Archivo del Autor: Sinesio López Jiménez

Acerca de Sinesio López Jiménez

Sinesio López Jiménez es doctor en Sociología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) de Lima, Perú. Hizo estudios de doctorado en la Ecole Pratique des Hautes Etudes de la Universidad de París bajo la dirección de Alan Touraine. En la actualidad es profesor principal de la Facultad de Ciencias Sociales de la PUCP y de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNMSM. Fue coordinador de la maestría en Sociología de la PUCP, coordinador de la maestría en Ciencia Política de la PUCP, Director de la Biblioteca Nacional del Perú (2001-2005), Director de El Diario de Marka (1982-1984) y columnista político del mismo. Los campos de interés académico son la Teoría Política, la Política Comparada, el Estado, la Democracia y la Ciudadanía. Ha sido profesor visitante de FLACSO, Quito, Ecuador y del CAEM. Es autor de los libros El Dios Mortal, Ciudadanos Reales e Imaginarios, Los tiempos de la política, coautor de varios libros de sociología y política y ha escrito muchos artículos y ensayos de su especialidad publicados en el Perú y en el extranjero. Actualmente es columnista del diario La República.

¡OTRA VEZ LA FORMA DE GOBIERNO!

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Sinesio López Jiménez

La crisis del presidencialismo parlamentarizado, la forma de gobierno del Perú, ha vuelto bajo una nueva forma. La anterior, instaurada en 2016, tuvo la forma clásica de gobierno dividido (en el que el Ejecutivo estaba en manos de un partido y el Congreso era controlada por otro) que no podía coexistir dentro del presidencialismo parlamentarizado debido a que el Congreso interfería al Ejecutivo apelando a formas propias del parlamentarismo (voto de confianza, censura, etc). Esa crisis se resolvió con la disolución del Congreso anterior y con la elección de uno nuevo.

La actual crisis es la de un gobierno fragmentado (en la que el Congreso está fragmentado en un conjunto de grupos políticos sin que haya un grupo oficialista y en el que el Ejecutivo está en manos de un caudillo sin partido de gobierno) dentro del presidencialismo parlamentarizado.

Consciente de esta situación de fragmentación parlamentaria, el gabinete anterior buscó y encontró una salida para evitar una crisis de la forma de gobierno: Cuatro grupos parlamentarios (AP, AAP, PODEMOS, FREPAP) firmaron un acuerdo de gobernabilidad. UPP y FA se excluyeron del acuerdo. Entonces, ¿qué pasó?. ¿Por qué otra vez la crisis de la forma de gobierno?. Lo que explica la actual crisis es un conjunto de movidas tanto de la parte del Ejecutivo como por el lado del Congreso.

Por el lado del Ejecutivo, el Presidente se desplazó del centro a la derecha nombrando a Cateriano como nuevo jefe de la PCM y este desplazó, a su vez, a la pandemia como eje de su propuesta de gobierno para privilegiar la reactivación económica y, dentro de esta, a la minería que genera ingresos fiscales fáciles y empleo indirecto, mayoritariamente informal. Sólo el 1 por ciento de la PEA formal trabaja en la minería. La derecha no puede con su vocación colonial: organizar una economía extrovertida dejando de lado la demanda (de empleo, de ingresos y bienes) de los peruanos.

Pretextando un supuesto ninguneo de la pandemia y aprovechando que en el último año ya no puede haber disolución del Congreso, sus grupos mafiosos chantajearon al Premier y rechazaron el voto de confianza alentando el voto en contra y la abstención. ¿Qué viene ahora? Ya tenemos crisis del régimen, crisis del Estado, recesión económica y ahora crisis de la forma de gobierno. Sólo falta el estallido de la sociedad. ¿Eso quiere la derecha?. ¿Eso quieren los mafiosos del Congreso?.

Hay que acabar con el presidencialismo parlamentarizado e instaurar el presidencialismo puro a la norteamericana. Eso debiera formar parte de la reforma política.

 

¿PUEDE EL ESTADO SER AUTONOMO?

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Sinesio López Jiménez

En estos días de pandemia hemos visto a la CONFIEP, a los medios de derecha y a otros grupos de interés encimando y amenazando al gobierno y al Estado para que decida políticas que los favorezcan y lo han logrado. Ya el gobierno de Vizcarra había mostrado espontáneamente un sesgo pro-empresarial abierto en Reactiva Perú. Todo esto lleva a preguntarse si el Estado neoliberal es autónomo o no, si es deseable y posible construir un estado autónomo y, en primer lugar, qué es un estado autónomo.

Se dice que un Estado es autónomo cuando decide las políticas públicas sin la influencia poderosa de las élites (principalmente económicas) y sin la presión de grupos sociales subalternos. Cuando decide las políticas publicas en favor de las élites, como lo ha hecho y la hace casi siempre, se le llama un Estado capturado.

Para la gente de a pie es deseable un estado autónomo porque, pese a ciertos sesgos burocráticos, es más probable que este defienda y decida políticas públicas en pro del bien común y de los intereses generales de la sociedad (salud, educación, justicia, seguridad, saneamiento, infraestructura, etc) a diferencia de un Estado capturado por las élites. No es fácil construir un Estado autónomo. Ni la teoría ni la historia permiten ser optimistas al respecto. Theda Skócpol, Michel Mann, Alfred Stepan, entre otros, defienden la posibilidad de tener un Estado autónomo cuando reúne un conjunto de características.

Discutiendo con el liberalismo, el pluralismo y el marxismo y asumiendo una perspectiva weberiana, Theda Skócpol sostiene que el Estado puede ser autónomo porque es un conjunto de organizaciones e instituciones que le otorgan poder y que llega a ser efectivamente autónomo si reúne las siguientes características: Tener funcionarios altamente calificados, contar con organizaciones e instituciones estatales eficientes y efectivas, extender el dominio a todo el territorio y a su población, disponer de recursos necesarios y suficientes (capacidad impositiva y propiedades).

Es evidente que el Perú no ha tenido, salvo excepciones, ni tiene un estado autónomo. La historia es poco o nada aleccionadora cuando se analiza la autonomía del Estado. En la próxima columna veremos la triste historia del Estado capturado y enjaulado.

 

ESPECIALIZACIÓN E INTEGRACIÓN DEL SABER EN EL MUNDO MODERNO

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Por Sinesio López Jiménez

 

Gustavo Quiroz, destacado sociólogo peruano, asume en este interesante ensayo[1] un gran desafío intelectual: lograr un conocimiento integral superando la fragmentación de las especializaciones. Su experiencia profesional y su trayectoria académica y de investigación le han mostrado las potencialidades y los límites de las miradas parciales así como la fuerza teórica y práctica de una visión integral. Alcanzarla no es un acto sino un proceso y un viaje inacabado.

Me parece que no todos los profesionales y académicos están preparados para recorrer ese camino. A muchos ni les gusta probablemente. En Pensadores rusos (1979) Isaiah Berlín distingue dos tipos de intelectuales (los zorros y los erizos) apoyándose en un verso de Arquíloco, un poeta griego: “El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una sola gran cosa”. Los zorros son los intelectuales que prefieren el análisis a la síntesis, optan por el experimento, la inducción y la especialización en sus investigaciones. Son ratones de biblioteca. Los intelectuales erizos, en cambio, suben sobre los hombros de los zorros para mirar más lejos, prefieren las síntesis al análisis y optan por la deducción. Tienen una mirada de águila y elaboran visiones globales.

