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TERESA BURGA. Informes. Esquemas. Intervalos. 17.9.10.

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Esta exhibición antológica resitúa la presencia decisiva –tanto por su audacia experimental como por su lucidez– de una trayectoria que ha resultado un caso marginal e inexplorado para la historia del arte peruano contemporáneo. La obra y proyectos de Teresa Burga (Iquitos, 1935) aquí desplegados no se proponen simplemente ampliar los referentes de una narrativa ya consolidada, sino sacudir los criterios a través de los cuales –a falta de un debate e investigación continuos, coludido con una empobrecida recepción– se ha construido un consenso más o menos homogéneo sobre lo que el circuito local de las artes visuales pondera. Frente a esa historia esta exhibición marca un recorrido disidente, y pretende ser menos una contribución que la puesta en evidencia de un permanente conflicto.

Es desde aquella discontinuidad que su obra comienza hoy a sostener un enrarecido diálogo con experiencias del arte más reciente. Esta producción se caracteriza por una enérgica disolución del objeto (artístico): una erosión y señalamiento crítico de sus soportes materiales, pero así también sociales. No es difícil leer tras los desencuentros y silencios alrededor de su trabajo las rupturas e ilusiones desplazadas del anhelo desarrollista a mediados de los 60, las posteriores contradicciones de la promesa revolucionaria, así como las diásporas en el escenario de violencias extremas de los 80. Para éstos últimos contextos, las tentativas de Burga serían poco menos que compresibles. Pese a ello, la ostensible vitalidad revelada (muchas de sus obras son aquí por primera vez exhibidas) nos introduce a uno de los más intensos itinerarios en el reverso de la historia.

Obra que desaparece

Egresada de la Universidad Católica en 1964, su trabajo recorre el campo de la pintura y el grabado en la primera mitad de los 60. Su serie de linóleos Lima imaginada (1965) ofrece representaciones urbanas realizadas a partir de imágenes guardadas en la mente, suprimiendo con ello el protagonismo del referente concreto. Poco después, Burga participa de las transformaciones renovadoras en la plástica y la consolidación de tendencias de vanguardia a través del Grupo Arte Nuevo (1966-1967). Tras una ausencia de dos años a fines de esa década, la artista regresa a Lima luego de sus estudios en el School of the Art Institut de Chicago. Desde entonces incorpora procesos experimentales y nuevas estrategias creativas: el uso de tecnologías de la información, registros científicos y un claro interés en trabajar con ‘conceptos’. Su trabajo deviene muchas veces en reportes, descripciones y esquemas que documentan acciones o propuestas a realizar, utilizando la estadística para releer el entorno. Y en otros casos, traduciendo la realidad y el lenguaje a diferentes códigos, cuantificando y problematizando una existencia que suponemos concreta y que Burga ausculta con cierta obstinación, ya se trate de su propio cuerpo, un poema, una comunidad definida o un segmento concreto del espacio urbano.

Escasas serán, sin embargo, las posibilidades de mostrar su experimentalismo más enérgico. Serían tan solo dos sus apariciones públicas en el contexto artístico limeño de los 70: Autorretrato. Estructura-Informe 9.6.72 (1972), y 4 mensajes (1974), ambas exhibidas en la salas del ICPNA. En aquel reformismo militar su propuesta será una afrenta prácticamente sin interlocución. Burga emprende, no obstante, un ininterrumpido trabajo que abarca series de dibujos, juguetes inútiles y proyectos imposibles.

Perfiles y brechas

Reaparece en la escena a inicios de los 80 cuando presenta, junto a Marie-France Cathelat, el proyecto Perfil de la mujer peruana (1980-1981). Expuesto inicialmente en el I Coloquio de Arte No-Objetual y Arte Urbano en Medellín y luego en el Auditorio del Banco Continental en Lima, esta obra despliega una investigación y estudio sociológico sobre la situación de la mujer de 25 a 29 años de la clase media peruana, realizada a través de encuestas sobre la condición femenina desde sus aspectos políticos, económicos, religiosos, raciales, jurídicos y sexuales. Ya en 1967, a través de maniquíes y ambientaciones pop, Burga había adelantado una reflexión sobre el sentido común que asocia indiferentemente lo doméstico y lo femenino. Manteniendo un mismo aliento, la brecha entre ambas propuestas es también el periodo de consolidación de una nueva agenda feminista local.

Como los intervalos de tiempo rigurosamente consignados en varios de sus dibujos –a modo de cronómetro que registra el proceso de producción de la imagen– esta exposición es también un intento de tomar el pulso al presente. Así como Burga ha producido un conjunto de documentos rigurosos del pasado reciente, y no solo en el terreno de lo artístico, el recorrido que aquí se propone es una suerte de archivo que pone en intervalo precario las bases en las que se ha consolidado el lugar común de la historia del arte en las últimas décadas.

Emilio Tarazona + Miguel A. López Sigue leyendo