LA CRISIS POLITICA: EXTENSION Y PROFUNDIDAD

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Sinesio López Jiménez

El Perú viene arrastrando una larga crisis política, en unas dimensiones más que en otras, pero ahora todas ellas se han acumulado y concentrado y están a punto de estallar. Y hay políticos irresponsables que niegan la crisis y creen que todo o casi todo es normal. Se comportan como Luis XVI en vísperas de la revolución. Otros sufren de esquizofrenia política: Dicen que todo es normal, pero se atrincheran en el Congreso y se preparan para la guerra.

El sistema político (sistema electoral, sistema de partidos y forma de gobierno), el régimen político, el Estado y la misma política están en crisis. La crisis del sistema político fue exacerbada desde el 2016 en adelante por el fujimorismo que se negó a aceptar su derrota electoral y desató una guerra política contra el gobierno de PPK, pese a que compartían el modelo neoliberal. Se instauró un gobierno dividido que no podía funcionar dentro de los marcos del presidencialismo parlamentarizado que tiene el Perú como forma de gobierno.

La crisis de la forma de gobierno reactualizó el colapso del sistema de partidos que se produjo en 1995 y sacó a luz las deficiencias (voto preferencial, financiamiento de las campañas, etc) del sistema electoral. La crisis del sistema político ha generado, a su vez, una crisis de representación y una crisis de gobernabilidad.

El régimen político, que es el resultado de un contrato entre el Estado, los ciudadanos y la sociedad y que se expresa en la Constitución y en las leyes, también está en crisis. Sus ejes (la forma de acceso de los ciudadanos a la representación y al gobierno y la forma de dirección, de gestión y de relación del Estado con la sociedad, incluida la economía) se han desgastado, enmohecido y ya no funcionan bien. La historia de esta crisis viene desde 1993, año en el que el gobierno autoritario de AF impuso una Constitución en la que muy pocos ganan y la inmensa mayoría pierde. Las fuerzas democráticas de la transición del 2001 no tuvieron la fuerza suficiente para cambiarla derrotando a los poderes fácticos.

La crisis del Estado es bicentenaria. Todos se quejan de la falta de seguridad, de la corrupción, de la justicia, de la pésima educación, de la salud, etc, etc, pero a nadie se le ocurre decir que todas estas carencias se deben a la falta de capacidades del estado para cumplir bien sus funciones. La salida de todas estas crisis exige la realización de profundas reformas que los conservadores rechazan porque temen perder sus privilegios.

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