Quizás los primeros zorros fueron los intelectuales e investigadores de la Universidad de Gresham en la primera mitad del siglo XVII. Con sus investigaciones especializadas hicieron grandes descubrimientos en las diversas disciplinas (la circulación de la sangre, el descubrimiento del cometa Halley, etc) y las diversas ciencias hicieron grandes avances. Tras ellos vinieron los erizos que sistematizaron los logros científicos de los zorros, descubrieron las bases en que se apoyaron y los métodos que utilizaron y ofrecieron visiones de síntesis en diversos campos del saber: Bacon en la filosofía (el Novum Organon), Coke en el campo del derecho y Raleight en el campo de la historia.

Un enorme erizo del siglo XVII fue Hobbes que conoció no sólo a los clásicos griegos, romanos y del medioevo en su propio idioma sino también a todos los grandes científicos europeos de su época y a sus obras. En el siglo XVII se realizó un debate entre dos grandes erizos (Hobbes y Coke) sobre la soberanía.

A comienzos del siglo XX se realizó otro debate sobre el mismo tema entre otros dos grandes erizos: Kelsen y Schmitt. Hegel con su síntesis del Espíritu Absoluto (el arte, la ciencia y la filosofía) fue un erizo de polendas. Marx fue un gran erizo que sintetizó las principales contribuciones de los economistas ingleses y franceses del siglo XVIII  y XIX para ofrecer un nueva visión integral de la economía política.

Actualmente hay muchos intelectuales zorros, pero los erizos son una especie casi en extinción. Ellos están siendo reemplazados por los colectivos de grupos interdisciplinarios de investigación. Lo que sigue es un análisis de la tensión entre la especialización y la integración del saber en las investigaciones y reflexiones de algunos pensadores modernos y contemporáneos.

 

ESPECIALIZACION E INTEGRACION DEL SABER

Los pensadores clásicos griegos, Platón en particular, unificaron la verdad, el bien y la belleza a través de la sabiduría. Los pensadores medievales, especialmente Tomás de Aquino, mantuvieron esa unidad y le añadieron la fe como principio integrador.

El mundo moderno apostó más bien a la diferenciación de esferas en la realidad y en el pensamiento. Marsilio de Padua fue quizás el primero en separar la “sociedad civil” y la religión cuando, en Defensor Pacis (1324), pidió al Papa dedicarse a llevar las almas al cielo y dejar que la sociedad civil resuelva sus necesidades materiales apelando a la producción y a la distribución. Le siguió el republicanismo de las ciudades medievales que diferenció la historia de los hombres de la historia de Dios y de la Fortuna (Pocok, 1975).

Maquiavelo, el republicano por excelencia, hizo tres grandes revoluciones (de los fines, de los medios y de la ética) que permitieron diferenciar la religión de la política y de la ética como esferas específicas. Pero la diferenciación no es separación ni autarquía. Existe una relación entre ellas, especialmente entre la política y la ética cuando los fines buenos de la política se consiguen por medios no buenos. Allí surgen la ética y los valores para regular los medios no-buenos.

Maquiavelo (El Príncipe, 1513, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, 1512-1517) hace  estas diferenciaciones desde la comunidad de ciudadanos, que es la realidad primordial para el republicanismo, y desde la historia humana. Hobbes (Leviatan, 1651) y Locke (Segundo Tratado sobre el gobierno civil, 1690), en cambio, las hacen desde el individuo, que es la realidad primordial para el liberalismo, y desde la naturaleza humana (de guerra según Hobbes y de libertad según Locke) que da origen a un contrato entre los individuos del que emergen el Estado y la política. Estado y política absolutista en Hobbes para someter a los apetitos materiales desmedidos y eliminar la guerra de todos contra todos y estado y política liberal en Locke para dar continuidad al estado de naturaleza que es de libertad de los individuos. Maquiavelo es historicista mientras Hobbes y Locke son contractualistas.

Montesquieu (El espíritu de las leyes, 1748) es también historicista como Maquiavelo, pero existe entre ellos algunas diferencias. La primera es que mientras a Maquiavelo le interesa la forma como los hombres hacen la historia a través de la política y por eso mismo es una estratega de la acción, a Montesquieu le preocupan más bien las formas de incidencia de la historia en la política y el modo como la configuran como saber específico. Montesquieu es el fundador de la ciencia política, como bien lo ha dicho Althusser (Montesquieu, la politique e l´histoire, 1964). La otra diferencia es que mientras Maquiavelo se enfrenta al capital comercial y al protoliberalismo en pleno Renacimiento para afirmar el republicanismo, Montesquieu es un pluralista que asume el republicanismo y el liberalismo como bienes políticos que pueden coexistir. Es un republicano liberal.

Montesquieu investigó la dimensión normativa (las instituciones) de las diversas sociedades y trató de encontrar las causas y los tipos que la explican. Sostuvo que lo que articula la dimensión normativa de la ley y sus causas y tipos es l´esprit de lois (la cultura política) y que lo que vincula lo normativo social (usos, mores y costumbres) con sus causas y factores es l´esprit d´une nation (la cultura nacional).

Con el desarrollo agresivo del capital comercial y la derrota de las guerras religiosas y de los príncipes surge la monarquía absoluta en el siglo XVII que, para consolidarse, separa lo público de lo privado y corporiza esa separación en el hombre mismo (hombre privado y ciudadano) a diferencia del mundo clásico que la territorializaba (el oikos para los privados y la polis para los ciudadanos), como ha señalado Reinhart Kosselleck.

Del mundo privado emergen la crítica de los ciudadanos y la crítica de los intelectuales contra la monarquía absoluta dando origen a un nuevo público: la esfera pública (Kosselleck, Habermas) o lo público social como lo llaman los sociólogos. De la crítica de los intelectuales se desarrolla la ilustración que tiene dos variantes clásicas: la francesa y la inglesa. La ilustración francesa viene de las élites y de la filosofía, se expande a los diversos saberes en las universidades, se difunde en la prensa y llega hasta la calle. La ilustración inglesa proviene de la experiencia,  del experimento y de la ciencia, se desarrolla en las ciencias duras de la Universidad de Gresham en donde los investigadores analíticos hicieron varios descubrimientos científicos en diversas áreas del saber.

Sobre los hombros de los intelectuales analíticos se irguieron los intelectuales de la síntesis: Bacon en el campo de la filosofía, Raleigth en la historia y Coke en el Derecho. La ilustración inglesa fue el combustible de la revolución de Cromwell en 1648 y la francesa fue el combustible de la revolución francesa de 1789.

Rousseau (Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, 1755; El Contrato Social, 1762) no fue un hombre de la ilustración, fue más un sentidor que un pensador, pero escribió en la Enciclopedia. Intentó volver al republicanismo clásico de Grecia, Roma y de las ciudades república del medioevo en la época del Estado-Nación que lo hacían inviable. Combinó el republicanismo con la democracia directa. Volvió al estado de naturaleza (naturaleza humana), pero, a diferencia de Hobbes y Locke, no lo pensó como una realidad fija e inmutable sino como una condición humana que cambia y evoluciona, que no es de guerra (Hobbes) ni de perfecta libertad (Locke), sino imperfecta y de libertad limitada que encuentra su plena realización en el acto del contrato social. Allí surge el pueblo soberano, la voluntad general (que nos obliga ser libres) y los individuos se transforman en ciudadanos. La desigualdad es un producto de las relaciones sociales y no del desempeño individual como pensaba Locke.

