba abierta… y que (¡eureka!) el viento podía mover la silla que atrancaba la puerta. Misterio resuelto.
Más tarde mientras cenábamos R me preguntó si de verdad había sido la silla.
No deja de ser interesante observar como el miedo es una emoción que fácilmente tiende a la mayor intensidad: uno empieza a percibir todos los estímulos como atemorizantes. Cuando se ven figuras moverse en una casa a oscuras se temen fantasmas y si ladra un perro se sale disparado. Todo juego a favor del miedo.
Por otro lado, las explicaciones lógicas parecieran no bastar. El miedo anula la capacidad de pensar. Más allá de la razón, el miedo tiene su propia dinámica.
Cerraré este post comentando que esta noche tuve una pesadilla. Estaba en la playa con R y a lo lejos vimos una ola inmensa acercarse. Empezamos a correr pero yo sabía que no tendríamos el tiempo para salvarnos. Me desperté.
Diría que alguien me proyectó su miedo pero eso es tarea de mi terapeuta.