El joven Hegel de La Constitución Alemana (1802) busca unificar la razón, la política y la historia, lo que le permite pasar del derecho natural al derecho positivo. El veía a la revolución francesa y a la nueva subjetividad que anidaba como el intento culminante por realizar los dictados de la razón humana en el mundo. El creía como Maquiavelo que la libertad se desarrolla en el Estado y en la ley y postulaba, por eso, la unificación de los múltiples estados fragmentados de Alemania en un solo Estado, como había sucedido en Francia, en Inglaterra y en España. Mantuvo estas ideas juveniles y las desarrolló en sus textos de madurez como Principios de la Filosofía del Derecho (1821).

Con la consolidación de la monarquía absoluta se inició, según Hegel, la larga marcha  del estado hacia la sociedad, cambiando la concepción de la historia. En el siglo XVIII ese interés por el estado y su historia se desplazó hacia la sociedad en un doble movimiento que pasó por caminos que se bifurcaban. El primero es el de la interrogación sobre la libertad que  se define tanto jurídica como políticamente y se convierte en social cuando está ligada a la civilización. El segundo movimiento hace aparecer directamente la historicidad de lo social y encuentra su punto de partida en Rousseau quien demuestra que no hay hombre natural, ni equilibrio entre el hombre y la naturaleza y que las relaciones sociales no están preinscritas en ninguna naturaleza, sino que se desarrollan en una historia, en “una lenta sucesión de acontecimientos”.

Hegel, como Adam Smith, define a la sociedad civil como un “sistema de las necesidades” individuales que se resuelven socialmente en la división del trabajo y en el mercado. El estado se sitúa en el filo de dos mundos: en el sistema de estados  que se totaliza en historia uni­versal, y en el de la sociedad civil de la que constituye su superación. La filosofía hegeliana del derecho se divide en tres partes: el derecho abstrac­to, la moralidad  y la eticidad. Las relaciones entre el individuo y la sociedad se regulan por el derecho abstracto que contiene prescripcio­nes de índole jurídica que considera a los interlocutores como iguales titulares de los mismos derechos. El tránsito del derecho abstracto a la moralidad es el tránsito de la responsabilidad jurídica a la responsabilidad moral.

El respeto a las personas y a sus in­tereses ya no procede del exterior, sino del propio individuo. Ahora, el sujeto debe querer el bienestar no sólo para sí, sino también para los demás. Ello nos lleva a una voluntad particular que se identi­fica con la voluntad racional y universal, y que pretende el bienestar de todos. La eticidad es la situación en la que el hombre, en vez  de ver en los deberes una impo­sición exterior, ve en ellos la realización de sus derechos. Si el derecho abstracto se basa en la coerción, y la moralidad en el deber ser, la eticidad se funda­menta en la confianza, es decir, en el nexo espontáneo que une a un individuo con sus semejantes. Se refiere a las ubligaciones morales que yo tengo hacia una co­munidad viva de la que formo parte.

La etici­dad se desarrolla dialécticamente en tres instituciones furndamentales, derivadas la una de la otra: la familia, la sociedad civil y el estado. La familia tiene su ori­gen en el amor entre los cónyuges, un amor que es justo y ético. Si la familia se basa en el altruismo, la sociedad civil lo hace en el egoísmo. En ella el individuo busca su interés pri­vado comportándose para ello con una “mezcla de necesidad fisica y capricho”. Se coloca ante un sistema de dependencia mutua en el que cada individuo, en la persecución de su conveniencia propia, promueve también naturalmente el interés de la totalidad.

La eticidad alcanza en el estado su realidad concreta y efectiva. El factor de cohesión es lo universal, no lo particular: El indivi­duo puede “vivir una vida universal” en el estado, donde sus sastisfacciones, actividades y modos de vida particulares están regulados por el interés común. Por tanto, el estado puede ser considerado como “la realización de la libertad”. En oposición a lo arbitrario, el estado encarna la razón. El estado es el lugar de la libertad si el individuo puede encontrar en él satisfaccion a sus intereses  racionales, no a sus caprichos. El Estado es razón en y por la ley: no por una ley trascendente y misteriosa, sino por sus leyes, por su reglamentación univer­sal de los asuntos particulares en el marco de una comunidad.

La contradicción esencial que funciona en los Principios se refiere al proceso de individualización en su relación con el proceso de socialización. Hay dos momentos de mediación decisivos: la moralidad, me­diación entre el derecho abstracto y la vida ética y la socie­dad civil que realiza el paso de la familia al estado en la vida ética. La moralidad determina el proceso de la individualización subjetiva: sólo con ella se puede hablar en rigor de sujeto. Y la “sociedad civil” es la esfera de mediación determinante para el proceso de socialización: momento de la organización social, de las corpora­ciones, de los estados, de la división del trabajo y del mercado.

A fines del siglo XVIII se inició una diferenciación estructural en las sociedades en proceso de modernización dando origen a los subsistemas económico, político, socio-cultural, cada uno de ellos con sus propios fines, organizaciones e instituciones. Entre ellos existen, sin embargo, relaciones funcionales que definen diversos niveles de integración sistémica. El siglo XIX es la época de la civilización liberal que devalúa la política y el estado y otorga la centralidad al mercado y a la sociedad. Según Polanyi está caracterizado por cuatro instituciones fundamentales que marcan la dinámica de las sociedades y de la cultura de ese siglo: el equilibrio internacional de fuerzas, el patrón oro internacional, el patrón-mercado y el Estado liberal. Estas instituciones marcaron la reflexión de los liberales, de Marx y los anarquistas.

 

Alexis de Tocqueville (1805-1859) combinó la reflexión y la acción política. Fue diputado por su circunscripción des­de 1839 y ministro de Asuntos Exteriores (entre junio y octubre de 1849). El eje político de sus reflexiones es la desaparición de la vieja sociedad aristocrática y el desarrollo de un movimiento hacia la igualación de las condiciones, hacia la reducción de las diferencias de clases y hacia la igualdad. El movimiento hacia la igualdad, hacia el fin del orden aristocratico, es  “una fuerza desconocida, que se puede intentar canalizar o moderar, pero no vencer”.

 

En La democracia en América (1835) considera que la democracia es la característica de un nuevo mundo que requiere “una nueva ciencia política”. Concibe la democracia no como una una forma de régimen político sino como un tipo de sociedad. Lo que caracteriza a la democracia no es la participación política o las libertades, sino la igualdad entre los ciudadanos y, por consiguiente, la inexistencia de jerarquías sociales. El desarrollo de las tendencias igualadoras no conduce a una sociedad de individuos más libres y autónomos, sino a una sociedad más gris, más mediocre, en la que nadie podrá destacar de sus conciudadanos y en la que la opinión pública ejercerá una severa censura sobre las conciencias independientes. Y todo ello, precisa­mente, en nombre de la igualdad y de la democracia. La democracia, que tiende inexorablemente al refuerzo del poder central frente a los poderes locales y que amenaza con generar una situación de unifor­mismo social, comporta riesgos de despotismo.

En El Antiguo régimen y la revolución (1856) Tocqueville afirma que el año 1789 no debe ser visto como una ruptura con el Antiguo Régimen, sino como una continuidad del mismo. Tocqueville encuentra que la centralización del estado, la burocracia, el ejército nacional, la diplomacia, el desarrollo económico, la autonomía del campesinado y el debilitamiento de la élite señorial fueron obra del Antiguo Régimen y que la obra principal de la revolución francesa fue barrer los obstáculos que impedían el pleno desarrollo de esos procesos modernos. El desarrollo del estado absoluto en la monarquía francesa del siglo XVIII no  hace sino iniciar la tarea de igualación social y de erosión de los privilegios aristo­cráticos y locales. En este sentido, no  es más que la continuacion  de un largo proceso de revolución social, entendida como movimiento hacia la igualdad. La revolución social es un proceso de cambio “de onda larga” mientras la revolución política es de corta duración y de coyuntura.

 

No se puede resistir a la democracia, pero se puede actuar so­bre sus contenidos y sobre sus formas. Como a John Stuart Mill, a Tocqueville le preocupaba  el “despotismo de la mayoria” y, para combatirlo, sugiere un conjunto de elementos que pueden ayudar a las futuras sociedades democráticas: un gobierno lo­cal fuerte y autónomo, el mantenimiento de una fuerte red asociativa privada, la religiosidad compartida, un gobierno central “moderado” con división de po­deres, un  poder judicial efectivamente independiente, una prensa libre y crítica.

 

No son los elementos institucionales sino sobre todo elementos de tipo social insertados en las costumbres y en lo que después se llamará “cultu­ra política”  los que pueden hacer posible el difícil objetivo de compaginar la democracia y  la libertad. El gran desafío es, pues, cómo hacer compatible la nauraleza igualitaria de la sociedad democrática con la libertad (que conduce a la diversidad), con la capacidad creativa y con la solidaridad. Tocqueville sostiene que hay dos tipos de democracia: no libre y libre. La primera es aquella que sólo es un tipo de sociedad, la segunda es aquella que, además de igualitaria, ha sabido construir un conjunto de instituciones que defienden la libertad.

 

Tocqueville es uno de los fundadores de las modernas ciencias sociales, en parte por su recurso a un esquema analítico basado en las clases sociales pero sobre todo por su tendencia a razonar en términos de lo que Max Weber llamó “tipos idea­les”. Tocqueville es, como lo señaló Raymond Aron, el sociólogo de la comparación. Sus obras fundamentales, La Democracia en América y El Antiguo Régimen y la Revolución de 1848, sentaron las bases de uno de los enfoques teóricos y metodológicos más consistentes de la sociología política y de la ciencia política: la política comparada. ¿Por qué la democracia norteamericana es libre y la francesa es, en cambio, no libre?. ¿Por qué los norteamericanos son pragmáticos y los franceses, en cambio, son amantes de las ideas generales?. ¿Por qué la revolución  se produjo primero en Francia, que era un país menos feudal y más desarrollado, y no en otros países del continente europeo que eran más feudales y menos desarrollados?. Las respuestas a estas preguntas y a otras parecidas inspiraron, utilizando el método comparativo, varios libros clásicos de la teoría política moderna.

John Stuart Mill fue un intelectual cultivado y erudito. Conoció a los clásicos griegos y romanos y escribió sobre diversas disciplinas modernas: economía política, filosofía, política, etc. Para Stuart Mill (Sobre la libertad, 1859) la felicidad era el único fin de la existencia humana, pero ella no se encontraba en la racionalidad ni en la satisfacción material, sino en la diversidad, la plasticidad y la plenitud de vida. Pensaba que si la sociedad no tuviera conflictos habría que inventarlos para evitar la monotonía y el aburrimiento. No es el entendimiento lo que diferencia al hombre de los animales sino la capacidad de elección. Detestaba la estandarización, el conformismo, la uniformidad porque ahogaban la libertad de los individuos. Esta es una crítica central a la modernidad que Hannah Arendt profundizó posteriormente en La Condición Humana.

Mill era un empirista pues pensaba que ninguna verdad puede ser establecida racionalmente si no es a través de la observación. Creía que las ciencias sociales eran demasiado confusas para ser llamadas ciencias. No hay en ellas generalizaciones validas, ni leyes y, en consecuencia, no se puede deducir de ellas predicciones o normas de acción.

 

Aunque temía la centralización de la autoridad y la inevitable dependencia de cada uno respecto a todos y la “vigilancia de cada uno por todos”, creía que los males de la democracia se podían combatir con más democracia. Sólo ella puede educar a un número suficiente de individuos para la independencia y la libertad. Postulaba el sufragio universal, incluidas las mujeres, pero postulaba el voto calificado: el voto de un ignorante, decía, no puede ser igual que la de un sabio. Pensaba que la participación política de todos nos hace mejores ciudadanos y hombres más libres. Creía que ninguna sociedad es libre, cualquiera que sea su forma de gobierno, si las libertades no son respetadas y garantizadas en su totalidad. La humanidad sale ganando si consiente  a cada cual vivir a su manera sin obligarlo a vivir a la manera de los demás.

 

Marx fue un teórico y un político. Tuvo un proyecto intelectual y político cuyo objetivo central fue la búsqueda de la igualdad y la justicia y cuyo desarrollo teórico implicó muchas profundizaciones que terminaron en diversas rupturas. Desde el comienzo de sus reflexiones, Marx buscó articular la teoría con la política o, si se quiere, darles una base racional a sus apuestas políticas. Marx fue un hombre de la ilustración que creyó firmemente en la fuerza de la razón para explicar los diversos problemas del capitalismo y de la humanidad y para darle eficacia a la acción política. Pensó que los obreros no tienen ideales a conquistar sino intereses a desarrollar. Esa racionalidad se aplica sobre todo a las diversas dimensiones de la vida social en la larga y mediana duración, pero también en la coyuntura. Marx pensaba que la elaboración de un programa socialista requería el conocimiento de las leyes del capitalismo y que el establecimiento de una estrategia política exigía el conocimiento de las correlaciones entre las clases sociales y la naturaleza del Estado (Crítica del Programa de Gotha, 1875). Reconoce, sin embargo, que en la coyuntura interviene no sólo racionalidad que despliegan los actores, sino también las correlaciones coyunturales de fuerza y el azar. Esto hace que la política en la coyuntura sea un espacio de gran incertidumbre.

El proyecto teórico de Marx consistió, por un lado, en la búsqueda de las raíces económicas que explican las luchas sociales, políticas y culturales de las clases populares, en particular de la clase obrera, para fundar una política igualitaria y justa y, por otro, en la investigación de los nudos contradictorios que pueden llevar a la revolución y al socialismo. A medida que avanzaba en sus investigaciones, Marx fue afinando y precisando lo que en sus inicios llamó genéricamente condiciones económicas y sociales hasta llegar a la teoría de la plusvalía y a sus diversos desarrollos así como a las dinámicas contradictorias que podían conducir al estallido del sistema. Hay otras dos constantes en sus apuestas políticas: el protagonismo central de los obreros y la aspiración al socialismo y al comunismo de la sociedad futura que quería construir.

Marx pensaba que las diversas dimensiones de la vida social (la economía, la sociedad, la política, la cultura) eran realidades diferenciadas, pero no separadas y que era posible establecer conexiones explicativas entre ellas. Esas conexiones eran generalmente relaciones asimétricas en las que la economía era determinante frente a las otras dimensiones de la vida. Una de las cosas que Marx celebró, en el famoso Prólogo de Contribución a la Crítica de la Economía Política, fue haber logrado visualizar ciertas articulaciones contradictorias en la estructura del capitalismo –las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción- que podían conducir a la revolución.

Vinculados al tema anterior, hay dos problemas que Marx analizó y a los que dio, si no respuestas contradictorias, salidas en tensión: la relación estructura-superestructura y la relación entre acción y estructura. En los diversos escritos –desde los tempranos hasta los de madurez- Marx tendió a afirmar un cierto determinismo de la estructura sobre la compleja superestructura (cultura, ideología, política, estado). Es el peso de la estructura económica y social –las relaciones sociales de producción- el que determina y explica las formas de pensar, las creencias, las luchas políticas y la organización del estado.

Gramsci en Il materialismo storico e la filosofía de Benedetto Croce (1971) hace una lectura no determinista del Prólogo de Marx cuando sostiene que “los hombres toman conciencia de las contradicciones de la estructura en el campo de la cultura y las resuelven el campo de la política”.

En sus escritos políticos de coyuntura, en especial en El Dieciocho Brumario de Luis Bobaparte, Marx examinó la relación micro-macro (individuo-sociedad) y el tema de la acción política y su relación con la estructura. Aunque reconoce el peso de la estructura, Marx subrayó en esos escritos la capacidad de acción de determinados actores para incidir en la estructura, pero reconoce al mismo tiempo dos límites que esta pone a los proyectos y acciones de los actores: 1. Ninguna sociedad se plantea problemas para cuya solución no estén dadas las condiciones y 2. Ninguna sociedad desaparece sin haber desarrollado antes todas sus potencialidades. Si bien Marx prefiere a los actores colectivos –movimientos sociales, partidos, fracciones- nacidos de las diversas clases sociales para analizar las situaciones políticas, reconoce también el papel de los individuos como actores en sus relaciones con las estructuras. Pero los individuos de Marx difieren de los de Locke y de los del liberalismo. No son individuos ontológicos sino acotados. Ellos expresan categorías económicas (obrero, burgués, pequeño burgués, aristócrata) o categorías políticas (liberal, republicano, socialdemócrata, orleanista, etc) o situaciones peculiares en las relaciones de fuerza (bonapartismo). Napoleón III en El Dieciocho Brumario y Espartero en Revolución en España son ejemplos típicos de individuos situados que, pese a que son productos de correlaciones peculiares de fuerzas sociales y políticas, expresan con fidelidad las coyunturas en las que operan y son al mismo tiempo sus actores centrales.

Marx pensaba también que era posible analizar las relaciones complejas entre la economía, la sociedad y la política no sólo en la larga y mediana duración sino también en la corta duración o coyuntura. En sus artículos políticos de coyuntura se esforzó por mostrar las relaciones complejas entre el ciclo económico, el ciclo social y el ciclo político, pero no siempre lo logró. Quizá el análisis más logrado de la articulación de los ciclos sea La guerra civil en los Estados Unidos (1864).

Marx desarrolló el conjunto de sus investigaciones que articulan estas diversas dimensiones asumiendo una perspectiva epistemológica y metodológica que él llamó el método dialéctico y que es punto 3 de la Introducción a la Contribución a la Crítica de la Economía Política que no publicó con esa obra, pero que luego apareció como apéndice de esa o como Introducción de la Grundisse en español. El método de Marx no sigue la marcha de la razón hacia la realidad (como Hegel) sino que parte de lo concreto real, se desplaza hasta descubrir las determinaciones simples de la realidad concreta y vuelve a ella como concreto pensado: “Lo concreto es concreto por ser la síntesis de muchas determinaciones, o sea, la unidad de aspectos múltiples. Aparece por tanto en el pensamiento como proceso de síntesis, como resultado y no punto de partida, aunque es el verdadero punto de partida y también, por consiguiente, el punto de partida de la contemplación y representación. El primer procedimiento ha reducido la representación plena a definiciones abstractas; con el segundo, las definiciones abstractas conducen a la representación de lo concreto por medio del pensamiento”.

Weber escribió sus obras, en particular Economía y Sociedad (1922), en diálogo con Marx. Frente a la racionalidad absoluta de este, aquel defiende una racionalidad limitada. Combatió a los que mezclan el pensamiento racional con la política o con la afectividad y a los creen que la ciencia es capaz de captar todos los secretos de la naturaleza y del hombre. Weber se inscribe en la perspectiva de lo que Freud, desde el enfoque del sicoanálisis, llamó “la tercera herida narcisista de la modernidad” que consiste en el eclipse de la centralidad de la razón para explicar el mundo físico y social. La primera herida fue inferida por Copérnico con la dilución de la centralidad de la tierra en el universo y la segunda, por Darwin con el desplazamiento de la centralidad del hombre en la cadena de los seres vivos.

Weber sostiene en Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo (1904-1905) que la racionalidad es propia de Occidente. Ella es una de las características de la modernidad. La racionalidad trajo consigo no sólo la profanación de la cultura occidental sino también la diferenciación de los sistemas que, sin embargo, se compenetran entre sí: la empresa capitalista y el estado moderno. Ellos constituyen, respectivamente, la institucionalización racional de la acción económica y de la acción administrativa de acuerdo a fines.

Weber se empeñó en demostrar que la ciencia tiene un sentido y que vale la pena dedicarse a ella aunque despoje al mundo de su encanto. Diferenció las ciencias naturales de las ciencias de la cultura y, dentro de estas, las que se refieren a la comprensión y las explicativas. La comprensión alude al sentido y a los valores que anida la acción humana y la explicación se refiere a la concatenación causal de hechos y procesos y a los tipos ideales. La comunidad de las ciencias sociales tiene sus reglas: 1. La ausencia de restricciones para la búsqueda de los hechos duros. 2.  La ausencia de restricciones al derecho de discusión. 3. La ausencia de restricciones al derecho de desencantar lo real.

Weber era un individualista metodológico. El pensaba que las organizaciones e instituciones más complejas de la vida social, el estado y la empresa por ejemplo, se podían reducir a acciones simples con sentido de los individuos. Estaba lejos del holismo duro (El capital) o del holismo light o anti-reduccionismo (análisis políticos) de Marx.  Max Weber fue un hombre de ciencia y no un hombre político ni un hombre de estado, aunque se apasionó por la cosa pública durante toda su vida. Entendió que las virtudes del político son incompatibles con las del hombre de ciencia y que no se puede ser al mismo tiempo hombre de acción y hombre de estudio sin faltar a la vocación de ambas. Son actividades diferentes, pero existe entre ellas una relación. Obrar razonablemente es adoptar la decisión que ofrezca más probabilidades de conseguir el fin que se pretende. Una teoría de la acción es una teoría del riesgo al mismo tiempo que una teoría de la causalidad.

 

Weber definía la política, no por sus fines, sino por el medio específico que utiliza para actuar: el monopolio legítimo de la violencia. Esto significa que la vida de terceros está en manos de los políticos y, por eso mismo, tienen que actuar con la ética de la responsabilidad que tiene en cuenta los resultados de su acción, a diferencia de los intelectuales que actúan de acuerdo a la ética de convicción, esto es, de acuerdo con su conciencia y con sus creencias. Si alguien quiere mantener sus manos limpias, entonces que no se meta a la política. Weber pensaba que el político nace con ciertas virtudes especiales, no se hace. Weber definió el estado como “una asociación de dominio institucionalizado que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima”. Es una relación de dominio de hombres sobre hombres que se procesa a través de la burocracia y de las leyes cuyo capacidad de darlas monopoliza. Como asociación ha expropiado sus funciones de las capacidades que tiene la sociedad. Como expropiador de los medios de administración transformó a los viejos administradores en empresas políticas y en políticos al servicio de los señores políticos. De este proceso nacen los políticos que viven de la política y los que  viven para la política. Los primeros vienen de los estratos medios y bajos y los segundos de las clases acomodadas.  De las empresas políticas proceden los funcionarios profesionales y los funcionarios políticos que llegan y se van con el gobierno al que sirven.

Weber es el teórico de la democracia elitista o de la democracia como equilibrio. Define a la democracia como un método a través del cual los ciudadanos eligen a sus gobernantes y los dejan gobernar. La democracia deja de ser sustantiva para transformarse en procedimiento. Los ciudadanos dejan de ser tales para devenir electores. Para que haya democracia en una sociedad de organizaciones es necesario ponerse de acuerdo en los procedimientos porque ya no es posible ponerse de acuerdo sobre bienes y valores. El sufragio universal, por un lado, genera masivas y múltiples demandas y, por otro, impulsa a que diversas empresas políticas (los partidos) produzcan las ofertas necesarias para atender esas demandas.

 

Habermas es un filósofo y sociólogo que se inscribe en la corriente del pensamiento de la Escuela Crítica de Frankfurt, fundada por Adorno y Horkheimer. La mayoría de sus obras se inscribe dentro de la filosofía de la praxis. Ha tratado temas como la opinión pública, la ética, el estado y el derecho, la democracia deliberativa. Una de sus primeras obras que tuvo gran impacto en el mundo académico fue Historia y Crítica de la opinión pública (1962) en la que analiza la transformación estructural de la esfera pública en el mundo moderno y su incidencia democrática y de apertura del campo cerrado de la monarquía absoluta a través de la crítica. A partir de las revoluciones burguesas, la esfera pública se convierte en el sustrato necesario de los debates públicos a través de los cuales la ciudadanía se afirma en su dimensión subjetiva. Esta obra fue inspirada por algunas ideas de Kant sobre la ilustración, en particular por los conceptos referidos al uso público de la razón.

En trabajos posteriores discutió las peculiaridades del capitalismo tardío y sostuvo que los presupuestos teóricos del marxismo no eran adecuados para analizarlas y entenderlas. La tesis central es que existe una contradicción insuperable entre la lógica del capital, dirigida a la obtención del beneficio privado, y las necesidades de justificación pública del ideal democrático. Este conflicto es la base de la crisis de legitimación del capitalismo tardío. La crítica de Habermas es que Marx reduce la praxis humana al trabajo como eje de la sociedad, en demérito del otro componente de la praxis humana que es central: la interacción mediada por el lenguaje. A diferencia de Marx, Habermas entiende que el cambio social debe darse en el ámbito de la comunicación y del entendimiento entre los sujetos.  El problema de la emancipación marxiana debe ser reencausado así hacia el estudio de la evolución de estas esferas de interacción social. Es necesario establecer una conexión racional entre el progreso técnico y la vida social utilizando los espacios de comunicación social basados en las discusiones públicas libres e igualitarias.

 

Habermas sostiene que existe una indudable relación entre razón y realidad, que esta se construye en la interacción comunicativa y que aquella (la razón) debe estar estructurada también de forma comunicativa. En Teoría de la acción comunicativa (1987) el enfoque es sistémico-fenomenológico. Habermas parte de la idea que la sociedad moderna es al mismo tiempo mundo de la vida y sistema y que lo que rige al primero es la acción y al segundo, la función. El mundo de los sub-sistemas (económico, social y político) se guía por la racionalidad instrumental y el de la vida, por la racionalidad comunicativa. Sostiene asimismo que el mundo de la vida y los subsistemas se retroalimentan, pese a estar regidos por lógicas distintas: la integración social en el mundo de la vida, la integración sistémica en los subsistemas. En el caso de la sociedad civil, son la cultura, la sociedad y la personalidad los que constituyen sus bases estructurales que la relacionan con el sistema social. Como conjunto de asociaciones voluntarias y libres, la sociedad civil se mueve por la lógica de la acción: los valores, las normas y los fines como orientaciones de acción y los diversos tipos de acción que tienden a modificar o a mantener los mundos objetivo, físico y social.

 

El concepto de Habermas de mundo de la vida tiene dos niveles distintos que, si son adecuadamente clarificados y diferenciados, conducen a la ubicación precisa de la sociedad civil en el mundo de la vida y en su relación con los subsistemas. Por un lado, recogiendo los niveles más profundos del concepto parsoniano de cultura, Habermas señala que el mundo de la vida tiene tres componentes estructurales – cultura, sociedad y personalidad- que pueden ser diferenciados unos de otros. En la medida que los actores entienden y se ponen de acuerdo mutuamente sobre su propia situación, ellos comparten una tradición cultural. En la medida que ellos coordinan sus acciones mediante normas intersubjetivamente reconocidas, ellos actúan como miembros de un grupo social solidario. Como individuos que crecen dentro de una tradición cultural y participan en la vida del grupo, ellos internalizan orientaciones, valores, adquieren competencias de acción y desarrollan identidades individuales y sociales.

 

Por otro lado, la reproducción de la tradición cultural, la organización de las solidaridades y la construcción de las identidades no se limitan a las bases culturales y lingüísticas sino que comprenden también una segunda dimensión del mundo de la vida, esto es, sus específicos componentes sociológicos o institucionales: Las instituciones de la cultura (incluidos los medios de comunicación), los grupos sociales y asociaciones, las instituciones de socialización.  Es en este nivel institucional donde emerge el concepto de sociedad civil. Pero para que las instituciones de la sociedad civil no aparezcan absorbiendo arbitrariamente sus respectivas bases estructurales ni éstas aparezcan invadiendo y avasallando a las instituciones que las concretan y canalizan,  es necesario diferenciarlas institucionalmente a través de la ley civil y de la ley pública, esto es, a través de la esfera privada y de la esfera pública.

 

En Facticidad y Validez (1992) Habermas sostiene que hay dos modelos de relación entre la esfera pública y la sociedad civil del mundo de la vida y el conjunto de los subsistemas: el modelo de asedio y el modelo de esclusas. El primero relaciona a ambos mundos en forma directa sin mediaciones, por la simple fuerza de la publicidad; el segundo los vincula a través de mediaciones institucionales, generalmente los partidos.

 

 

Sinesio López Jiménez, Agosto del 2019

 

[1] Este breve artículo fue publicado como prólogo del libro  El Espejo roto y fragmentado del mundo (Amazon, 2019) del sociólogo Gustavo Quiroz Arbulú.

LA CRISIS BUSCA UN ACTOR QUE LA RESUELVA

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Sinesio López Jiménez

No basta una profunda crisis total en un mundo globalizado para que todo cambie. Tampoco basta que la gente tome conciencia de la necesidad de un cambio para que las cosas cambien. Es necesario un actor que sea capaz de transformarlas. El drama peruano es que ese actor aún no existe, lo que agrava más la situación. Asistimos a una crisis de estructuras y de agencia. Para salir de la crisis de las estructuras es necesario resolver primero la crisis de los actores.

Antonio Gramsci, tratando de corregir cierto determinismo de Marx, escribió  que “los hombres toman conciencia de las contradicciones de la estructura en el campo de la cultura y las resuelven en el campo de la política”. En ese proceso pueden emerger los actores. Pero estos no aparecen solos por generación espontánea ni están pre-constituidos.  Hay que construirlos.

Nuevamente Gramsci, esta vez acompañado por Mariátegui, pensaba que el proceso de construcción de un actor con capacidad de dirigir los cambios pasa por dos momentos: el momento intelectual de la hegemonía en el que se elabora un proyecto político, económico y cultural y se forma una voluntad colectiva nacional y popular y el momento organizativo en el que se construyen la estructura partidaria y las organizaciones populares. Las crisis profundas aceleran en general estos momentos diferenciados y ayudan a la emergencia rápida del actor transformador.

Para abrir curso a este proceso se necesitan iniciadores. Me parece que esta es la ocasión para que las pequeñas izquierdas dispersas y los grupos progresistas abran sus  capillas ideológicas, piensen en grande, se unan y convoquen a los intelectuales y profesionales progresistas de diversas especialidades y a las clases medias y populares a reconstruir el Perú. Me parece que esta convocatoria tendría un gran éxito en esta situación de crisis. ¿Tendrán las izquierdas este gesto de grandeza y de generosidad con el Perú y con la gente que sufre?.

Si las izquierdas y los grupos progresistas no son capaces de realizar este gesto, seguirán cortando el jamón la tecnocracia neoliberal, la Confiep y los medios de derecha. El Perú volverá a la aburrida “normalidad” impuesta desde hace treinta años y los peruanos seguirán siendo amenazados por la muerte lenta de la pandemia y de las crisis.

 

EL ESTADO NEOLIBERAL NO ES ETERNO

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Sinesio López Jiménez

El Estado Neoliberal no viene del cielo ni es eterno, como parecen creerlo los neoliberales. Los estados y las formas que ellos asumen son construidos por actores que tienen un proyecto político y económico y organizan una correlación de fuerzas que los apoyan en ciertas condiciones estructurales y en un determinado timing.

Los estados son más o menos duraderos, pero sus formas son más cambiantes. El Perú del siglo XIX no tuvo estado (real) porque el intento liberal de construirlo entre 1845-1880 fracasó. En el siglo XX y en lo que del siglo XXI hemos tenido tres formas de Estado: El Estado Oligárquico, el Estado Velasquista (nacional-popular) y el Estado Neoliberal.

El Estado Oligárquico fue construido por élites políticas (la alianza pierolista-civilista) comerciales, terratenientes (modernizantes y gamonales) que, además de construir el estado, se propusieron impulsar la modernización de la agricultura en la costa, de las minas y del petróleo (bajo la batuta del capital extranjero), manteniendo el gamonalismo y la servidumbre.

Las fuerzas nacional populares del 30 (Apra) y de los 50 y 60 (AP,DC,SP) fracasaron en el intento de construir el Estado nacional-popular autónomo y de promover una modernización urbano-industrial y de crecimiento del mercado interno dentro de una integración continental, eliminando al gamonalismo y a la servidumbre. Las FFAA (bajo la dirección de Velasco y de una dictadura militar anti-oligárquica)  concretaron los sueños de las fracasadas fuerzas políticas nacional-populares. El Estado nacional popular fue legitimado por la constitución de 1979.

El Estado neoliberal fue construido por las FFAA (que se habían transformado de velasquistas en conservadoras debido al terrorismo de SL y del MRTA y a la hiperinflación producida por el populismo desbocado de García en 1989-1990) en alianza con el fujimorismo y los tecnócratas neoliberales vinculados a los organismos internacionales. Su propuesta económica fue la reprimerización de la economía peruana. El Estado Neoliberal se legitimó con la constitución de 1993 y el boom exportador (1904-1914).

Todas las formas de estado se desgastan y se destruyen. El Estado neoliberal, por ejemplo, ha sido desgastado por la resistencia de fuerzas antineoliberales y por la corrupción sistemática de los gobernantes y de las elites empresariales y ha sido destruido por un modesto, pero agresivo virus: el COVID-19.

ESTADO: ¿REFORMA O RECONSRUCCION?

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Sinesio López Jiménez

Estamos perdiendo la batalla en la lucha contra la pandemia del coronavirus. La casi-derrota no se debe sólo a las deficiencias del gobierno que las tiene y muchas. Es ya una cuestión de Estado. No basta solo tener una eficiente política sanitaria para acabar con la pandemia. Es ya también insuficiente una agresiva reforma del sistema de salud. Las reformas parciales han sido superadas por la crisis. Esta ha desbordado a las FFAA, a la policía, a la burocracia, a todos los ministerios y ha puesto en cuestión al Estado en su conjunto.

Incluso una reforma del Estado neoliberal es ya insuficiente e imposible. El Estado neoliberal ha sido hecho para servir los intereses particulares de los que tienen el sartén de la economía por el mango abandonando a la sociedad y a los ciudadanos. ¿Para qué sirve una economía boyante que solo satisface la voracidad de los ricos si la sociedad se cae a pedazos y la ciudadanía se evapora? La pandemia ha desnudado esta irracionalidad. A esta “normalidad” quiere volver la derecha. Es de locos.

La reforma del Estado implicaría dotarlo de capacidades (coercitiva, efectividad legal, eficacia burocrática en la provisión de bienes públicos [salud, educación, justicia, seguridad], penetración en la sociedad y en territorio y, sobre todo, capacidad impositiva) para que pueda desarrollar bien las funciones que tiene. ¿Se pueden desarrollar estas capacidades en el Estado neoliberal? No se puede. Lo hemos sentido en el alma y en la piel durante 30 años.

El desarrollo de capacidades estatales requiere dos cosas fundamentales: un eficiente diseño institucional y organizativo del Estado y una nueva relación democrática de este con la sociedad, la economía y los ciudadanos. Esto nos lleva a otro formato de Estado o, para decirlo con más precisión, a reconstruirlo generando otra forma de Estado y otra constitución. ¿Cuál?.

Es necesario superar las pendulaciones históricas entre populismo y neoliberalismo que están destruyendo a los países de AL. Es la hora de construir un estado social,  democrático y autónomo con fundamentos y diseños innovadores con respecto al pasado. Este el debate de fondo que debiera estar en la agenda política actual. Volvemos.

 

 

MARTILLAZOS SOBRE UNA COLADERA

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Sinesio López Jiménez

Los martillazos del gobierno para impedir las aglomeraciones y evitar el contagio del coronavirus están teniendo un éxito parcial, menor del esperado. Parece que ya se inició la meseta de la curva de contagios, que no sabemos cuanto durará para luego iniciar el descenso. Ahora el gobierno está pasando de los martillazos al baile de los tratamientos focalizados por regiones, zonas y mercados.

Pero los martillazos y la política sanitaria del gobierno no lograron impedir el alto nivel de contagio (62,000 personas) y de muertes (2050 fallecidos) que coloca al Perú en el segundo lugar los países contagiados de AL (después de Brasil), pese a que inició temprano la política de cuarentena. ¿Qué pasó?. Mi hipótesis es que el resultado no tan exitoso de la política sanitaria se debe no tanto a los errores del gobierno como a los obstáculos que provienen de las estructuras políticas, económicas y sociales en las que opera.

Es innegable que el gobierno ha tenido y tiene errores, pero estos no están tanto en el campo político como en el económico. En este campo contrasta el débil apoyo focalizado a los pobres con el millonario respaldo financiero a las grandes empresas. El apoyo a los pobres ha sido insuficiente, mal distribuido y lento y no ha contribuido mucho a la eficacia de los martillazos.

Los problemas estructurales que limitan la eficacia de la política sanitaria gubernamental son las incapacidades del Estado, la informalidad laboral y la desigual distribución del ingreso. Las élites gobernantes, especialmente las de los últimos 30 años, han construido un estado eficaz para atender los intereses particulares de los poderosos, pero incapaz para atender los intereses generales de los ciudadanos.

Lo mismo pasa con la informalidad laboral y la desigualdad económica. Estas son las puntas de un hilo que nos conducen a una estructura económico-social excluyente. El sistema económico formal es incapaz de absorber la oferta de trabajo que asciende a más de 300 mil personas cada año. Sólo 98 mil obtuvieron un trabajo formal y 239 mil se convirtieron en informales en el 2018, según el INEI.

La mayoría del 72% de la PEA que son informales tiene bajos ingresos, es pobre o muy pobre. No es el alto costo de la formalidad sino la incapacidad del sistema productivo para absorber la oferta laboral lo que produce la informalidad laboral. Esta no tiene un origen legal sino económico-social.

LOS LIMITES ESTRUCTURALES DE LOS MARTILLAZOS

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Sinesio López Jiménez

Algunos tecnócratas neoliberales critican la supuesta ineficacia de los martillazos de Viscarra comparándola con la eficacia de las políticas de Suiza, Austria, Australia y Nueva Zelanda (La República, 19/04/20). Olvidan señalar los límites estructurales de los martillazos que ellos, en su momento, ayudaron a construir. Por ahora solo me voy a referir a las incapacidades del Estado.

El gobierno aconseja lavarse las manos con jabón para prevenir el contagio, pero amplios sectores de la población carecen de agua y desagüe. Ordena quedarse en casa, pero mucha gente sigue saliendo a la calle porque la policía y los militares no tienen la fuerza suficiente para hacer cumplir la ley. Busca medir el contagio probable de la gente, pero los hospitales carecen de las pruebas indispensables para hacerlo.

Trata de atender a todos los contagiados, pero el Estado carece de número necesario de hospitales para atenderlos. Se esfuerza por salvar la vida de los contagiados más graves, pero los hospitales no tienen las camas UCI ni los necesarios respiradores artificiales para lograrlo. Tenemos médicos excelentes y un esforzado personal de salud, pero no se abastecen. Son desbordados por la masiva demanda. Ellos buscan protegerse, pero sus centros de trabajo no les ofrecen los medios necesarios para evitar el contagio. El colmo de la crítica ahora es acusar al gobierno de no saber contar los muertos por coronavirus.

Todas las incapacidades del Estado tienen, por supuesto, una explicación. Las élites gobernantes, todas de derecha (salvo Velazco) y en connivencia con las élites económicas, han construido un estado sin dientes, sin garras, sin fuerza, enclenque en los doscientos años de República. No lo diseñaron bien, no lo dotaron de una organización eficiente, no entrenaron bien a su burocracia ni le dieron recursos necesarios para que desarrolle sus capacidades y desempeñe bien las funciones que tiene.

El caso de construcción del Estado mínimo y subsidiario (neoliberal) en los tiempos del boom exportador tiene ribetes de escándalo. Los tecnócratas y sus socios empresariales construyeron un Estado en el que sus aparatos económicos (MEF,BCR, SBS, etc), al servicio del capital, recibieron todo el apoyo, mientras los aparatos sociales (educación, salud, justicia, seguridad, vivienda, transporte) al servicio de los ciudadanos, fueron abandonados a su suerte. Pero el escándalo mayor es la bajísima presión tributaria (14%), un poco más de la media de AL. Se hizo perversamente que la salud pública y educación pública fueran un desastre para convertirlas en un negocio privado. Hoy los bancos y sus aseguradoras tienen redes de clínicas privadas y el monopolio de las farmacias.

 

 

LA GRAN CRISIS: ACTORES Y ESTRUCTURAS

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Sinesio López Jiménez

Las grandes crisis tienen la virtud de mostrar las grandezas y las debilidades de los actores y de sacar a flote las fallas estructurales que permanecen ocultas en épocas normales. Todo esto permite que la gente tome consciencia de las enormes injusticias que tiene su país y que, en ciertas circunstancias, entre a la acción.

El gran actor de esta crisis es, sin duda, el gobierno del presidente Viscarra que opera en dos niveles: el control de la pandemia y la marcha de la economía. En el primer nivel ha actuado bien y hasta muy bien, pese a pequeños errores y retardos. La política pública que está llevando a cabo para enfrentar la pandemia está mostrando su eficacia y también sus límites que no vienen del comando político-técnico que la dirige, define y redefine día a día ni de los médicos y personal de salud, los policías y los militares que heroicamente la aplican, sino de las fallas estructurales. La gente valora esta política, la apoya y la premia con un alto nivel de aprobación en las encuestas.

El problema está en la acción desplegada en el campo de la economía a través de una política que es discutible y cuestionable y que puede quitar al gobierno el apoyo ganado en el control de la pandemia. En este nivel hay que distinguir dos planos: las medidas económicas de apoyo a los sectores pobres, muy pobres y de trabajadores independientes y las medidas referidas a Reactiva Perú. En el primer plano de apoyo a la población vulnerable el gobierno ha actuado con medidas (los bonos) que son regulares porque son tímidas y no llegan a toda la gente que está en esa condición y porque la forma de distribución de los bonos en los bancos genera grandes aglomeraciones que la política de control trata de evitar.

La política más discutible es la que se refiere a Reactiva Perú. El programa crediticio de 30 mil millones para las empresas está bien, pero es necesario vigilar para que llegue también a las medianas y pequeñas empresas y que los bancos que lo van a manejar a bajo costo no sean voraces cobrando altos intereses. La política laboral es repudiable. Los trabajadores están pagando sobrevivir ahora (con sus CTS y sus ahorros en AFP) para morir mañana. ¿Y las grandes empresas y los bancos?. ¿Cuál es su contribución a la solución de la crisis?. No se oye padre.

Dejo para el próximo breve artículo el análisis escueto de las fallas estructurales.

EL RETORNO DEL CICLO PUBLICO

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Sinesio López Jiménez

La pandemia del coronavirus ha puesto en la agenda de todas sociedades y los gobiernos la defensa de la vida y la salud de la gente, bienes públicos esenciales. Ha mostrado también que las únicas entidades que pueden enfrentar y resolver la pandemia son los gobiernos y los estados, organizaciones públicas por excelencia. Ha puesto en evidencia asimismo que la ciencia y la tecnología, en este caso las ciencias de la salud, son una construcción universal que puede ser el sustento de una política eficaz, eficiente y efectiva.

La lucha mundial contra el coronavirus coloca en el primer plano el interés público como eje organizador de las sociedades, los estados y las culturas, contrapuesto al interés privado que el neoliberalismo impuso como eje central de organización de la vida social desde fines del siglo pasado como respuesta al desencanto que produjeron las crisis profundas del populismo, de las socialdemocracias y de los socialismos reales.

Se inicia un nuevo ciclo público que reemplaza al ciclo privado del neoliberalismo cuyas crisis sucesivas han generado un profundo desencanto en muchas sociedades.  Estos ciclos (público y privado) expresan formas diferentes y cambiantes de comportamiento colectivo de las sociedades y se mueven en forma pendular en la historia moderna. Según Albert Hirschman estos ciclos sociales tienen “algo común con el ciclo Kondratieff”  (en la economía) por su larga duración (50-60 años).

El retorno del ciclo público trae consigo otros cambios importantes en el comportamiento colectivo de las gentes y en las organizaciones, las instituciones y las relaciones del Estado con la sociedad. En primer lugar, el desarrollo de la solidaridad que, si no reemplaza, modera al individualismo posesivo de la cultura neoliberal. En segundo lugar, la revaloración de la política y de la acción política que el neoliberalismo había devaluado en nombre de la mano invisible del mercado y de los pilotos automáticos. En tercer lugar, la apuesta por las grandes colectividades en el diseño y en la aplicación de las políticas públicas en desmedro de las élites.

En cuarto lugar, la organización de un Estado Social fuerte que reemplace al Estado mínimo (subsidiario) neoliberal. Este es quizá uno de los cambios más importantes porque supone una redefinición del Estado con el mercado. En el caso peruano implica, además, la reconstrucción de un estado débil e incapaz.